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No soy monógama y no soy un caso de poliamor “real”

Letras con la palabra "amor"

Natàlia Wuwei Climent

Activista bisexual/plurisexual —

Hace relativamente poco me llamaron para ver si me podían hacer una entrevista en un programa de radio para hablar sobre no-monogamias. Bien, en realidad era para hablar de poliamor (evidentemente era el único tipo de no-monogamia que conocían) y fui yo quien intentó generalizar el tema a las no-monogamias. Y es que yo no soy poliamorosa. Intentaré primero introducirme para contextualizarme y contextualizar lo que voy a explicar.

No soy monógama, pero tampoco soy poliamorosa. Me identifico más bien con la anarquía relacional. No entraré en definir ni explicar qué es la anarquía relacional, sino que intentaré explicar qué implica esto para mí en mi vida y cómo construyo mis relaciones. Yo no doy más peso ni importancia por defecto a las relaciones “románticas y/o sexuales”; vaya, lo que normalmente llamamos “relaciones de pareja” o cosas que se puedan parecer. Los grados de importancia que doy a mis relaciones dependen mucho de cada una de ellas, las cosas que comparta o no, etc; pero para mí, porque con una persona no tenga un vínculo romántico ni sexual no hace que lo que comparta con ella tenga menos valor (pueden ser proyectos de muchos tipos, o la convivencia, o proyectos de activismo, de crianza, o simplemente quedar para hablar y filosofar, para dormir juntas y hacernos compañía y compartir afecto emocional y/o físico).

Todas las cosas que comparto con cada relación son para mí de cierta importancia, y las intento tratar con cuidado y valor. Sí que tengo relaciones más importantes que otras, pero no jerarquizo (no pongo normas que afectan directamente a personas que no forman parte de la relación sin que ellas no puedan participar en el proceso de toma de decisiones). No quiere decir que trate a todas de la misma manera, no; cada relación es diferente y tendrá sus tiempos de dedicación, esto dependerá de lo que se comparta, de las personas que formen parte de la relación y de lo que quieran. No tengo ninguna relación con la que comparta todo lo que se suele compartir con una pareja, pero con muchas de mis relaciones comparto algunas cosas que pueden ser “de pareja”.

Pero esto no quiere decir que por defecto “sólo tenga amigas”, que es lo que suele pensar la gente, porque no creo que la etiqueta “amiga” por defecto lleve en ella el valor que para mí toman las relaciones (solamente hace falta que observemos el “sólo” que suele llevar la palabra “amistad” casi siempre delante, como si de una cosa de menos valor se tratara). Creo que el trato que se tiene con las amigas es bastante poco cuidadoso, sin compromisos (o estos compromisos siempre dependen de los compromisos con parejas, que siempre son más importantes) y sin responsabilidad en la relación; podríamos decir que una amiga es aquella de quien puedes pasar durante meses sin informarle de tu “desaparición”, mientras que en una pareja tienes que pasar por todo un ritual de “ruptura” que roza la absurdidad.

Por lo tanto, yo no me muevo en ninguno de estos “polos” o “estados”, sino que intento establecer relaciones más conscientes con cada una de las personas importantes que forman parte de mi vida, y con todas valoro la comunicación, los compromisos, los cuidados, y un largo etcétera (todo lo que a menudo sólo está reservado a las parejas en la mayoría de discursos monógamos o poliamorosos).

Para quien tenía dudas: no, la anarquía relacional no es ir haciendo las cosas como me sale de las narices, sin comunicación, disfrutando de mi libertad personal sin responsabilidad y sin entender cómo afecto a otras personas. Dicho e introducido todo esto, puedo volver a la historia del principio, cuando me llamaron para participar en un programa de radio. El problema me lo encontré ya de entrada cuando me empezaron a hacer preguntas porque querían saber si (como decían ellas) se encontraban delante de un caso de “poliamor real”. Tiene mucha tela que una persona monógama se ponga a juzgar si tu caso es o no “real”; pero más tela tiene el propio concepto de “realidad”, como si se pudiera establecer una “norma” poliamorosa que dijera quién es más real que quién. Y como veremos, la “norma” que seguían era el propio pensamiento monógamo.

Una de las primeras preguntas que me hicieron fue si yo tenía familia. Delante de esta pregunta, y con mi ingenuidad, les respondí que sí, que tengo una madre, un padre, una hermana… Después de mi ingenua respuesta, la personas que me estaba preguntando me insistió en que quería saber si yo tenía una familia, no de origen, sino de esas que se crean de la forma más tradicional. Vaya, que si tenía marido o novio (también en un marco muy heterosexual) e hijas. Cuando me di cuenta de la pregunta, respondí de forma muy rápida: “No tengo hijas, ni tampoco pareja”.

La persona que me estaba hablando desde su pensamiento totalmente monógamo debería pensar: “Claro, así es muy fácil definirse como no monógama, ¡total no tiene relaciones!”. Aquí nos topamos con uno de los grandes del pensamiento monógamo: cuando alguien dice “relación” todas piensan en “relación de pareja”, y cuando hablamos de “familia” se trata de tener una pareja y criaturas (con esa pareja). Me preguntó después: “¿Pero cuantos años tienes?”, suponiendo que era una adolescente que aún no había seguido el camino marcado por la sociedad. “37”, le contesté. Vacío existencial al otro lado del teléfono y suspiro de no entender nada.

