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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La abducción del Bristol

El vapor Bristol de la Fall River Line.

Jesús Ortiz

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Un día de la primavera de 1879 Charles Peirce subió al vapor Bristol en Boston. Al día siguiente en Nueva York se dio cuenta de que había olvidado a bordo su abrigo y un reloj, especialmente valioso porque era un regalo del Gobierno de los Estados Unidos en reconocimiento de sus méritos. Temiendo la deshonra de perderlo, regresó al Bristol, consiguió que le pusieran en fi la a todos los camareros negros del barco y recorrió la fi la hablando con ellos, uno por uno, de temas triviales, método por el que esperaba descubrir al que se había quedado su reloj y su abrigo.

Al acabar la fi la no tenía la menor idea de quién podría ser el culpable, pero se dijo a sí mismo que debía elegir a uno. Hizo eso, elegir a uno cualquiera; lo sacó de la fi la y le ofreció dinero a cambio del reloj, pero el camarero negó tenerlo. Tampoco las amenazas sirvieron para obtener otra respuesta.

Peirce bajó corriendo del barco, subió a un taxi que le llevó a la agencia de detectives Pinkerton, le contó todo a su director dando todos los detalles del reloj y exigió que detuvieran al camarero. Preguntado por las razones que le hacían acusar a ese camarero en concreto, Peirce aseguró no tener ninguna pero estar convencido de que era él.

La agencia asignó un detective al caso. El detective revisó los antecedentes de los camareros y encontró a un sospechoso, distinto al señalado por Peirce, al que empezó a vigilar, sin resultado. Siguiendo consejo de la agencia, Peirce puso un anuncio ofreciendo una recompensa; poco después apareció el dueño de una casa de empeños con el reloj e información precisa sobre quien lo había empeñado: el sospechoso designado por Peirce.

Este recuperó también su abrigo, visitando la casa del camarero, que fue detenido, y aplicando la misma técnica de afirmar que estaba en tal o cual sitio sin la menor prueba para ello (para un relato completo, véanse referencias al final). Suena a la historia de un charlatán, uno de esos llamados mentalistas que actúan en televisiones y teatros, ¿verdad? Pero resulta que Charles Sanders Peirce es uno de los científicos más destacado de los estadounidenses, un auténtico sabio en varias disciplinas: entre muchas otras cosas, se le considera un lógico, fundador del pragmatismo y, con Ferdinand de Saussure, de la semiótica.

Y ¿qué puede hacer un lógico para explicar que ha acusado a un hombre de robo sin tener la menor prueba… y ha acertado? Pues, sencillamente, añadir un modo de razonamiento a la caja de herramientas de los lógicos, que hasta entonces constaba de dos: la deducción y la inducción. Llamó al tercer método abducción, y también jesu, y lo ejemplificó así:

Deducción

Regla: Todas las judías de este saco son blancas

Caso: Estas judías son de este saco.

Resultado: Estas judías son blancas.

Inducción

Regla: Estas judías son de este saco.

Caso: Estas judías son blancas.

Resultado: Todas las judías de este saco son blancas.

Abducción

Regla: Todas las judías de este saco son blancas.

Caso: Estas judías son blancas.

Resultado: Estas judías son de este saco.

Desde finales del XIX lógicos de todo el mundo han tenido tiempo para decir toda clase de cosas inteligentes opinion-el-diario-4 252 sobre esta argumentación. Y lo han aprovechado: hay una bibliografía ingente sobre este aspecto y los demás de la obra del científico estadounidense.

A mí me llaman la atención los camareros negros y las judías blancas, quizá porque soy traductor y no lógico. Empecemos por lo segundo: que las judías sean blancas me lleva a pensar que en realidad no está hablando de judías, sino de alubias. En realidad, el fundador de la semiótica se mete en uno de esos jardines semánticos que uno preferiría evitar, porque dudo que muchos puedan emplear con perfecta propiedad un montón de términos relacionados para nombrar este tipo de legumbre: judías, alubias, vainas, habichuelas, habas, fabes, fabas, mongetes, caparrones, bajocas, pochas, fríjoles, fréjoles, porotos (probablemente olvidando alguna y sin entrar en variedades). ¿Por qué para el ejemplo no eligió la lenteja o el garbanzo, legumbres honradas y fiables donde las haya?

Veamos lo de los camareros negros. Dispongo de dos ediciones del mismo texto, con distinta traducción, y ambas establecen que hizo formar en cubierta a «todos los camareros de color». (Me he tomado la libertad de actualizar la denominación, porque, aunque durante decenios a una parte de la población de Estados Unidos se la llamó de color, cuidadosas investigaciones posteriores han establecido fuera de toda duda que la expresión se refiere a los negros). Esta es una frase ambigua: ¿hizo formar a todos los camareros negros, dejando fuera a los blancos, amarillos, pieles rojas…? ¿O todos los camareros del Bristol eran negros? Para expresar esta segunda idea, que tiene pinta de ser la buena, hubiera sido más preciso poner el adjetivo entre comas: «todos los camareros, negros, …» y la formulación en inglés es muy parecida. La coincidencia de los dos traductores me hace sospechar que la ambigüedad se encuentra en el texto original.

Añádase a esto que todos los libros que he consultado sobre Charles Peirce dedican al menos un párrafo a explicar cómo se pronuncia su apellido… y no he encontrado dos que den la misma explicación. Y que no se sabe si el apellido de su segunda mujer es Froissy o Pourtalai; ni siquiera si era francesa o anglosajona.

Y así resulta que un eminente profesional de la lógica y fundador de la semiótica, actividades donde la precisión en el empleo de los términos tiene una importancia capital, aparece siempre rodeado de ambigüedad, de imprecisión, y haciendo bandera de tomas de posición que un observador ajeno llamaría caprichosas, como la del Bristol. Como caprichosa es su afición a ordenarlo todo a partir del número tres, que podría ser lo que le animara a añadir la abducción a la deducción y la inducción.

Quizá use las judías como ejemplo para recordarnos a Pitágoras, un precedente de pensador riguroso y exacto… que aborrecía irracionalmente a esta legumbre (de nuevo, con la ambigüedad que su nomenclatura permite: en el caso de Pitágoras suele hablarse de habas): quizá Peirce intente mostrar que la precisión absoluta solo es imaginable en medio de la ambigüedad, la incertidumbre y el capricho. El resto de los humanos, desde luego, rara vez divisamos la precisión, vivimos rodeados de significados imprecisos, de caprichos imprevisibles, de incertidumbre crónica.

Hasta los lógicos, parece ser, admiten que las cosas puedan ser así. Porque Charles Sanders Peirce, un hombre nada religioso, conserva hoy su destacadísimo lugar de respeto en la historia de la ciencia, a pesar de haber dejado escrito que los fundamentos de la lógica son la fe, la esperanza y la caridad.

Nota: Un relato completo del incidente del Bristol puede leerse en Sherlock Holmes y Charles S. Peirce. El método de la investigación, de Thomas A. Sebeok y Jean Umiker-Sebeok. El mismo ensayo, con distinta traducción, está incluido en El signo de los tres. Dupin, Holmes, Peirce. Umberto Eco y Th omas A. Sebeok (eds.), Lumen, 1989. La afi rmación de Peirce sobre los fundamentos de la lógica la publicó en Popular Science Monthly en 1878, pero cito de An Introduction to Probability and Inductive Logic, de Ian Hacking, Cambridge University Press, 2001, pág. 264.

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