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La anormalidad de la Nueva normalidad

Contraer COVID-19 en el trabajo es accidente laboral a todos los efectos

Guido Stein

Profesor del IESE —

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Estamos de enhorabuena, parece que España también es parte de la mejor versión de Europa y de otros países avanzados después del apoyo que acaba de recibir el Gobierno en el Congreso para aprobar el decreto de la nueva normalidad que regula la prevención de la COVID tras el estado de alarma. Sin duda, es conveniente que una amplia mayoría coincida en algo tan importante para los ciudadanos y España.

Seguramente la lógica política, que no el contenido de las ideas de sus votantes, ha influido en que otros partidos se hayan alejado de este encuentro de voluntades que significa un acuerdo.

Sin embargo, conviene, asimismo, no llamarse a engaño: no estamos al final de ningún camino ni de ninguna etapa; la guerra contra el virus y sus calamitosas consecuencias no ha hecho, en realidad, más que empezar. Las batallas médicas en plena trinchera se han tomado un respiro, aunque siguen las escaramuzas y la guerra de guerrillas sin cuartel: los despistes tienen consecuencias y los errores se pagan.

Desde el punto de vista médico se ha aprendido mucho, y nada habrá sido en vano si nuestros comportamientos no se dejan seducir, justamente, por la banalidad de quien no quiere ver lo que tiene delante de sus ojos. El peor ciego sigue siendo el que no quiere ver y seduce a otros con su estupidez. Como estamos en el mismo barco, aunque unos a popa y otros a proa, nadie está eximido de cumplir con los demás, empezando para eso con uno mismo.

Desde un punto de vista económico, lo que incluye su traducción social, el formidable terremoto ya ha tenido lugar, ahora vivimos sus consecuencias directas y las de sus ondas expansivas. La causa de la catástrofe no ha cesado del todo, pero ha remitido, de modo que se puede (de ahí que se deba) abordar una reconstrucción, que tiene que ser tan prudente como audaz en sus objetivos y magnánima en los medios a emplear. En el horizonte luce el sol de la esperanza asentada en nuestra capacidad de reponernos y superarnos, entremezclada con la nubosidad variable de nuestras más acendradas miserias y egoísmos. Evito hablar hoy de la alta probabilidad de un repunte de los contagios que den pasto a nuestros peores presagios, a cuyo tratamiento higiénico dedicaré otro tribuna.

Hoy no toca hablar del otoño, ni de agosto. Hace dos mil quinientos años descubrieron nuestros antepasados a las orillas del Mediterráneo que mandar sobre esclavos carecía de interés, lo que entrañaba verdaderamente interés era mandar sobre mujeres y hombres libres, que no obedecían a órdenes despóticas, sino a órdenes políticas, es decir, por convencimiento. Como los estudiantes que han de examinarse de Selectividad para poder acceder a los estudios universitarios que anhelan, todos nosotros, y ellos también, hemos de pasar el examen de la madurez ante el tribunal de nuestra historia; aunque peque de arrogancia, les puedo soplar la pregunta: ¿Seremos capaces de reconocer cuáles son las cosas que verdaderamente importan y les daremos la importancia que realmente tienen?

Diga lo que acabe diciendo la ley para regular la anormalidad en la que vivimos, siguiendo por la que va a hablar del empleo a distancia, si usted no necesita un “respirador social” procure conservar su empleo, cuidándolo como un bien escaso: trabaje mejor que nunca en su vida, por usted y los suyos. Los cantos de sirena de los sindicatos, patronal, Ministerio y Congreso no lo van a hacer por usted, mejor que usted, si usted no lo hace.

El que al jugar al solitario se hace trampas lo sabe; resulta patético, salvo en el caso de las abuelas entradas en años, que denota una encantadora ingenuidad por alejarlas de la realidad.

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