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Dimensiones sanitarias de la deshibernación

Varios usuarios del tranvia esperan a que llegue para desplazarse a sus puestos de trabajo aunque se mantiene el confinamiento por el estado de alarma decretado por el Gobierno central para controlar el avance de la pandemia del coronavirus.

José Martínez Olmos / Daniel López-Acuña / Alberto Infante Campos

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El fundamento sanitario de las decisiones sobre la deshibernación de la actividad productiva no esencial a partir de este lunes, y la forma y el momento en que se hará el desconfinamiento gradual, está ocupando y ocupará el debate público y también el científico-técnico en los próximos días y semanas. Han empezado a desatarse controversias al respecto, lo cual es lógico dado el carácter inédito, complejo y necesariamente incierto del periodo que comienza.

El Gobierno haría bien en arroparse, incluso más de lo que ha hecho hasta ahora, si quiere construir una narrativa sólida y creíble para esta nueva etapa. Estamos en una encrucijada en la que es muy importante establecer un proceso de consulta reforzada para buscar las aportaciones técnicas necesarias sobre los factores sanitarios a tomar en cuenta para seguir abatiendo la transmisión del virus y cortar rápidamente cualquier posible rebrote de la enfermedad.

Lo primero es reconocer que el retorno a la actividad de varios millones de trabajadores comporta riesgos, por muy acotados y asumibles que se consideren. Lo segundo es identificarlos y trabajar sin descanso y de la forma más precisa posible por conjurarlos o minimizarlos. Y hacerlo con el mayor respaldo técnico y social posible, lo cual sin duda es elemento de seguridad y confianza para la ciudadanía.

En nuestra opinión, estos riesgos se siguen concentrando allí donde ya estaban: entre los trabajadores de la salud, las personas mayores que viven en residencias y quienes en ellas trabajan y los empleados de los servicios esenciales. A ellos se añaden a partir de esta lunes y martes, los trabajadores de los sectores que reinician la actividad.

Con relación a esto últimos, tal como se ha señalado, los mayores riesgos están en dos lugares: los espacios de trabajo y el transporte colectivo. Por ello, hay que asegurar el máximo rigor en la aplicación de las medidas recomendadas de higiene, distanciamiento físico, uso de mascarillas y otras. Estas medidas van a reducir las posibilidades de contagio. Sin embargo, es lógico suponer que tendremos algunos asintomáticos positivos reanudando interacciones interpersonales, aunque sea parcialmente, y volviendo a su casa con personas que aún se encuentran en confinamiento doméstico.

Por ello, para asegurar que se entienda que la deshibernación de las actividades que vuelven a la normalidad este lunes y martes no significa desconfinamiento será necesaria mucha pedagogía social. Pero probablemente no bastará con eso. Esta labor y la aplicación estricta de las medidas propuestas requerirán el refuerzo de la vigilancia epidemiológica y de la realización de más pruebas para poder detectar y aislar pronto a los transmisores asintomáticos o con síntomas leves.

En nuestra opinión, los potenciales riesgos asociados a la deshibernación pueden mitigarse si se refuerzan cinco tipos de medidas:

-Desinfección, uso recomendado de mascarillas y gel hidro-alcohólico, distanciamiento físico y limitación de aforo en el transporte público.

-Extremando medidas preventivas similares en los espacios de trabajo que no puedan virtualizarse (en el sentido de la guía que se acaba de publicarse)

-Insistir con fuerza en las recomendaciones de higiene (y en el uso de mascarillas) por parte de aquellas personas que ahora se reincorporan al trabajo si conviven con personas vulnerables, sobre todo si se trata de personas mayores con patologías previas, lo cual dificultaría la transmisión intradomiciliaria.

-Reforzar la vigilancia epidemiológica usando no solamente a los departamentos de salud pública de las Comunidades Autónomas sino también a los equipos de médicos de familia y enfermeras de la atención primaria contactando a todos los pacientes de sus listas para identificar a aquellos que reinician la actividad estos días y seguirles muy de cerca, detectando así cualquier mínimo “fuego” y apagándolo de inmediato.

-Hacer la mayor cantidad posible de pruebas durante las próximas dos semanas para aislar positivos que contagian entre sospechosos asintomáticos y colectivos de primera línea y si fuese posible, con la colaboración de sindicatos y empresarios, en las empresas mismas. Es importante subrayar que esto no nos lo dará la encuesta de seroprevalencia, que tiene otros propósitos diferentes.

Sobre el uso de mascarillas conviene continuar reforzando los mensajes que ayuden a su correcta utilización por las personas que vuelven al trabajo, enfatizando los lugares donde es conveniente usarlas, insistiendo en su carácter complementario de las otras medidas. Es muy importante evitar la sensación de falsa seguridad que condicionar una relajación en la aplicación del resto de medidas higiénicas. Al mismo tiempo, hasta que no sea una realidad la vuelta generalizada a la actividad social, es conveniente trasladar mensajes que permitan no generar miedo ni alarma por la no disponibilidad de mascarillas para quienes están confinados en casa. Estas semanas deben servir para que las autoridades consigan abastecer el mercado y evitar que el precio o la disponibilidad puedan ser barreras de acceso cuando comience el deshielo.

Es previsible que, como hemos señalado, en las próximas dos a cuatro semanas se pueda iniciar el desconfinamiento al haberse alcanzado el primer objetivo en la lucha frente a la pandemia de Covid-19: frenar la transmisión del virus y conseguir una situación epidemiológica en la que la aparición de nuevos casos se acerque a 0.

Esto abrirá la siguiente fase de desescalado gradual del actual confinamiento cuya hoja de ruta debe estar a punto para su aplicación en ese momento.

Entretanto, entramos en una fase de transición sumamente crítica que requiere un trabajo muy riguroso en la que hay que incorporar variables epidemiológicas, consideraciones de salud pública, elementos de gestión sanitaria y los mejores análisis de alternativas posibles que incluyan criterios explícitos de factibilidad. Se trata de un proceso inédito que debe disponer de las máximas garantías para evitar dar pasos en falso.

La Oficina Europea de la Organización Mundial de la Salud está elaborando unas recomendaciones generales a este respecto que serán dadas a conocer el próximo jueves 16 de abril y uno de nosotros participa en el grupo de expertos que los está preparando. En ellos se propone un cuidadoso balance entre las realidades epidemiológicas, las capacidades del sistema sanitario y los costes económicos, sociales y psicológicos. Se plantea asimismo la necesidad de contar con un cuadro de mando que mida diversos indicadores epidemiológicos y de gestión sanitaria de la situación.

En ellos se enfatiza la importancia de tomar medidas que permitan la adaptación del sistema sanitario a las nuevas situaciones que se van planteando a medida que se vaya superando el brote epidémico, ya que las tareas no concluyen en el momento de dejar de registrarse nuevos casos y alcanzar una transmisión de 0. A partir de ahí, deberemos asegurarnos de que el sistema sanitario no baje la guardia y esté preparado y listo para volver a responder de manera intensiva si fuese necesario.

La ciudadanía sabe que afrontamos una situación de enorme complejidad, asume que el desescalado va a durar varias semanas y que será un proceso de aplicación paulatina, gradual y por etapas. Pero algo es seguro: estamos ante un nuevo escenario, plagado de complejidades y de incertidumbres, para el que se requieren procedimientos de trabajo más inclusivos (con las Comunidades Autónomas, las sociedades científicas, las organizaciones profesionales, los agentes sociales) capaces de dar mayor solidez y de acotar los riesgos de las decisiones que todos, y sobre todo el Gobierno, habrán de adoptar para ir transitando el “largo pasillo” del desescalamiento.

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