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Ayuso o la alegría del consumo

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso / Europa Press
4 de mayo de 2021 06:00 h

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La última área que se ha abierto a la explotación en el mercado del consumo no es la del amor, sino la del narcisismo

Zygmunt Bauman

Aunque estas elecciones madrileñas se hacen a mitad de legislatura y con la excusa de una moción de censura con Ciudadanos, lo cierto es que todas las elecciones autonómicas realizadas hasta ahora en el contexto de la pandemia han reforzado al gobierno de turno. Quizá por aquello de que, en tiempo de desolación, nunca hacer mudanza.

Además, ha existido desde el principio de la crisis una preferencia por lo local y una atribución de mayor responsabilidad al Estado, independientemente del reparto de competencias y de la calidad de su gestión.

El hecho diferencial dentro del gobierno madrileño ha sido la bicefalia y la disputa pública permanente entre la presidencia del PP y la vicepresidencia de Ciudadanos, que en los últimos tiempos se zanjó, primero, con el sistemático y humillante ninguneo y, finalmente, con la exclusión de los consejeros de ciudadanos en la antesala de la convocatoria electoral.

Pero, si hay algo que ha caracterizado a la presidencia saliente de la Sra. Ayuso en la Comunidad de Madrid es la conversión del gobierno madrileño en una plataforma política y personal para la oposición al gobierno central de la coalición de izquierdas. Se ha construido una identidad propia alternativa a las identidades de los gobiernos nacionalistas que, como ella misma no se cansa de repetir, se la ha echado a la espalda Madrid y trasciende a un partido concreto como el Partido Popular. Aspira a hacer de Madrid el laboratorio para refundar la derecha. La operación pretende reconectarse con el aznarismo más antidemocrático, el que tuvo su paroxismo en los atentados del 11M y reconvertirlo en un populismo conservador radical de carácter trumpista. Y a eso ha venido Miguel Ángel Rodríguez.

Una identidad sin ninguna restricción propia del sistema democrático y basada en el rechazo, la fobia y el trato de enemigo, tanto en lo ideológico como fundamentalmente en lo personal y en lo emocional, al gobierno de la coalición de izquierdas, y asimismo nítidamente diferenciada de la estrategia y los equilibrios de centroderecha del PP de Casado, con el objetivo de monopolizar la representación y la imagen misma del conjunto de las derechas madrileñas en primer tiempo y españolas en segundo lugar. Un movimiento más parecido al reagrupamiento de Marine Le Pen que a la agrupación de De Gaulle. Sin duda un Casado al que ya dan por amortizado será su próxima víctima.

Una identidad que no se ha construido en torno a una gestión, sino sobre la mera imagen y relato alternativos frente al gobierno central, particularmente en la gestión de la pandemia, y para la que no ha dudado en utilizar los golpes de efecto, muchos de ellos contradictorios, dejando en un segundo plano los contenidos. El relato alegre de la libertad de movimientos y del consumo, frente a la dura realidad del confinamiento y las restricciones por razones de salud pública.

Un relato inicialmente compartido por la mayor parte de los gobiernos autonómicos en el primer estado de alarma, pero que luego todos se vieron obligados a abandonarlo para equilibrarlo con sus competencias de gestión sanitaria a lo largo de la pandemia, y que sin embargo el gobierno de Madrid mantuvo y amplió para hacerse eco de los requerimientos de sectores económicos y políticos, situándose con ello a medio camino entre el negacionismo de la pandemia y la única prioridad de la economía del consumo.

Una estrategia que no le ha impedido sin embargo verse beneficiado por las medidas de salud pública articuladas por el gobierno y las CCAA (junto a la prudencia y la responsabilidad de los madrileños mayores y de los vulnerables), y al mismo tiempo sin perder ninguna ocasión de diferenciarse de ellas como principal abanderada del rechazo de las restricciones, la apertura de la hostelería y la libertad de consumo en una apuesta más o menos explícita por la llamada “inmunidad de rebaño”.

Pero, sobre todo, esto le ha permitido en los momentos más duros de la pandemia, situarse fuera del foco de las consecuencias de la deficiente gestión sanitaria en áreas como la salud pública y la atención primaria, y de los servicios sociales en el Waterloo de las residencias de mayores, y por tanto de sus correspondientes responsabilidades, que o bien ha eludido o ha atribuido a la mala fe o la incompetencia del gobierno central.

