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Reportaje

La realidad de un menor que llega a España en patera: “Sin papeles no eres nada, vas con miedo por la calle”

Patricia Manrique y Hourone El Hinani durante la entrevista. | LARO GARCÍA

Rubén Alonso

La historia de Haurone El Hinani, como la de tantos jóvenes migrantes que se juegan la vida en busca de una oportunidad lejos de su país, provoca escalofríos y despierta conciencias. A sus 16 años, tal y como relata a eldiario.es, decidió “dejarlo todo”, a su familia y amigos en Marruecos, para ponerse en manos de una mafia con el fin de llegar a España en busca de un futuro mejor para él y para los suyos. 

“Lo que cuenta todo el mundo es que en Europa puedes tener una oportunidad de mejorar tu vida y de ganar un futuro que allí es más difícil”. Esa fue la motivación que le hizo pagar 1.000 euros de sus escasos ahorros para sumergirse en un periplo sobre el que hoy, a sus 24 años, todavía le cuesta hablar. 

La mafia lo tuvo a él y a otras 57 personas de casa en casa, en un bosque durante 28 días, a la espera de que se dieran las mínimas condiciones para echarse al mar en pleno invierno. “Una noche que todo el mundo se enfadó, creíamos que era todo un juego porque habíamos pagado y seguíamos allí, nos avisaron para salir”, cuenta el joven, al tiempo que describe cómo aquella fue la primera vez que vio el mar. “Fue impresionante”, asegura. 

Haurone, que recuerda la fecha de partida por ser una de las más señaladas, el 25 de diciembre, explica que sabía nadar “un poco”, pero que no servía de nada porque, según sus propias palabras, iban “en un globo hinchable”. A partir de ahí relata cómo pasó, junto a las otras casi 60 personas, “cada una de una parte y en su mayoría menores”, durante tres largos días en aquella patera en medio del Mediterráneo. 

“Fue terrible”, resalta, sobre todo cuando se quedaron parados por un fallo del motor. “Todo el mundo se quedó en silencio”, sostiene, mientras el conductor intentaba arrancarla de noche durante media hora. “Mientras tanto esperas, solo ves las estrellas, no hay cobertura…”, relata el joven. Cuando consiguieron proseguir la travesía fueron rescatados por la Marina Española y en ese momento empezó la segunda parte de su historia, una lucha agónica por conseguir los papeles aquí. 

En busca de los papeles

Primero estuvo en un centro de menores en Andalucía, donde trató de estudiar y formarse, con la mala suerte de que no quedaban plazas. “Venía porque trabajé seis años en Marruecos y quería trabajar aquí, pero no tienes papeles y no conoces a personas que te puedan facilitar trabajo, era muy difícil”, explica.

Es por ello que, después seis meses, decidió viajar al norte, y en San Sebastián le recomendaron que viniera a Santander. Llegó sin conocer la ciudad y pasó un año en un centro de acogida en el que estudió soldadura. Tal y como el propio Haurone reconoce, estaba muy a gusto en la capital cántabra, pero se iban acercando los temidos 18 años, y como su tutela seguía estando en Granada, no podía regularizar su situación aquí. 

“Aunque ya estaba arraigado aquí y tenía contacto con educadores y con el centro, me vi obligado a volver a Granada”, explica. “Me dijeron que no podían darme los papeles y para una persona extranjera sabemos que los papeles son como si fueran la llave de una casa”, sostiene, recordando que le faltaban tan solo tres meses para la mayoría de edad y que fueron momentos “muy duros”.

“Se me quitó hasta las ganas de hablar con mi familia, porque cada que les hablaba me preguntaban por los papeles y yo sabía que era muy difícil conseguirlos”, lamenta el joven, detallando que hubo momentos en los que pensó en desistir. “Lo pasé fatal; sin papeles no eres nada, vas con miedo por la calle”, recalca.

No obstante, tras pasar tres meses en Granada hasta cumplir los 18, donde consiguió sacar el permiso de residencia gracias a una educadora del centro con la que todavía mantenía contacto, se fue a Jaén, donde un amigo le puso en contacto con una abogada que, tras tres intentos, le ayudó a obtener su documentación. 

“A día de hoy se lo agradezco y no lo puedo olvidar”, afirma Haurone. “Conseguí trabajar en la agricultura en Jaén, donde tuve un contrato para renovar los papeles”, relata, tras un proceso burocrático largo, de entre seis y siete meses. Tras obtenerlos, estuvo trabajando en Andalucía casi tres años y después regresó a Cantabria, donde tenía contactos de su primera etapa. 

“Cantabria me enamoró desde el principio”, subraya. Ahora trabaja en la agricultura, recogiendo arándanos, y colabora con una ONG atendiendo a menores no acompañados (MENAS), como lo fue él en su día. Me encanta ayudarles, es algo que ya he pasado yo. “Vienen con problemas, hay que entender cada situación, tratarlos de la mejor manera y aconsejarles que aprovechen el tiempo, que pasa rápido. El día que eres mayor de edad, ves la vida real, sin estudios y sin nada”, concluye Haurone.

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