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“Enseñar a tu hijo a expresar sus emociones puede cambiar las riendas de su vida”

Una disciplina familiar clara previene comportamientos antosociales en los menores.

Eduardo Azumendi

Algo en apariencia tan sencillo como “enseñar a tu hijo a mirar a los ojos o a expresar sus emociones” puede cambiar las riendas de su vida. Eso es lo que asegura Wenceslao Peñate, catedrático de Psicología Clínica, quien se ha acercado hasta Euskadi para impartir una conferencia sobre la conducta antisocial de los menores y la manera de prevenirla en los cursos de verano de la UPV. “Las conductas antisociales se conocen como trastornos externalizantes, ya que normalmente las personas que lo viven no tienen por qué sufrir por ello, es decir, las personas que se caracterizan por tener algún comportamiento disocial pueden que tengan un cierto nivel de angustia o sufrimiento, pero frecuentemente no es el caso”.

La conducta antisocial sigue siendo, según Peñate, un problema social de primer orden y es necesario continuar investigándola: “Estamos todavía lejos de saber si se puede prevenir y erradicar”.

Para Peñate, resulta difícil diferenciar los transtornos disociales y antisociales, porque muchas veces, no se trata de trastornos psicológicos, sino psicosociales. “Ambos significan que una persona vulnera los derechos y las normas. En la conducta antisocial el individuo actúa inconscientemente, perdiendo la percepción de la realidad, de la personalidad; las conductas disociales se llevan a cabo conscientemente”.

Según el experto, el mejor precursor de la conducta futura es la conducta anterior. Dentro de los comportamientos infantiles ligados a la delincuencia infantil se encuentran el uso de drogas, los robos, las agresiones, los problemas de conducta, las fugas de los hogares y las mentiras.

Entre los factores de riesgo en la predicción de la conducta antisocial existen dos elementos fundamentales: el hogar, es decir, la familia y la socialización. “De 0 a 5 años el ambiente familiar es determinante; se habla de crisis de tarea, ya sea porque entre los padres hay un conflicto, porque uno de ellos está enfermo o porque no los tienen. Siempre será mejor un chico o chica sin padres que un ambiente conflictivo. La presencia de la madre, además, es imprescindible, mientras que la figura del padre es importante”.

Respecto a las variables socio-familiares predictoras de la conducta antisocial, se ha demostrado que el 31% de los casos es por una escasa supervisión, el 18% por un desinterés de los padres, el18% por padres delincuentes o agresivos, el 13% por poca disciplina, el 12% por la ausencia de los padres y el 8% por la mala salud de los padres.

Peñate ha explicado que los padres y madres cuando sus hijos mantienen conductas antisociales, frecuentemente se exculpan y culpabilizan a los amigos de los hijos, al colegio y al profesorado. “La supervisión y el interés de los padres, posiblemente, se imponen a esa influencia negativa”.

Todo se puede cambiar

Respecto a la parentalidad y la dureza e insensibilidad afectiva, Peñate ha explicado que la baja calidez de los padres parece el elemento clave para la dureza e insensibilidad afectiva. Además, existen problemas en las relaciones de apego con padres que tienen una afectividad física limitada. “Uno de los problemas que se observa en la infancia es que los chicos con la dureza e insensibilidad afectiva son personas condicionadas por el miedo y se despreocupan del bienestar de los demás”.

Todo esto tiene, según Wenceslao Peñate, un lado positivo y es que todo se puede cambiar.  “Un cambio tan simple como un sistema familiar disciplinar claro o una supervisión materna o un cierto interés por la vida cotidiana de los hijos

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