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Rajoy nos pregunta: ¿tanto cuesta ver lo evidente?

Begoña Huertas

Con algunas de las fotografías del archivo personal de la pintora Frida Kahlo, el Museo Casa Azul y la editorial RM coeditaron un precioso libro: Frida Kahlo: sus fotos. De todas las que allí aparecen, a mí una de las que más me inquieta es esta. En ella, Kahlo está acostada junto a alguien, junto a una Persona no identificada. Una desconocida. Las sábanas están arrugadas y se percibe el calor. Esa cama deshecha y ese sol que debe pegar fuerte allí afuera, en la tarde mexicana, probablemente tras una sobremesa demasiado larga y generosa en tequilas. La foto muestra el vaso caliente entre los dedos, la resaca ya encima y el dolor de cabeza insoportable. La ropa que molesta y no corre un soplo de aire.

¿Sí?

No.

Si nos fijamos bien, en realidad las dos mujeres llevan chaqueta, por lo que la temperatura no puede ser muy alta. Quizás a la desconocida le duela la cabeza, de acuerdo, pero también puede ser que el disparo de la cámara le haya pillado justo arreglándose el pelo. En cualquier caso, esa “persona no identificada” que de alguna manera nos agobia con su gesto no es una desconocida para Frida, que desde luego está impávida y fresca como una lechuga. De hecho no tiene un pelo fuera de su sitio y, si miramos bien, las sábanas no están arrugadas, es que realmente ni se ven. Tampoco nadie sostiene ningún vaso.

Todo este “juego” da pie a preguntas interesantes: ¿Cómo hay que mirar para ver lo que es y no lo que parece? ¿Cómo aprender a mirar para ver aquello que de verdad es aunque no te guste o, al contrario, cómo reconocer que no es cierto aunque adores lo que estás viendo? La película Stockholm (muy recomendable) habla de todo esto. A cada uno de los protagonistas le cuesta ver la realidad del otro, y en ese caso no es sólo por la ambigüedad inherente al ser de cualquier persona, que puede reunir varios factores contradictorios a la vez, sino por la actuación que uno desarrolla ante el otro. Pero esto no sólo pasa en las relaciones personales, también ocurre con los relatos sociales.

Respecto a la monarquía, todo va bien y así se muestra: el rey balbuceando pero de pie tras su atril, la infanta sonriendo ante su visita voluntaria al juez, las uñas divertidas de la reina pintadas de rojo y estrellitas, el príncipe que quiere ser tu amigo. Todo va bien pero se está desmoronando, solo hay que saber mirarlo.

Los políticos, el poder dominante, insisten en hacernos ver que vamos por buen camino, que de hecho no hay otro. ¿De verdad no lo hay o lo han dejado fuera de foco para ocultarlo? ¿Está camuflado tras una sábana negra de desgracias y caos? ¿Es todo un truco de magia para impedirnos verlo?

Para los buenos magos resulta extremadamente sencillo hacer ver al cerebro del espectador algo que no existe, y también lo contrario, conseguir que alguien tenga algo a un palmo de sus narices y no sea capaz de verlo. Su magia sería una combinación de conocimientos neurológicos mezclados con una verborrea magnífica.

En nuestro país ni el actual presidente –en fin- ni ninguno de nuestros políticos son precisamente buenos narradores, tampoco el servicio de relaciones públicas de la monarquía es que domine el campo del relato. En realidad, a todos se les ve el truco: se ve la mano vacía donde ellos señalan la copa de champán. La gente sale de su situación de pobreza cuando tiene un trabajo, dice Mariano. Quiere que veamos en la mujer recogiendo cartones a una familia de clase media. Igual que pretende que veamos a los marroquíes obligados a emigrar para ganarse la vida como unos delincuentes. “¿Tanto cuesta ver lo evidente?”, se jactaba Rajoy esta semana en el Debate de la Nación. Pues sí, señor, cuesta ver lo evidente cuando eso tan “evidente” no existe. ¿O será que los millones de parados ocultan “la evidencia” de la recuperación?

Pero es que ni sometiéndonos a una hipnosis colectiva veríamos “lo evidente” que quiere que veamos Mariano Rajoy. Al parecer, en el ejercicio de la hipnosis se puede engañar a una parte del cerebro, sin embargo en todo momento hay un “observador oculto” que no pierde la perspectiva de la realidad (otra recomendación: Michael Shermer, Las fronteras de la ciencia, Alba Editorial) . Y así es como partiendo de una fotografía inquietante llegamos a una pregunta no menos turbadora: Piensa en todos los años pasados, ¿qué ha visto ese espectador oculto que “tú” has ignorado?

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