Nuestra carga corporal de PFAS
Los PFAS (sustancias per- y polifluoroalquiladas) son un grupo de compuestos químicos de síntesis que incluyen miles de sustancias diferentes de conocida persistencia y ubicuidad. Estas dos características, comunes a casi todos a los integrantes del grupo, se traducen en la casi certeza de encontrarlos formando parte de nuestro organismo interactuando con nuestras células.
Se han utilizado desde hace décadas en una variedad de productos de consumo, debido a sus propiedades repelentes al agua y a la grasa, así como a su resistencia a la degradación. Podemos encontrarnos PFAS en los revestimientos de sartenes, en envases de alimentos, en nuestros impermeables, alfombras, en las tapicerías de vehículos, cortinas y muebles, en el calzado, cosméticos, materiales de construcción etc.
Nuestra carga corporal depende de la edad, dosis y del congénere concreto. Los alimentos, el agua potable y el polvo doméstico son las principales fuentes de exposición para los adultos, mientras que el contacto mano a boca con los productos de consumo y el polvo doméstico son las más importantes para niños. Una vez absorbidos, los PFAS no parecen metabolizarse en el hígado u otros tejidos y pueden persistir en el cuerpo al unirse a las proteínas del hígado y del suero sanguíneo. Las rutas importantes de eliminación incluyen la excreción urinaria y en menor grado, la biliar. Existen diferencias sustanciales en las tasas de eliminación de PFAS entre humanos y animales, con vidas medias más largas encontradas en humanos que van de 1 a 10 años.
La principal preocupación, por tanto, es la irreversibilidad de la contaminación, dada su persistencia, junto con los efectos adversos de alteración endocrina, la carcinogenicidad, la toxicidad para la reproducción, los efectos sobre el sistema inmunitario y el metabolismo de los lípidos para una amplia gama de PFAS. Las sustancias más conocidas, el sulfonato de perfluorooctano (PFOS) y el ácido perfluorooctanoico (PFOA), incluidos en los PFAS de cadena larga, se clasifican como cancerígenas (Carc. 2) y tóxico para la reproducción (Repr. 1B; Lact., puede resultar dañino para lactantes), entre otros. Estos preocupantes efectos han llevado a una regulación más estricta y a esfuerzos para limitar su uso y promover alternativas más seguras. En mayo de 2009, PFOS y sus sales fueron añadidos al Anexo B del Convenio de Estocolmo, sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP). La mayor parte de la regulación dentro la Unión Europea, se circunscribe a PFOS y PFOA, mientras que otros PFAS siguen bajo evaluación. Actualmente la Agencia de Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha propuesto la regulación en grupo para los 4 PFAS mayoritarios (Sumatorio de PFOS, PFOA, PFHxS y PFNA).
No obstante, el procedimiento de evaluación de la exposición a sustancias químicas en el ser humano conlleva un grado importante de incertidumbre, ya que se realiza a través de sus fuentes, de forma externa, es decir, en el agua, aire, biota, alimentos y productos de consumo, pero no recoge la variedad de hábitos de vida y consumo de las personas, pues trabaja en base a modelos, es por ello por lo que cada vez tiene más relevancia la utilización de la biomonitorización humana (BMH).
La BMH, definida como la medida de la exposición interna a contaminantes, mediante el análisis de su concentración o la de sus metabolitos en muestras humanas (sangre, orina o pelo), se puede utilizar como una herramienta transversal para realizar una valoración integrada de la exposición a cualquier producto químico, al tener en consideración todas las vías y fuentes de exposición, reduciendo, por tanto, la incertidumbre derivada de la estimación externa de la exposición ambiental, es decir permite responder a las preguntas como: ¿cuál es nuestra carga corporal de determinada sustancia? ¿Cuántos PFAS tenemos en nuestro cuerpo? La mezcla de sustancias químicas a que estamos expuestos, ¿está alterando biomarcadores de efectos adversos?