De forma muy poco tímida mi interlocutora me comentó que les interesaba mucho más encontrar una persona que tuviera familia, ya que se trataría de un caso de poliamor “real”, y que mi caso no era demasiado interesante ni “creíble”, porque no era demasiado realista al no tener pareja/s. A partir de aquí era imposible razonar. ¿Cómo le explicaba yo a esta persona que no tengo parejas pero que me muevo con una configuración relacional compuesta de personas que son muy importantes para mí y con las que comparto cosas “de pareja”, pero con ninguna de ellas “todas las cosas de pareja”? Sobre todo cuando te coge desprevenida (no me esperaba que alguien que se interesara por la no-monogamia me diría cosas como estas).

Lo intenté, que conste, pero lo que querían, claramente, era un caso de una pareja que tenían hijas y que habían abierto la relación porque “su pareja les había permitido estar con otras”. Yo no tenía nadie que me diera o me quitara permiso, y esto, para el pensamiento monógamo, no es real, no es una relación de verdad. Según la mirada monógama, las relaciones no monógamas se tienen que basar también con el ideal de pareja, sólo que existe un permiso explícito de tu pareja para poder estar con otras personas (la mayoría de veces estipulando unos límites). Para el pensamiento monógamo las relaciones que no son de pareja no son “relaciones” son “solo amistades”.

Finalmente, hablando con esta persona llegamos a la conclusión de que más o menos yo podría encajar, aunque me pidió que por favor buscara un caso más “real” que me pudiera acompañar. El problema es que no suelo llevar casos “reales” en el bolsillo, en el bolso, o de complemento, cosa que dificulta la tarea de buscar de forma objetificadora un caso concreto de alguna cosa que se parece a la monogamia pero con un toque exótico. Por lo tanto, decidió ir a la mía, y seguir. “Sí, sí, ya lo buscaré”.

La segunda vez que me llamaron estaba un poco más preparada (al menos ya no creía ingenuamente que respetarían mi forma de vivir las relaciones sin definirme como más real o menos). Esta vez no me llamó la misma persona, sino una compañera, que automáticamente a la segunda frase me dijo: “Me ha dicho mi compañera que eres soltera”. Aquí me saltaron todas las alarmas y de mi cabeza empezó a salir humo. De hecho, lo que mi cabeza vio de golpe fue toda mi red afectiva (las personas que configuran mis relaciones importantes) negada totalmente, como si no existiera, como si no fueran nadie, borrada, erradicada. Un drama para mis sentidos.

Salté rápidamente: “¡Yo no soy soltera!”. Delante de mi rápida respuesta, la otra persona me comentó: “Bien, mi compañera me dijo que no tenías pareja”. Yo, que estaba en el autobús en ese momento, empecé a explicarle cuál era mi forma de relacionarme, intentando hacerle entender que, si no pretendo tener parejas y que hay personas que son muy importantes en mi vida, el propio concepto de soltería es absurdo.

El concepto de soltería proviene también del pensamiento monógamo, donde hay dos estados posibles para una persona: con pareja o soltera (el bueno y el malo). Rompiendo con una es inevitable que la segunda acabe siendo un concepto bastante absurdo de aplicar en tu vida. ¿Son mis relaciones menos importantes porque no las llamo parejas? ¿Soy soltera porque no llamo a ninguna persona “pareja”? Lo más fuerte de todo es que para intentar explicar esto a esa persona tuve que entrar en detalles personales de mi vida: si tenía sexo o no, o sobre cómo compartía intimidad.

Al pensamiento monógamo también le gusta mucho resaltar un tipo muy concreto de amor: el amor romántico, y/o el amor de pareja. El resto de amores, de afectos, quedan totalmente invisibilizados, menospreciados y dejados a de lado. Pero, intenta explicar esto en un programa de radio de 20 minutos donde hay tres entrevistadas más. Por este motivo, cuando en un momento dado durante el programa se me preguntó sobre el amor de pareja y su importancia, mi respuesta fue volver a marear al personal: “Sí, el amor es importante, pero tenemos que dejar de hablar solo de amor de pareja, hay muchos otros tipos de amor también, de los que siempre nos olvidamos y dejamos de lado, como el afecto entre compañeras, amigas, u otras relaciones importantes de tu vida”.

Tengo que admitir que como activista la situación y la historia que viví fueron muy provechosas. Esta vivencia me ayudó a entender un poco más cómo funciona el pensamiento monógamo y cómo se expresa. No es que haya sido la única experiencia, tengo casi cada día. Pero a esta en particular le tengo estima, porque pasé de detestar que me dijeran que yo no era un caso “real”, a entender y aceptar que no quería ser un caso “real” si la “realidad” se podría definir como “la obligatoriedad de tener pareja y familia y solo reconocer un tipo de amor como verdadero”. Así que, en un acto de reapropiación, me reafirmo: soy anarquista relacional, no soy monógama, y no, no soy un caso de poliamor “real”.

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