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Acabaremos encerrados

Dos policías a caballo vigilando la Puerta del Sol en Madrid.

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“La crítica a nuestra clase dirigente es, sencillamente, que cuando legisla para todos los hombres, siempre se omite a sí misma”

G. K. Chesterton, 'Herejes' (1905)

Lo más eficaz es quedarse quieto en la cueva. El confinamiento absoluto, simultáneo y global acabaría por dejar al virus sin vectores de transmisión o reproducción. Esta es la hipótesis de solución más segura y más radical, pero también la más imposible de poner en práctica. No obstante, si fuéramos capaces de hacerlo, el problema se extinguiría. No podemos. A partir de ahí todo van a ser apaños, pero estos apaños deben tener objetivos claros y que la ciudadanía comprenda y, además, deben tener posibilidades de ser implementados y de ser controlados. Ahí es nada.

Más allá de la discusión sobre el marco jurídico los problemas crecen porque los gobernantes han perdido no ya la confianza, que en muchos casos también, sino siquiera la conexión con la ciudadanía. Han dado tal espectáculo, han ido y han venido tanto, que cada vez más personas se “desconectan” de la pandemia, se evaden de ella, obvian las noticias, y en cada gesto de ese tipo perdemos probabilidades de atajarla.

Necesitan fijar los objetivos y luego buscar los instrumentos que los cumplan y quizá así podamos volver a confiar en que nos guíen a alguna parte en este marasmo de incertidumbre en el que estamos sumidos. Tienen que dejar de correr como patos sin cabeza detrás de medidas cuya eficacia y trazabilidad, cuyo potencial control, sea más que imposible. En caso de copiar, que suele ser eficaz, copien bien y ejecuten mejor. No puede ser que los franceses y otros europeos decidieran decretar toques de queda nocturnos para evitar precisamente las reuniones en esos horarios, y que aquí se transformen en franjas horarias que permiten salir a cenar y hasta a tomar unas copas. ¿No se trata de evitar que se junten en sitios cerrados no convivientes a hablar alto y a estar próximos? El problema es que para lograr eso hay que hacer sangre, hay sectores que van a sufrir, hay que buscar cómo ayudarlos, como de hecho algunos gobernantes están haciendo, pero en España somos tan cachondos que pretendemos decir que hemos puesto las mismas medidas pero tan a nuestro aire que pierden toda efectividad, más allá de la de poder decir que estamos haciendo algo.

Los cierres perimetrales de provincias y hasta comunidades son su nuevo juguete aunque no alcancemos muy bien a entender qué es lo que buscan conseguir con él. Sobre todo cuando cierran territorios tan densamente poblados que constituyen en sí mismos un ecosistema de contagio masivo. Está bien que busquen impedir la diseminación del virus cuando éste se encuentra extendido de forma irregular en los diferentes territorios pero ¿ahora? Ahora han perdido todo control. También resulta evidente que tales medidas perimetrales no se están controlando de una forma férrea. Por eso parece que las instauran para conseguir disuadir con la idea de que algo sucederá si se incumplen cuando, en realidad, no hay efectivos o voluntad o posibilidad de hacerlas efectivas. Los cierres de barrios o zonas de salud son aún más ridículos, cuanto que son demarcaciones ideales, trazadas en un despacho, sin ninguna relación con la realidad del territorio, que impiden que los ciudadanos puedan tomarse en serio que no deben traspasarlas. Y luego vienen las excepciones, por mor de la economía son tantas y tan variadas y con una casuística tan amplia que la mayor parte de las veces resulta casi imposible encontrar un motivo por el que no se pudiera transgredir, más allá del ocio pero ese ocio, por otra parte, no quieren que perezca y, por tanto, permiten que se produzca dentro de esos perímetros, lo que en términos epidemiológicos es casi lo mismo.

