Una insuficiente tregua en el horror
Cuarenta y siete días después de los execrables atentados terroristas de Hamás, que provocaron la muerte de 1.200 personas en Israel –incluidos niños y mujeres– además de casi 240 rehenes, cuarenta y seis días desde que comenzara la cruel y despiadada represalia de Israel que ha causado ya más de 14.000 palestinos muertos, de ellos casi 6.000 niños, además de un número indeterminado de desaparecidos y más de un millón de desplazados, que ha destruido el 45% de las viviendas y casi todos los hospitales y escuelas de la franja de Gaza, ambas partes han acordado un exiguo alto el fuego humanitario con la mediación de Egipto y Qatar y la bendición de Estados Unidos.
Las condiciones son conocidas: Israel paraliza sus operaciones militares cuatro días, mientras se realiza por fases un intercambio de 50 rehenes en manos de Hamás –que serán mujeres y niños– por 150 presos palestinos de los 8.000 que hay en las cárceles de Israel –que serán también menores y mujeres en una primera fase, y hombres sin delitos de sangre después–, y se permite la entrada de cientos de camiones de ayuda humanitaria que esperaban en el paso fronterizo de Rafah. Para los gazatíes es un mínimo respiro en su situación desesperada, sin alimentos, sin agua potable, sin combustible, sin sitio al que huir, bajo un fuego y destrucción sin pausa, inmisericorde –solo el martes hubo 200 muertos por bombardeos–, con adultos y niños muriendo masivamente en los hospitales por falta de electricidad y de medicamentos. Por parte del gobierno israelí es una inaplazable respuesta a la creciente presión internacional en favor de una pausa humanitaria, en especial la recibida desde Washington, que es la que de verdad importa, y también un gesto hacia la exigencia de los familiares de los rehenes para que se dé prioridad a su liberación.
La tregua durará en principio desde este jueves 23 a las 10.00 (hora local) hasta el lunes 27 a la misma hora, aunque podría ser prolongada a razón de diez rehenes liberados por día – contra 30 presos palestinos– pero con un límite, impuesto por Israel, de diez días de tregua y 300 presos liberados. Este arreglo no soluciona el problema de los rehenes, que es el más importante que tiene el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Con el acuerdo inicial quedarían aún casi 200 en manos de Hamás, y con la prolongación máxima, más de la mitad del total. La presión de los familiares es cada vez mayor, y la muerte de un número importante de ellos –ya han muerto algunos, según Hamás por los bombardeos israelíes– causaría un terremoto político en Israel y posiblemente podría costarle el cargo a Netanyahu.
Tampoco cuatro o diez días de pausa van a solucionar la tragedia de los palestinos que viven en la franja de Gaza. El Gobierno israelí ha dejado bien claro que continuará la guerra hasta completar la eliminación de Hamás y asegurarse de que “no habrá nuevas amenazas al Estado de Israel desde Gaza”. No se sabe cuántos niños más habrá que matar para completar la eliminación de Hamás, dado que al parecer 6.000 no han sido suficientes, o si habrá que llegar hasta los 24.000 muertos totales para alcanzar la tradicional proporción de 20 a 1 de las represalias israelíes. Pero lo más probable es que ni siquiera en ese caso puedan acabar con todos los militantes de Hams, que se diluyen y ocultan eventualmente en la población civil.
Tampoco es fácil adivinar cómo va a conseguir el Gobierno de Israel que no haya nuevas amenazas desde Gaza, una expresión que alude claramente al día después del fin de la venganza, y al futuro. Desde 2008 hasta este año ha habido al menos 16 enfrentamientos armados entre Israel y Hamas –incluida una invasión terrestre en 2014– que causaron, según la oficina de asuntos humanitarios de Naciones Unidas, 6.407 víctimas mortales palestinas y 308 israelíes, a pesar de lo cual no se evitó este ataque de Hamas, que ha sido el peor desde la existencia del Estado de Israel. ¿Qué van a hacer ahora? El deseo de las facciones ultranacionalistas, presentes en el Gobierno israelí, de expulsar definitivamente a los palestinos de las tierras que aún les quedan, y anexionarlas sin más a Israel, es inviable; ni Egipto ni Jordania ni ningún otro país están dispuestos a acoger a más de seis millones de palestinos. Una ocupación permanente es insostenible en términos económicos, políticos y militares. ¿Una zona de seguridad? Haría más difíciles los ataques, pero no imposibles. Poner la franja bajo el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina tampoco arreglaría el problema ni garantizaría la seguridad de Israel.
Porque el problema no son los terroristas. El problema es el odio, los terroristas son la consecuencia, y aunque acabaran con todos, surgirían más y quizá más crueles. Del mismo modo que los videos de los ataques terroristas de Hamás empujan a los ciudadanos israelíes a pedir venganza, en la población palestina los padres llorando con niños muertos en brazos, las casas arrasadas, los hospitales destruidos... quién cree que todo eso no va a pasar factura. Las dos partes claman venganza, las dos partes odian. Pero hay una que tiene en sus manos resolver el problema, o poner en marcha al menos una solución que de verdad mire al futuro con esperanza de paz.
¿Qué va a hacer Israel con los palestinos? La situación actual es insostenible, con dos bantustanes, Cisjordania y Gaza, y Jerusalén-este anexionada de facto. Algunos gobiernos occidentales –incluido el español–, siempre exquisitos con Israel por respeto a su poderoso padrino, abogan aún por la solución de dos estados. Pero, ¿esta solución es posible todavía? ¿Va a desmantelar Israel las cerca de 250 colonias y asentamientos que tiene en Cisjordania y Jerusalén-este, y repatriar a los casi 700.000 judíos que viven en ellos? ¿Permitiría un estado soberano y viable –y en principio hostil– rodeando su territorio por el este y el sur? ¿Lo hará algún día sin que EEUU se lo exija con absoluta firmeza y sin margen?
Mientras no lo haga, es evidente que no habrá paz. Las milicias palestinas seguirán lanzando ataques terroristas donde puedan, y todo lo que puedan. Los colonos de Cisjordania seguirán asesinando a todos los palestinos que se les antoje, Israel continuará con sus represalias, y seguirá el dolor, la muerte y la destrucción para todos.
Cabe preguntarse cómo la comunidad internacional, y en particular los tan avanzados, cultos y democráticos países occidentales, que han sido capaces de imponer drásticas sanciones a Rusia por su aventura bélica en Ucrania, no parecen capaces de obligar a las dos partes de este terrible enfrentamiento a prolongar indefinidamente la corta tregua pactada y sentarse a buscar una solución, en línea con los acuerdos de Oslo, que traiga de una vez por todas la paz a este desolador escenario, tal vez con la ayuda de los países árabes moderados. Pero –sobre todo– cabe indignarse al imaginar a los dirigentes políticos que podrían tener el poder de hacerlo, incluidos los de Israel, que se supone que es un estado democrático, viendo en televisión las escenas de la masacre en Gaza, y sentándose después a cenar tranquilamente como si no estuviera sucediendo nada. Si deciden o consienten que la violencia se reanude serán responsables de una situación que solo produce vergüenza, asco y horror.
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