Ayuso: ¿refuerzo o principio del fin?
De los itinerarios posibles, el caso Ayuso en la Universidad Complutense va siguiendo el peor previsto: desproporcionado eco mediático, profundamente sesgado en su mayoría. Victimismo intenso para potenciar de nuevo su figura. Hay mucha gente interesada en seguir alimentando el producto de éxito que es, hoy, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Numerosos seguidores que se tirarían por un barranco si ella se lo mandara, aunque ocurra ya cada vez menos dadas las realidades que ven en el Sistema Público de Salud, por ejemplo. La gestión de la sanidad, con la inversión menor por habitante de todo el Estado y las trabas que se ponen a los profesionales, es ya un grave escollo para Ayuso. La cacicada del premio en la Universidad Complutense, cómo se ha gestado y las reacciones siguientes, puede ser otro error determinante a medio plazo.
El PP (el jefe Aznar y los demás) no querrán prescindir voluntariamente de ese foco de continua propaganda, de mantener el control de la Comunidad de Madrid que tantos frutos les ha dado durante décadas, pero Ayuso se ha desbordado a sí misma y no es descartable que la apeen del poder las urnas. Bastaría con que no ganara. Por muchas que sean las quiebras y enfrentamientos de la izquierda (o asimilados), Mónica García de Más Madrid tiene el gancho suficiente, máxime si lograra armar un consenso y Ayuso no deja de abrasar su propia imagen.
Fuera de sus incondicionales, que son muchos, la verborrea y equivocaciones de Isabel Díaz Ayuso son una bomba que puede arrasar con ella o encumbrarla como diosa del trumpismo español, lo que llevaría a un escenario dantesco dados los perfiles que va adquiriendo. Europa, aunque tan poco enérgica en estos casos, no ve con gusto más pseudofascismos populistas de este corte.
Ayuso ha conseguido ocupar portadas, programas de espectáculo periodístico y tertulias a cuento de lo ocurrido en la Complutense. Lo tratan con notable sesgo, ocultando datos. Más de 1.500 profesionales académicos y centenares de alumnos protestaron. Ha habido varias dimisiones de altura. Se ha mostrado un fondo verdaderamente turbio en esa universidad donde el rector, Joaquín Goyache Goñi, se saltó los procedimientos para elegir por su cuenta a Ayuso. “La manipulación e instrumentalización del escándalo era el fin último”, dicen en un comunicado profesores del claustro. Los indignados por la arbitrariedad impuesta no son todos de Podemos, ni sanchistas enviados por Moncloa, como dice Ayuso, cayendo ya en lo más burdo de exculparse atacando.
Si se piensa sensatamente, no puede ser alumna ilustre de Ciencias de la Información una persona que denigra el periodismo como demuestra el desmantelamiento como televisión objetiva de Telemadrid. Ni de Educación, cuando propicia con dinero público muy precisas universidades privadas o las becas escolares para ricos con el dinero de todos.
La evolución del tema ha sido reveladora también. Intelectuales de la propia universidad creyeron que Ayuso no aceptaría el título habiendo cosechado tal rechazo del alumnado y la comunidad académica. En el rector debían confiar poco, no pensaron que daría marcha atrás. Pero allí se plantó Ayuso con una Facultad blindada por policías, yo misma lo vi, y el dispositivo era de mucha envergadura. Para que reciba un premio una política, demasiada.
Ella había despreciado el domingo a la oposición con los tintes ofensivos que suele: “Si dejamos que esto siga en manos de una minoría rabiosa, vaga, egoísta, ofendida, antisistema y que odia todo lo que hemos construido, no iremos a ningún sitio”. “El próximo 28 de mayo solo hay dos opciones. Toca elegir o Sánchez o España”, destacó. Persiste en la confrontación que la impulsó tras unos mediocres resultados en su primer concurso electoral: ella es Madrid y se presenta frente a España, cuyo gobierno progresista desprecia. Porque Madrid con ella es España, y parece ser que el trabalenguas gusta.
