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“Cada agresión contra una mujer nos golpea a todas y debiera golpear tam­bién a todos”

La diputada de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de Bizkaia, Teresa Laespada.

Eduardo Azumendi

  • Teresa Laespada, diputada de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de Bizkaia, advierte de que las mujeres maltratadas sufren una doble victimización: la de las agresiones y los asesinatos, y la del silencio

‘Voces para ver. Testimonios de violencia contra las mujeres, una injusticia normalizada’. Este es el título del libro editado por el departamento de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación de Bizkaia que recoge textos que ayudan a conocer de primera mano la realidad de la violencia de género, en ocasiones por medio de testimonios de gran crudeza. “Son textos muy necesa­rios”, destaca la diputada Teresa Laespada, responsable del departamento y para quien resulta “una obligación conocer qué está ocurriendo, visibilizar a estas mujeres y evitar que sufran una doble victimización: la de las agresiones y los asesinatos, por un lado y, por otro, la del silencio de todas nosotras y nosotros”.

“Son mujeres poderosas y valientes que merecen nuestro reconocimiento. Mujeres valientes, dueñas de su vida... que merecen vivir en una sociedad decente. Redoblemos los es­fuerzos para que así sea”, enfatiza la diputada, quien presentará el volumen en Bilbao junto a Miguel Lorente, forense y exdelegado del Gobierno central para la violencia de género.

“No podemos consentir”, recalca Laespada, “que estas mujeres sientan que es­tán solas, que las hemos abandonado. No podemos consentir que sigan avergonzadas, atravesando un infierno en soledad. No es su infierno, es el infierno de todas y todos. Y para eso, además de toda la responsabilidad de los poderes públicos, a la que hacemos frente en la parte que nos toca desde esta Diputación, hay que esforzarse para que nadie mire para otro lado o disimule, para que nadie haga como si no oyera cuando escuche al otro lado de la pared los gritos de una mujer pidien­do auxilio. Y por ello, necesitamos escuchar sus relatos. Ponernos en sus zapatos y vivir lo que ellas viven. Necesitamos sentir su vida como propia y dolernos en sus heridas para comprender cómo se sienten y cómo debemos acompañarlas.

Cualquier agresión contra una mu­jer refleja de forma nítida “la barbarie de una sociedad machis­ta que no asume los preceptos de igualdad, respeto y derecho a pensar y actuar libremente por parte de las mujeres”, resume la diputada en la introducción del libro ‘Voces para ver’. “Cada agresión contra una mujer nos golpea a todas y debiera golpear tam­bién a todos. Es cierto, son pocas las personas que defienden  las agresiones y asesinatos de mujeres. La mayoría de la socie­dad se conmueve ante los titulares de los medios de comuni­cación que se hacen eco de estos hechos. Pero no es suficiente. Necesitamos más para que esta barbaridad termine”.

Esa condena mayoritaria de la violencia machista adolece, según la Laespada, “de un análisis profundo de las causas y los precedentes. Las agresiones más graves, los asesinatos de mu­jeres, son una consecuencia, el reflejo más extremo de un tipo de organización social determinada, de una forma de relacio­narnos. Son el reflejo último de la desigualdad entre mujeres y hombres. Esta violencia brutal que sufren algunas mujeres es una planta venenosa y llena de espinas que no se mantiene del aire. Hunde sus raíces y se alimenta en un terreno abonado por la desigualdad”.

Así, reconoce que los logros en el ámbito formal para lograr la igualdad, especialmente con los avances legislativos, son indiscutibles. Pero, a la vez resultan insuficientes. En manos del pensamiento machista, “esos supuestos avances se usan como excusa para justificar la idea de que ya se ha logrado la igualdad”. Se refiere a esos mensajes de que las mujeres no deben exigir nada más porque ya tienen la igualdad. “Esos mensajes que niegan la existencia de techos de cristal o que consideran que cualquier reclamación del espacio público que nos corresponde es una agresión contra los hombres. Nada de eso, todo lo contrario”.

Falsa igualdad

Todo lo resume en dos palabras: falsa igualdad. “Vivimos hoy en día el falso espejo de la igualdad”.

Por eso, “para que la planta dañina de las agresiones y los asesina­tos a mujeres se convierta en otra que dé flores y aromas de igualdad hace falta que se alimente de una nueva tierra. Hace falta un nuevo contrato social, un pacto entre iguales en el que los hombres tienen que ceder parte del poder y la visibilidad  que históricamente han tenido. Es, además de una cuestión de justicia, una apuesta inteligente: sumando a las mujeres a los espacios públicos se incorporará la mitad de la inteligencia de esta sociedad, actualmente desaprovechada por innumerables techos de cristal.

Los hombres deben comprender que el beneficio de una igualdad real no es solo para las mujeres. “La pérdida de cierto peso público de los hom­bres se verá compensada con creces por su mayor entrada en el ámbito privado y familiar, con una relación más estrecha con sus hijas e hijos, así como con sus mayores; sin olvidar que estas nuevas masculinidades amparan una expresión de los sentimientos y una relación con los demás más positiva.

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