Lo que deciden es lioso, incomprensible, arbitrario en muchas ocasiones, prolijo, diverso y muy difícil de seguir para gran parte de la población que no vive como nosotros pendientes de la última guerrilla política. Cierran parques y abren los bares hasta la medianoche. No han llevado a cabo ni una sola acción de concienciación o de educación de la población, más allá de las que hacen los medios que, insisto, llegan a una minoría de la población. Dudo de que en este instante haya una sola persona en este país que conozca cuál es la situación de coerción en cada uno de los puntos del territorio. Apuesto que hasta los técnicos del ministerio tienen que consultar prolijos cuadros para saber qué está prohibido, dónde y para quién.

No ha habido el más mínimo esfuerzo para que las medidas básicas se cumplan. Las mascarillas son caras, no ha habido entrega real de éstas a las personas más débiles económicamente más allá de los regalos propagandísticos de algunas autonomías hace meses, y con material dudoso. Ante esta situación y ante la obligatoriedad de llevar algo en la boca, hemos conseguido que gran parte de la población lleve cosas colgadas de las orejas que no tienen efecto profiláctico ni para ellos ni para los demás. Han faltado inspecciones y educación donde había que darla. ¿O se creen que la gente que curra se pasa el día viendo en la tele experimentos sobre filtrado? Bajen a la tierra. Y con todo hemos de convenir en que es la medida más importante y más seguida. De lo de lavarse las manos, no les hablo. Hemos pasado de la exhibición del gel a que cada vez más establecimientos no cuenten con él y ni siquiera controlen que se use a la entrada o la salida.

Llegamos a lo aerosoles y al riesgo cierto que se produce por las reuniones en el interior de establecimientos y ahí tocamos la restauración y se me gripan. Cenar en interiores no es seguro. No es seguro ni aunque te invite Pedro Yi para halagar tu vanidad y de paso hacerse una publicidad que le hace mucha falta. ¿Para qué se creen que montamos los periodistas y los medios estos saraos? Allí me fueron todos a realizar una de las actividades más peligrosas que existen, demostrando de nuevo ese desprecio de las élites madrileñas por la realidad de los ciudadanos, que está más allá de los partidos y de la ideología y que no es sino una forma de vida. Cierto es que los invitados del Gobierno de Podemos declinaron ir y eso les honra a ellos y a sus asesores. Asesores ¿para qué los tienen? ¿ninguno les dijo que era una locura ir a una cena a todo plan de la que saldrían fotos al día siguiente? No era un acto protocolario, no era un acto necesario, no era un acto apropiado, ¿no se les cae la cara de vergüenza? La mejor distancia es no estar, ministro Illa, y esa distancia sólo se produce antes de ir. Unos de cena y Armengol en Mallorca saliendo de copas hasta el límite del toque de queda con su equipo. ¿De verdad están todos en la misma tierra que pisamos el resto?

Lo único que es cierto es que el virus no entiende de excusas ni de postureos ni de tacticismos ni de necedades. Lo único cierto es que el virus va a seguir transmitiendo de forma exponencial porque no hay forma de que no lo haga mientras continúen las aglomeraciones y reuniones humanas en las que no se utilicen mascarillas, o se utilicen mal. Lo único cierto es que el virus va a seguir segando vidas, por mucho que escondamos ahora su número detrás de una larga estadística de contagios y otras cuestiones que la ciudadanía ha dejado ya de escuchar. Ahora mismo es 21 de marzo y lo peor está por llegar.

No son los únicos reproches porque nosotros, el pueblo, también tenemos que escucharlos. Oigo una y otra vez que la gente está cansada. ¿Cansados de qué, de comprender que la vida no es un óleo en Instagram? ¿No les dijeron nunca lo del valle de lágrimas o es que se creyeron los anuncios de la Coca-Cola? Esto es lo que hay y podía ser peor. Al menos no nos caen bombas en la cabeza estando en casa y los súper están abarrotados de alimentos. Sólo se nos pide que nos estemos quietos y que salgamos lo imprescindible y protegidos.

Acabaremos encerrados de nuevo. Al tiempo.

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