Ahora, incluso en plena campaña electoral, en que la Comunidad de Madrid se sitúa entre las de mayor incidencia de COVID-19, así como de saturación hospitalaria y de UCI en esta cuarta ola, los dramáticos efectos de la pandemia y la gestión sanitaria aparecen tan solo como un ruido de fondo con respecto a la prioridad del relato de la libertad y la alegría del consumo.

Si acaso, la única política sanitaria que se asume son los contratos privados y las grandes construcciones como el Zendal. En conclusión, la negación de la realidad social, de la pandemia, la salud pública, de sus restricciones y sus consecuencias. La alegría y el negocio antes que el derecho a la salud.

Todo ello conecta hoy con una campaña dirigida al orgullo y la alegría de saberse madrileños. De considerarse distintos y libres para no preocuparse más que de uno mismo en la sociedad de consumo de los triunfadores y de los que aspiran a serlo. En definitiva, el relato de la apariencia de normalidad frente a la realidad de la pandemia que se deja a la imagen triste y negativa de las críticas de la izquierda en la oposición, con el tópico de siempre de que están contra Madrid. Todo muy del gusto de las élites económicas más poderosas para las que la protección de la salud es una política obsoleta de intervención en un mercado que no puede parar de generarles beneficio. Élites que se expresan, por ejemplo, a través de Esperanza Aguirre, propagandista acérrima de una presidenta sin complejos de ningún tipo, pues el ridículo puede ser un potente activo político en este clima populista.

Un rechazo que se extiende a la política del gobierno central (socialcomunista) y también a su propia imagen, a veces de impotencia y de tristeza, desarbolado como todos los gobiernos del mundo por los embates de la pandemia y de la crisis. Y con ello el rechazo de lo público y de lo progre.

En definitiva, la prioridad del individualismo frente a lo público. La de la libertad banal de 'tomarse una cerveza' al final de un día de perros sin derechos laborales, la de 'cambiar de pareja y no volver a encontrarlo nunca más' sin consecuencias. La primacía obsesiva de la economía, las terrazas y el consumo digital y el olvido de los derechos y los servicios educativos, sanitarios y sociales como competencias esenciales del estado autonómico. En resumen, el menosprecio de los perdedores del sistema económico, de los vulnerables y el abandono de la vejez.

Se trata del populismo de una política para narcisos. La política de las emociones. Del miedo, la caricatura y la deshumanización del adversario, convertido en fobia, del espejismo y de una ilusión de normalidad. Precisamente ahora, cuando el final de esta larga pandemia parece casi al alcance de la mano gracias a la vacunación de los más vulnerables, de nuevo la presidenta Ayuso se sube a la ola de la recuperación para intentar convertirse en su representante en esta campaña, aunque no haya hecho mucho por contribuir a ella, incluso con declaraciones y gestos contrarios a las carencias de la contratación conjunta de la Unión Europea y favorables a la compra unilateral de la vacuna rusa o de la vacunación a demanda, unos gestos que la sitúan con Orban en el mismo terreno de la ultraderecha.

Eso sí, sin mencionar siquiera que el problema de la llegada de las vacunas está en el incumplimiento de los compromisos de las élites multimillonarias que dirigen las farmacéuticas y no en la UE y mucho menos en sus estados miembros o en las CCAA, no sea que sus alianzas entre el capitalismo multinacional y el capitalismo rentista, tan favorecidos por sus medidas de rebajas impositivas y de especulación del suelo, se tambaleen.

Libertad y alegría sí, pero nada de libertinaje, que para Sade es una idea muy seria e interesante.

La campaña de Madrid no es, pues, sobre comunismo o libertad, ya que el comunismo ni siquiera es un actor político que realmente esté presente. Tampoco es Democracia frente a fascismo, pues la extrema derecha ya ha devorado este concepto, aunque esté en su código genético. Estas elecciones son sobre populismo o democracia, que es la disyuntiva fundamental de nuestra sociedad y de nuestro tiempo. Y como esto no ha sido todavía interiorizado por los partidos, Ayuso, hoy por hoy, si no la paran los votos, es simultáneamente el rostro y el sino de los tiempos.

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