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Poco que celebrar tras la cumbre de Madrid

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, durante la rueda de prensa ofrecida en la segunda jornada de la cumbre de la OTAN. EFE/Zipi

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He leído con atención el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN aprobado en la cumbre de Madrid y, la verdad, no es la buena noticia que algunos entusiastas atlantistas pretenden hacernos creer. No pongo en duda la necesidad de contar con unos esquemas apropiados de seguridad, ni cuestiono tampoco que Rusia constituye en estos momentos el principal factor de perturbación para la estabilidad europea, pero me inquietan la música militarista del texto, las consecuencias que este vaya a tener para Europa (no solo en la preservación de sus valores, sino en sus políticas sociales por el compromiso de aumentar el gasto en defensa), la abierta hostilidad hacia China impuesta seguramente por EEUU y algunos planteamientos sobre las nuevas amenazas que afronta la alianza.

Que se haya elevado la inmigración ilegal a la categoría de amenaza repugna al sentimiento elemental de humanidad, por mucho que asumamos que los flujos migratorios representan un desafío que hay que gestionar. Lo más lamentable es que el promotor de la iniciativa, que podría suscribir cualquier partido de extrema derecha, fue el presidente Sánchez y que, encima, alardeara de ello como si fuese una demostración de su influencia política. Días atrás, el mandatario español ya había desatado una fuerte polémica al calificar de caso “bien resuelto” la brutal actuación policial marroquí contra una muchedumbre de subsaharianos que pretendían saltar la valla de Melilla, que dejó al menos 37 muertos. Ignoro qué cálculos están haciendo los estrategas de la Moncloa y del PSOE sobre el impacto que puedan tener esas actitudes en las próximas elecciones.

Veamos qué dice el párrafo del que tanto se enorgullece Sánchez: “El conflicto, la fragilidad y la inestabilidad en África y en Oriente Próximo afectan directamente nuestra seguridad y la seguridad de nuestros socios. El vecindario sur de la OTAN, particularmente Oriente Próximo, Norte de África y el Sahel, afronta desafíos de seguridad, demográficos, económicos y políticos interconectados (…). Esta situación provee terreno fértil para la proliferación de grupos armados no estatales, incluyendo organizaciones terroristas. También permite interferencias desestabilizadoras y coercitivas por competidores estratégicos”. El texto hiere la inteligencia, mírese por donde se mire. Resulta que la tragedia de millones de seres humanos se reduce para la OTAN a un problema de seguridad que se aborda elevando la inmigración a amenaza. Según se desprende del discurso oficial, los inmigrantes carecen de voluntad propia para huir de sus países y son en realidad una especie de peones que movilizan a su antojo quienes pretenden destruir Europa. Hace unos años, los sectores progresistas arremetían contra el presidente Aznar por vincular inmigración con delincuencia; hoy, un presidente progresista ha conseguido que se le asocie formalmente, nada menos que en el manual estratégico de la OTAN, con un problema de seguridad, con todas las consecuencias que ello va a tener en la forma de abordar el fenómeno migratorio. 

Por otra parte, tenemos un nuevo concepto de amenaza: la amenaza “híbrida”. Así la define el Centro Europeo de Excelencia para Contrarrestar las Amenazas Híbridas, uno de los think tanks más influyentes de la constelación de centros de pensamiento, muchos de ellos rociados con subvenciones de la OTAN y la UE, que se han creado en los últimos cinco años en torno a esta idea: “El término amenaza híbrida se refiere a una acción conducida por actores estatales o no estatales, cuya finalidad es minar o dañar un objetivo influyendo en su toma de decisiones a nivel local, regional, estatal o institucional. Tales acciones son coordinadas y sincronizadas y se dirigen deliberadamente contra vulnerabilidad de estados e instituciones democráticas. Se llevan a cabo usando un amplio abanico de medios y son diseñados para permanecer debajo del umbral de la detección y la atribución”. La expresión amenaza híbrida no es nueva. Ya la utilizó la OTAN en un documento estratégico en 2010. Sin embargo, no comenzó a hacer carrera hasta mediados de la década pasada. En el documento de la Cumbre de Madrid se señala a Rusia y China de utilizar medios “híbridos” para desestabilizar las democracias occidentales.

Yo pienso que eso que llaman amenaza híbrida es lo que vienen haciendo desde tiempos inmemoriales algunos países, incluido Estados Unidos, para desestabilizar a otros que no son de su agrado. Quizá lo novedoso es que ahora esas ofensivas son más potentes gracias al recurso de las nuevas tecnologías de comunicación, que permiten multiplicar el efecto de los mensajes. Lo preocupante es que el concepto de la amenaza híbrida, si no se establecen instrumentos fiables de control para combatirla, se convierta en una especie de comodín para cercenar libertades, censurar o perseguir a cualquier sospechoso de formar parte de la difusa conspiración. Es lo que ha sucedido con la “revolución molecular disipada”, concebida por el neonazi chileno Alexis López y que ha hecho carrera en los cuarteles latinoamericanos y algunos europeos. Las protestas sociales del año pasado en Colombia fueron brutalmente reprimidas con el pretexto de que formaban parte de un plan muy estudiado de la izquierda internacional para desestabilizar la democracia del país. De modo que habrá que estar muy atentos con las hibrideces, no sea que la lucha contra ellas en nombre de la democracia termine por minar el bien que se pretende proteger.

Y ya que nos hemos metido en temas híbridos, resulta cuando menos llamativo que la OTAN, que se proclama como una organización defensora de valores democráticos, tenga un socio como Turquía, pretenda acoger a Ucrania y Georgia y mantenga una relación especial con Bosnia y Herzegovina, todos ellos países catalogados como “regímenes híbridos” por el Índice Democrático de The Economist

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