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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Arrimadas no tiene quien la quiera

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, en la tribuna del Congreso.

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Inés Arrimadas no tiene quien la quiera. Ni dentro ni fuera. Ni en la política, ni en los medios, ni en los despachos de los grandes empresarios. Qué tiempos aquellos de vino y rosas en los que los panegíricos eran diarios, los duplex con las televisiones, cada 10 minutos y las columnas de los medios amigos, siempre laudatorias. En este país en el que enterramos muy bien a los muertos tampoco se nos da mal convertir la nada en el todo y viceversa. 

Hay infinidad de ejemplos recientes y remotos. ¿Quién era Ayuso antes de formar gobierno y en quién la han convertido ahora algunos medios? De candidata por accidente y desconocida asesora de los gobiernos de Aguirre a heroína de una España dentro de España, adalid del liberalismo, látigo del Gobierno “bolivariano” y “totalitario”...  ¿Quién era Sánchez? De concejal anónimo y asesor aplicado de la fontanería de Pepe Blanco a hacedor del primer Gobierno de coalición de la democracia o el milagro de una izquierda siempre fraccionada y a la gresca. ¿Alguien se acuerda de Albert Rivera? ¿De Soraya Sáenz de Santamaría? ¿De Susana Díaz? ¿Y de tantas páginas de bochornoso enaltecimiento y verbos laudatorios?

El caso es que desde que el inflamado riverismo ha decidido que Arrimadas es una traidora y una coartada “patética” para Sánchez y la izquierda, un peligro para la consolidación del bloque de la investidura, no hay día en que la líder de Ciudadanos pueda asomarse al universo mediático-político sin llevarse un disgusto. De ahí que no sepa si sube o baja, si ha de apoyar o no los Presupuestos de Sánchez, si debe mantener una posición central en el tablero o regresar al extremo junto a Abascal.

Entre los restos del naufragio que ocasionó Rivera, unos ya se han pasado con armas y bagajes a las otras derechas y otros sopesan el momento oportuno para dar el portazo y buscar acomodo en otras siglas. El caso es seguir viviendo de la política y mantenerse en el foco mientras en el PP y en Vox se frotan las manos con el espectáculo de quienes llegaron para un rato a la vida pública porque ellos eran “profesionales liberales” que no necesitaban la política para vivir y ahora, sin embargo, aspiran a mantenerse bajo el manto protector de un escaño, una dirección general o un acta de concejal.

La presidenta de Ciudadanos ha pretendido girar para ofrecer un nuevo perfil a su partido, ganarse la supervivencia y aumentar su autonomía respecto a sus competidores de bloque, pero no se lo permiten ni unos ni otros. 

De un lado, Iglesias está empeñado en excluirla de la foto de los Presupuestos y ha usado a Bildu en una operación sincronizada con Otegi no sólo porque quiera consolidar el bloque de la investidura o involucrar a los abertzales en la “dirección de Estado”, sino porque piensa en largo para que en el futuro el PSOE no tenga otra elección que mirar a su izquierda. Dicho de otro modo: hay que volar todo posible puente de entendimiento entre Sánchez y Arrimadas para que la actual coalición de gobierno tenga posibilidades más allá de cuatro años. Lo contrario convertiría a Unidas Podemos en una fuerza irrelevante y al PSOE, en un partido con posibilidades de pactar con los liberales. Si es que para entonces, claro, queda alguno en las filas de Ciudadanos y Arrimadas ha sido capaz de sobrevivir a las embestidas de quienes un día decidieron que era la esperanza blanca de la política y hoy la consideran una rémora. 

De momento, con gran cabreo y aspavientos de sus críticos, ha vuelto a reiterar que no se levantará de la mesa de negociación de los Presupuestos, aunque se elimine que el castellano sea lengua vehicular en la enseñanza o Bildu haya anunciado su apoyo a las cuentas. “Aquí tienen, una mano tendida hasta el final. Estoy haciendo lo correcto”, le dijo a la ministra de Hacienda en un mensaje dirigido a propios y extraños sobre el rumbo que quiere imprimir al partido y minutos después de que el independentista Rufián advirtiera a María Jesús Montero que “no querer a la derecha no es un veto, sino auto protección” de la izquierda.

Lo que hay detrás de la escena y del ruido cortoplacista es exactamente eso: que el PSOE tenga o no en el futuro otros  posibles socios de gobierno o si por el contrario la alianza entre las izquierdas, también con las de Catalunya y País Vasco, puede no solo perdurar, sino reeditarse en los gobiernos regionales.

Arrimadas representa justo el escenario que no quiere ni la derecha ni la izquierda que hoy apoya a Sánchez. De momento, el PSOE se deja querer por unos y por otros en busca de un apoyo transversal para los Presupuestos que, en su primer trámite parlamentario, ha sumado el apoyo de partidos tan dispares como Unidas Podemos, ERC, Ciudadanos, PNV, Bildu, Más País, Nueva Canarias, el Partido Regionalista de Cantabria, Teruel Existe, Compromís y cuatro diputados del PDeCAT. Y, por si acaso, la ministra Montero, agradece la “valentía” de Arrimadas por el nuevo rumbo imprimido a su partido y el aguante demostrado ante las presiones internas y externas, al tiempo que declara su confianza en el liderazgo de la presidenta de Ciudadanos. 

Todo mientras Arrimadas trata de encontrar su lugar en el mundo y no encuentra quien la quiera en el arco parlamentario, salvo de momento -hasta que pasen las elecciones de febrero y se despeje el tablero catalán- el PSOE de Sánchez.

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