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Cambiar de nombre para seguir siendo el mismo

Ruth Toledano

Una de las cosas más delirantes que ha traído consigo la Operación Taula es la ocurrencia que tuvo el PP valenciano de cambiarse el nombre en la Comunitat. Con la falaz excusa de empezar de cero, querían seguir siendo los mismos sin que se notara tanto lo que son. Como si fuera posible camuflar bajo otras siglas una identidad inconfundible. Los piratas hacían eso con los barcos que apresaban: les cambiaban el nombre para que fueran menos reconocibles. Pero el barco era el mismo.

Rita Barberá, la capitana del barco de la corrupción del PP valenciano, sigue siendo la misma también, aunque asistamos, con una indignación que debiera materializarse en la exigencia sin condiciones de su dimisión, a un blindaje en el Senado que impedirá que pueda ser procesada. Pocas veces, y ya es difícil tratándose del partido de la gaviota y ahora de Rajoy, se han alcanzado cotas tales de escándalo como el que se va destapando en Valencia. Que ahora sus dirigentes vengan con la desfachatez del cambio de nombre es una tomadura de pelo con la que han pretendido que nos tragásemos que no sabían nada de los delitos que, de manera organizada, generalizada y sistemática, ha cometido la banda mafiosa que tenían en el poder. Nos consideran más idiotas de lo que ya somos.

Cuando este país recupere un mínimo de decencia y Rita Barberá acabe en el banquillo, sabremos hasta dónde llegó su participación en el robo masivo de los suyos a las arcas valencianas. De momento, tenemos constancia, a través de la web Ritaleaks que creó Compromís, de unos gastos cuyo exceso es una vergüenza, como las noches de hotel a 700 euros que Rita Barberá se permitía con cargo a los fondos públicos. El colmo del descaro es que todas esas facturas eran validadas por la propia hermana de la ex alcaldesa, que era la jefa del Gabinete de la Alcaldía de Valencia: Asunción Barberá.

Mientras tanto, Pedro J. Ramírez, que sigue siendo el mismo aunque su periódico tenga otro nombre, publica un titular repugnante para contribuir al linchamiento del concejal madrileño Guillermo Zapata por parte de una derecha antidemocrática: “El concejal Zapata contrata como asesora a la pareja con la que abortó”. No se puede caer más bajo. Traer a colación un hecho tan doloroso como el que el propio Zapata relató, que no tiene nada que ver con la noticia que se titula y que busca añadir presunta porquería a toda la que ya le han echado encima al concejal, va más allá del amarillismo: es una vileza. Hasta el PP lo ha condenado.

Pero, más allá del titular, está lo que Pedro J. Ramírez calificó después en un tuit como “lo esencial”: que Nuria Sánchez, la persona que Zapata ha contratado como asesora del distrito que preside, fue su pareja (ya no lo es). Su pretensión era alimentar la campaña de acoso y derribo contra Zapata, en la línea de no asumir los resultados de las urnas y tratar de destruir, política y personalmente, a los cargos electos. En lo que respecta a la contratación de Sánchez (“lo esencial”), las críticas no se han hecho esperar. Críticas que no tienen en cuenta que el de asesora es un cargo de confianza y, por definición, es lógico que lo ocupe alguien en quien confías. No tiene ningún sentido, en este caso, remitirse a la cantidad de gente que puede haber con un curriculum similar; seguro que existen esas personas, pero no son de la confianza de Zapata. Es una reflexión bastante fácil.

En fin, que cuando achacan a Zapata un falso nepotismo no puedo sino recordar a las hermanas Barberá (por poner solo un ejemplo de entre una lista de nepotismo pepero que sería interminable). Podrían cambiarse de nombre las dos Barberá, pero no dejarían de ser quienes son. Lo que son.

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