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Casado en su laberinto

Santiago Abascal y Pablo Casado

Esther Palomera

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Van dos, tres, cuatro, cinco o quizá diez. Hasta en el PP han perdido ya la cuenta. Pablo Casado ha sucumbido por enésima vez al discurso de Santiago Abascal. Vox propone y el PP se arrastra, entra en su marco y claudica. Primero fue la inmigración, después la violencia machista, el feminismo, la ilegalización de los partidos independentistas... Y ahora, el veto parental.

No lo llamen pin porque no es un broche ni una clave para acceder a una cuenta corriente. La educación es otra cosa y lo que propone Vox tiene que ver con la diversidad y la igualdad. Esto también es una obligación constitucional, y no una opción de los padres como sostiene la ultraderecha. Pero al presidente del PP no le da para entender que la tauromaquia nada tiene que ver con un marco de convivencia en el que los españoles “somos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquiera otra condición o circunstancia personal o social”.

Lo dice el artículo 14 de la Carta Magna. Ese texto al que Casado tantas veces se abraza y tan pocas demuestra conocer, más allá del 2 o el 155. Todo lo que no sea la patria común e indivisible o el mecanismo coactivo para que la Generalitat cumpla con sus obligaciones no cuenta para el líder de los populares. El trío de Colón está hecho un lío. Compartieron escenario, bandera e himno para protestar contra un Gobierno legítimo pero no se ponen de acuerdo con lo que ha de ser la educación pública.

Ciudadanos apoya el veto en Murcia, pero se desmarca en Madrid y Andalucía. Cosas de un partido sin liderazgo y con demasiadas personalidades de bajo vuelo tratando de asegurarse el sustento de lo público con una vicepresidencia, una vicealcaldía o una consejería de quinta. El PP, por su parte, ha entrado de hoz y coz en la trampa de la ultraderecha. No todos, claro. Desde que Casado está a los mandos del partido los días pares promete moderación y los impares, saca a pasear al cayetano que lleva dentro, y se olvida del centro prometido. Y eso que hasta la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, también del PP, había criticado varias veces la medida de la ultraderecha y su consejero de Educación, Alfonso Osorio, ha demostrado con datos que el veto parental es una milonga, ya que entre 1,2 millones de alumnos en Madrid y 1.200 centros sólo ha habido una queja de una familia y cero denuncias. “En Madrid no existe ese problema, no hay adoctrinamiento ni se producen charlas que no sean deseadas por los padres”, ha defendido .

Pues nada. Casado sigue erre que erre, entre la ignorancia y la vehemencia: “Saquen sus manos de nuestras familias”, ha advertido solemne a este Gobierno peligroso de socialistas, comunistas y bolivarianos. Se ha ganado con ello el aplauso de los de Abascal -“Felicidades sinceras por ponerse del lado correcto”, le han dicho- y ha vuelto a desconcertar e indignar a los suyos. Ya no hay quien le siga.

El veto parental trata de impedir que los niños estudien asuntos vinculados a la ciudadanía, a la diversidad y a la igualdad, pese a que son los consejos escolares, donde están los padres, quienes deciden que sus hijos tengan charlas en horario escolar sobre violencia machista, homofobia, educación sexual o acoso escolar. Lo que quiere Vox y apoya Casado, con desconocimiento profundo de la LOMCE que aprobó un gobierno popular, es que los padres tengan derecho a elegir en una educación a la carta pagada por todos los españoles y en la que se incluya en los contenidos curriculares una selección muy particular de la Constitución. Unos artículos sí y otros, no.

Vox ha vuelto a ganar. No solo marca otra vez la agenda, sino que se anota un tanto frente a su socio de bloque en una guerra ideológica en la que trata de situar en el punto de mira a los inmigrantes, las feministas, los menores no acompañados y la comunidad LGTBI. Y todo para añadir una casilla más al laberinto del que no atina a salir Casado y que está a punto de hacer estallar las costuras de un PP en cuyas siglas ya no es solo Borja Sémper quien no se reconoce.

Son muchos ya los que se rebelan a ejercer una oposición al dictado de FAES, instalada en la misma radicalidad de Abascal y en la que los mensajes del PP se igualen con los de la ultraderecha y se alejen cada día más de la centralidad de un partido que pretende ser alternativa de gobierno. Hoy por hoy no lo es. Vox es una amenaza para la convivencia y la democracia, pero mucho peor para el PP. Y, sin embargo, no hay señales de que en la calle Génova sean conscientes de ello. Todo lo circunscriben a una trampa del “redondismo” -en alusión al todopoderoso jefe de gabinete de Pedro Sánchez- para ocultar los primeros y controvertidos pasos del Gobierno. Como todo lo analicen con el mismo prisma, en las próximas elecciones Abascal será el rey del mambo en el Congreso Y luego, eso sí, se llevarán las manos a la cabeza.

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