Esa minoría a la que aludía demostró ser mucho mayor y de más anchos horizontes en su rechazo a la distinción que de tal forma empuerca a la Universidad Complutense. Pero Ayuso se paseó en actitud teatral dolida (y después con la soberbia que la caracteriza) por las cámaras y micrófonos. La culpa, ya saben, es de todo el mundo sospechoso de ser de izquierda y jamás de ella.
Hace falta ser muy torpe, si me lo permiten, para tragarse sus acusaciones. Pero Ayuso tiene el mejor cómplice en los medios: ella acusa (sin pruebas), los otros dicen que no, y ya han “informado”. Como harían con Goebbels y el rabino de Varsovia, según el argumento fijado por la periodista Olga Rodríguez.
Ayuso llena radios y pantallas, si alguna vez ha dejado de hacerlo. Y vuelve a flotar en el ambiente la terrible masacre de los geriátricos, que cuenta con apasionados exculpadores de Ayuso. A algunos chiringuitos mediáticos se les ve como pollos sin cabeza viendo cómo mantienen el tinglado, buscando datos que “desmonten las acusaciones contra Ayuso” en todos los campos controvertidos de sus políticas. 0 presentadoras y tertulianas que ponen a trabajar la lavadora con el jabón de los bulos e indisimulada pasión.
En general, no actualizan contexto, ni siquiera en la soflama previa a la manifestación ultra del sábado: Al borde de la guerra civil nos llevaba Sánchez, dijo, y sus devotos terraplanistas intelectuales se lo comieron hasta dentro como se evidenció en Cibeles.
Es muy peligroso todo esto. Tiene consecuencias devastadoras. En muchos casos no se protesta por una diatriba política, aunque política sea destruir la sanidad pública. La indignación es por las consecuencias. Piel muy fina para los insultos y ni un gramo de piedad, siquiera de sensibilidad, para los víctimas reales de tanto descalabro.
Ayuso va camino de ser subida a los altares como mártir, a tenor de las interpretaciones del concepto violencia. Muchos se apuntan --hasta el portavoz Sémper del PP- a condenar la protesta “contra quien piensa diferente”. No, en el caso de la presidenta de Madrid no es lo que piensa sino lo que hace. Y es nocivo confundir una crítica airada con la violencia. Violencia es dejar morir sin asistencia médica a miles de ancianos sujetos en sus habitaciones sin poder salir y suplicando hacerlo, como acreditó Médicos Sin Fronteras. Y que a nadie le quepa duda de que es violencia lo que se está perpetrando contra la sanidad pública. Por supuesto, eso se dirime en las urnas, no gritando. Si hablásemos de un terreno ideal con una sociedad educada en ciudadanía que no sufre presiones y agravios de parte alguna. Precisamente Ayuso se emplea en ejercer una constante siembra de discordia con sus bulos y agresividad a quienes, en este caso si es porque piensan diferente. Es experta en rociar de gasolina la actualidad y echar encima una cerilla encendida.
Y cuidado con tantos apuntados a manipular las palabras y las emociones: no ayuda precisamente a la tranquilidad. Lo mínimo exigible es enfocar estos asuntos como adultos y con honestidad. No le hacen ni un favor personal a su equilibrio, al fomentar el victimismo y seguir sin pedirle responsabilidades por el daño cierto que hace. Recuerdo a la primera Isabel Díaz Ayuso, insegura, quejándose de que todo cuanto decía molestaba a la gente. Alguien le debió decir que ésa sería su fuerza, pero que haya perdido de tal forma la distancia de su discurso con la realidad nos sitúa en un problema serio. Puede serlo incluso para el PP, aunque la deriva con Feijóo tampoco da muy buen agüero. Los experimentos de este tipo, con alguien que se cree los vítores que recibe como icono pop, y con miles de aduladores coyunturales, acaban mal siempre, al menos hasta ahora. Léase Trump o Bolsonaro en el pasado reciente, y no digamos más atrás. La clave es que el daño no sea para todo un pueblo, para toda una sociedad.
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