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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Mujeres malas, calcetines sudados, mierda de reno

Pancarta de la concentración feminista del 8M en la Puerta del Sol: "Unidas".

Luna Miguel

Querida Mamá Noel,

me gustaría decirte que este año he sido buena, pero no. Para nada. Si te soy sincera, he hecho muchas cosas que a tu querido esposo no le gustarán demasiado.

En 2018 he salido a la calle a gritar cuando han dejado libres a unos delincuentes después de violar a una compañera. He encontrado en Twitter, bajo descorazonadores hashtags, historias durísimas de mujeres vejadas, insultadas, machacadas. He admirado la entereza de mis compañeras de oficina al dejar la página web de nuestra compañía en blanco durante el 8 de marzo. He admirado también a mis tías: a Leti, a Elena, a Belén, a Helena, cuando en las comidas familiares acaparaban la conversación con opiniones sobre el ensayo feminista de Virginie Despentes o el de Chimamanda Ngozi Adichie. He leído casi exclusivamente novedades editoriales firmadas por mujeres: Cristina Morales, Kopano Matlwa, Sara Mesa, Johanna Connors, Eva Baltasar. He leído igualmente un libro de Paula Bonet con el que la artista derribó el tabú sobre nuestros abortos —los espontáneos, pero, ojo, también los voluntarios—. He publicado, como sabrás, mi propio libro, en el que una niña abusada se venga de su Humbert —y me han preguntado tantas veces si esa niña era yo, y tantas otras he mentido diciendo que no lo era—. He llevado un pañuelo verde en el cuello junto a mis amigas argentinas. He reproducido mil veces el espectáculo de Hannah Gadsby, el de Mrs. Maisel, el de Malena Pichot. He llorado con las columnas de la activista trans Alana Portero. He venerado la militancia de la trabajadora sexual María Riot. He celebrado el escepticismo necesario de Aloma Rodríguez. Y también he escuchado los reclamos de Sandra Sabatés desde el su periodismo mainstream, o los de Antoinette Torres desde su pequeño medio afrofeminista.

Querida Mamá Noel,

¿recibiré algún regalo después de reconocer mis pecados?

¿A ti te parece que he sido tan mala?

¿Te resulto tan nauseabunda como dicen los que retan a las de mi calaña, tan feminazi, tan estúpida?

Reconócelo: tú que has sido creada a imagen y semejanza de un mito invernal. Tú que naciste única y exclusivamente para ser bondadosa. Tú que eres descrita como la que limpia y prepara. Como la que cocina galletas para cientos de miles de elfos. Como la que lava calcetines húmedos de sudor y heces de reno al acabar la Nochebuena. Tú que en los cuentos y en las leyendas sólo eres “la que acompaña”, “la que vigila”, “la que alimenta”. Tú, Mamá Noel, Señora de Santa, señorita Goody, ¿no te gustaría ser también un poquito mala? ¿No te gustaría llevar en las manos una pancarta de letras violeta? ¿No te gustaría aparcar el dulce horneado de tus jengibres, por un instante, y decirnos qué se siente al ser el eterno personaje secundario de estos días en los que las mujeres cocinan, compran, cargan, madrugan y cuidan en exceso? Dímelo. Por favor: necesito saber si lo haces porque te gusta o porque te obligan. Pero te busco incesantemente y no te encuentro. Apareces tan levemente en los cuentos de Navidad, que ni siquiera sé ya si existes más allá del florero. Me gustaría pensar que sí, que al menos tú si estás ahí, no como las madres muertas de todas esas historias de princesas que nos cuentan a la edad en la que los más pequeños creen en Santa y en ti.

Querida Mamá Noel,

qué extraño, ¿no? Qué extraño que las madres de los cuentos siempre estén muertas. Pero en 2018, un año especialmente violento a lo largo y a lo ancho del mundo para con las mujeres, lo he comprendido. ¿Y si las madres de los cuentos están muertas porque, como pasa en la vida real, los padres de los cuentos las matan? Perdón. Otra vez estoy delirando. ¿Ves? Mi maldad es incorregible. Ahora que dudo de todo. Ahora que me han enseñado a no callarme. Ahora que sé que hemos perdido a Laura. Ahora que el juez tampoco cree a las temporeras. Ahora, querida Mamá Noel, sólo puedo suplicarte un regalo: únete. Ayúdanos. Vamos a cambiar para siempre nuestro relato.

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