En estudios de biomonitorización realizados en nuestro país hace ya más de 10 años, se encontraron compuestos perfluorados en población española. En el único realizado a escala nacional en población adulta trabajadora, BIOAMBIEN.ES de los 6 congéneres analizados en el suero de los participantes, 4 de ellos (PFOS, PFOA, PFHxS y PFNA) aparecieron en niveles detectables para el 95% de la población estudiada, en todas las regiones españolas, siendo el mayoritario en el momento del estudio el PFOS.
En el estudio BEA (biomonitorización en adolescentes) realizado en 2017 en 11 ciudades españolas, también se detectaron PFAS, y los niveles de exposición fueron mucho menores a los encontrados en 2010, debido a dos factores: la edad de los participantes (15-16 años frente a los 18-65 años del estudio anterior) y a las restricciones de uso que se han aplicado, como por ejemplo en el caso del PFOS.
Dentro del proyecto europeo HBM4EU se ha analizado la exposición a 12 PFAS en una muestra de 1957 adolescentes europeos de 12 a 18 años. Los resultados mostraron que los niveles séricos del 14,3 % de los adolescentes superaron los 6,9 μg/L de PFAS, lo que corresponde al valor guía de la EFSA para una ingesta semanal tolerable (TWI) de 4,4 ng/kg para algunos de los investigados (PFOA, PFOS, PFNA y PFHxS). Los adolescentes con mayores niveles de exposición residían en el norte y oeste de Europa, donde el 24% de ellos superó este nivel. Los valores encontrados en los adolescentes españoles resultaron los de menor nivel de exposición.
La biomonitorización humana permite estudiar tendencias temporales y geográficas en la exposición de la población, identificar y eliminar posibles fuentes de exposición, estudiar la relación causa-efecto entre contaminantes y salud, identificar los grupos de población más vulnerables, en función a sus hábitos de vida o el lugar donde habiten, fijar prioridades en investigación sobre medioambiente y salud y comprobar la efectividad de las políticas adoptadas para reducir o eliminar la exposición de la población a contaminantes, pero para ello, es preciso que los estudios de BMH se realicen de forma periódica, algo que aún no tenemos implantado en nuestro país.
En Estados Unidos y Canadá estos estudios se realizan de forma periódica y a pesar de no estar regulado a escala europea, países de nuestro entorno, como Alemania, disponen desde hace tiempo de programas periódicos de biomonitorización humana (BMH), que permiten conocer los niveles de exposición interna a sustancias químicas de su población. Para implantar adecuadamente estos programas, es preciso ampliar el marco legal actual en materia de protección y control de productos químicos, mediante la aprobación de normas específicas que incluyan programas de BMH.
En España, con cierto retraso, por fin se ha conseguido avanzar en esta línea, ya que se ha incluido la BMH como una línea prioritaria en el Plan Estratégico de Salud y Medio Ambiente (2022-2026). La Comisión Interministerial de Biomonitorizacion Humana (CIBMH), creada por Orden Ministerial en noviembre de 2022, es la herramienta para establecer las prioridades, directrices y actuaciones futuras en BMH. Su comisión permanente contará con la participación de reconocidos expertos científicos de las comunidades autónomas, del ámbito académico, organismos públicos de investigación y de otras instituciones. Confiemos que el interés inicial se vea refrendado en la asignación de fondos estatales y autonómicos para poder poner en práctica los estudios.
No obstante, además de la voluntad política, la asignación de fondos y el esfuerzo científico, es imprescindible la participación ciudadana. Los estudios de biomonitorización humana son muy complejos y precisan de la intervención de un gran número y diversidad de profesionales, pero, sobre todo, no podrían realizarse sin la participación desinteresada de todos los voluntarios que generosamente donan sus muestras, su tiempo e intimidad proporcionando información de sus hábitos y estilo de vida, y que, tratada de forma estrictamente anónima, resulta imprescindible para la interpretación de los resultados.
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