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Ayuso o cómo ser víctima te hace imbatible

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una fotografía de archivo. EFE/Javier Lizón

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Lo que ha sucedido en el Partido Popular merece que nos detengamos a pensar cómo han funcionado los sistemas mentales de mucha gente. En mi opinión, ni había un hartazgo previo contra Pablo Casado, ni un entusiasmo generalizado en toda la militancia nacional del PP hacia Ayuso, más allá de Madrid, para justificar la forma en que se está desarrollando la crisis. 

Creo que el resorte emocional se ha activado logrando presentar a un abusador (Casado) y a una víctima (Ayuso). Y en esto me quiero detener. Tanto los medios de comunicación como el modelo de estereotipos de Hollywood tienden a encasillar moralmente a los protagonistas. De ello habla el psiquiatra Pablo Malo en su libro Los peligros de la moralidad. Pablo Malo dice que cuando vemos a alguien que hace algo malo (agente moral) deducimos que hay alguien que sufre su maldad (paciente moral); y cuando vemos a alguien que sufre deducimos que hay alguien responsable o culpable de ese dolor. El siguiente paso mental es convertir esos dos perfiles en compartimientos estancos. No se puede ver al villano nunca ya como víctima, ni nunca a la víctima con responsabilidad de malo. Obsérvese que la diferencia no es entre bueno y malo, sino entre víctima y verdugo, es decir, el pasivo y el activo. 

Los abogados que deben defender a un cliente saben que lo importante no es tanto contar que hizo cosas buenas, como presentarlos como víctimas, de agresión, de violación, de maltrato, de pobreza. Esto hace, dice Malo, que el juez vea al individuo como paciente moral (víctima) y lo aleja de la imagen de un agente moral (villano). Esto se ve en las políticas identitarias que establecen grupos de opresores y oprimidos. 

Cuenta el ejemplo de los aborígenes australianos, que ya han sido considerados y catalogados como víctimas (de los blancos, del colonialismo...) y, por tanto, no pueden ser agentes morales perpetradores de nada. Pues bien, las mujeres aborígenes están intentando denunciar la situación de acoso y abusos sexuales que están sufriendo a manos de los hombres de su comunidad y nadie les hace caso, los medios de comunicación no les prestan atención. Porque los hombres aborígenes ya han sido declarados víctimas, no es fácil ahora llevarlos a la condición de verdugos, y no se puede ir contra víctimas. 

Recuerdo una entrevista de varios periodistas a las protagonistas de la película Carmen y Lola. Como se recordará, trataba de dos mujeres de etnia gitana que descubrían su homosexualidad. Las actrices no eran profesionales y, efectivamente, eran gitanas en su vida real. Una de las protagonistas le contaba a los periodistas lo agradecida que estaba con su marido porque le había dejado realizar la película. Ninguno de los periodistas, alguna mujer, le respondió que no había nada que agradecer al marido, que formaba parte de su derecho poder hacer esa película sin pedirle permiso a su marido. Para los periodistas, enfrascados en la defensa de homosexualidad y la gitaneidad, entrar en ese momento a acusar al hombre gitano de machismo era embestir contra un colectivo víctima (de racismo, de marginación, de pobreza). Y así coló en un ambiente de entrevista progresista la barbaridad machista de agradecer a tu esposo que te deje trabajar en una película. 

La relación que veo con el asunto Casado-Ayuso es que, desde el momento en que la dirección del PP hace pública la denuncia de corrupción y de trato de favor del gobierno madrileño al hermano de la presidenta, se logra acuñar el imaginario de Ayuso como paciente moral (víctima) y Casado como agente moral (verdugo). Y las víctimas, ya lo hemos dicho anteriormente, ya no pueden ser vistas como malvadas. 

Es por eso que la sombra de la corrupción de Isabel Díaz Ayuso se disuelve entre la militancia y simpatizantes de la derecha, solo se le puede ver como inocente víctima, por muchas pruebas de corrupción en la adjudicación de contratos, precios inflados y favoritismo hacia su familia. Una vez que ves a Heidi sufrir todos los abusos y las duras condiciones de la vida en la montaña, no te la puedes imaginar matando a una ovejita. 

Una vez más, los marcos mentales se han mostrado más valiosos para hacer política que las realidades. Hace unas semanas asistimos a una guerra mediática en torno a Alberto Garzón donde las armas y la munición eran, además de los bulos, los marcos mentales, las tribus (urbanos contra rurales, carnívoros contra vegetarianos), la adhesión de medios y redes a un bando o a otro de forma incondicional. Todo menos debate racional en torno a hechos concretos. En el conflicto del PP, de nuevo la realidad -corrupción en la compra de mascarillas, trato de favor a un hermano de la presidenta-, se queda a un lado para basarse solo en un marco: el de Ayuso víctima inocente y Casado verdugo culpable. 

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