¿A quién debería votar, ChatGPT?
El ciclo electoral que está a punto de arrancar tiene toda la pinta de ser realmente histórico.
Pero no necesariamente por la insólita tensión entre el poder ejecutivo y el judicial, el auge de la ultraderecha o el examen al primer Gobierno de izquierdas desde la II República.
Si merece el manido uso de histórico, no es por estas cuestiones, cuyo impacto, con mirada larga, se intuye circunscrito al periodo concreto en que se produjeron. Es sobre todo porque va a ser el primer ciclo electoral en que ya va a estar operativo ChatGPT, símbolo del nuevo mundo al que nos adentramos con la eclosión de la Inteligencia Artificial (IA): nos guste o no, nada volverá a ser lo mismo.
Es muy habitual reaccionar a las innovaciones con grandes pronósticos grandilocuentes, que a menudo acaban en nada. Pero en muy raras ocasiones son tan revolucionarias que sí tienen la capacidad de ponerlo todo patas arriba. La IA parece haber llegado ya a este punto, con una formidable eclosión de novedades en los últimos meses, que, sumadas a la perspectiva de salto exponencial inherente a estas tecnologías, apunta a un verdadero tsunami con efectos sistémicos sobre todos los aspectos de la vida, incluidos, por supuesto, la democracia misma.
Comprendo perfectamente a los escépticos que fruncen el ceño ante un párrafo como el anterior. Yo mismo engrosaba sus filas hasta que, recientemente, el periodista y empresario Antoni Esteve, un sabio de la comunicación y oteador de sus tendencias, me hizo una breve tutoría sobre ChatGPT, el programa gratuito de IA lanzado al mercado apenas el pasado noviembre y que, sin embargo, ya es capaz de contestarte, en todas las lenguas que quieras y en el número de líneas que le digas, a literalmente cualquier pregunta que podamos imaginar, desde las más prácticas hasta las más filosóficas.
Los resultados son ya espectaculares y ello a pesar de que la plataforma acaba de nacer. Por supuesto que hay incongruencias; evidentemente abundan las erratas y mucho todavía está por pulir. Pero es difícil entrar ahí y no sentir el vértigo que implica adquirir conciencia del salto cósmico al que nos lleva la IA, cuyas nuevas aplicaciones nos adentran en unos terrenos hasta ayer reservados únicamente a la ciencia ficción.
ChatGPT es solo un ejemplo más, aunque su enorme potencial apunta por sí mismo a una revolución también en la forma en que la gente va a acceder a la información, incluida la que nos va a llevar en última instancia a votar y a decidir cómo queremos organizar la sociedad. La rapidez y precisión de las respuestas a cualquier pregunta imaginable son tan asombrosas que el nuevo artilugio es ya un formidable competidor no solo de los profesores, los medios de comunicación o de cualquier autoridad tradicional, sino también de los más recientes canales digitales que definían la modernidad, como las redes sociales, y hasta del todopoderoso Google, el principal imperio ahora amenazado.
Las implicaciones de la irrupción de este nuevo competidor son enormes. En Google y en las redes sociales, y no digamos ya en todos los canales del mundo de ayer, aparecen siempre múltiples opciones para elegir. En ChatGPT, en cambio, la respuesta se unifica en una única versión: matizada a menudo, con referencias a un lado y al otro de las escuelas académicas o políticas, cuando se trata de temas polémicos. Pero al fin y al cabo se aporta una visión única, con sus conclusiones: es como si de pronto emergiera la versión del temido Ministerio de la Verdad del que hablaba George Orwell en su clásica novela distópica 1984 sobre todas las cosas que puedas llegar a imaginar.
La política contemporánea es la pugna por la definición del relato y ahí dedican los partidos todas sus energías, en interacción con nuevos y viejos medios. Internet y, sobre todo, las redes sociales trajeron la ultrafragmentación, la multiplicación de versiones hasta alcanzar la verdad de cada cual en una pugna de relatos sin final aparente. Ahora ChatGPT revierte bruscamente la tendencia y empuja hacia cotas de unificación nunca antes conocidas en democracia: una síntesis propia a partir de los relatos en pugna, una conclusión final. Como si se tratara de una versión universal y en todos los idiomas de la vieja Enciclopedia Británica.
El gran problema es que no hay forma de impugnar el relato que construye ChatGPT. En nuestro mundo, hasta ahora, siempre podías escribir cartas al director, reunirte con los periodistas que escriben artículos, aportar información a la Enciclopedia Británica (o a Wikipedia) que obligara a reescribir un artículo, organizar un ejército de voluntarios digitales para amplificar en redes las versiones propias y un larguísimo etcétera de métodos para hacerse escuchar.
Pero no hay forma de interactuar con la IA de ChatGPT. No parece que escribir una carta airada a la dirección en San Francisco (EEUU) de OpenAI, la empresa propietaria de la plataforma que se propone fijar el relato sobre todo, en el mundo entero y en todos los idiomas pueda tener demasiado efecto sobre el robot responsable de la síntesis.
Da igual si se trata del papel de ETA y de cómo se la venció (¿o no se la venció?), de decidir cuál es el partido en España más útil para defender el Estado del bienestar -según ChatGPT, el PSOE-, o para mejorar la seguridad en España -el PP, ChatGPT dixit-, o cuál es el más ecologista (IU, sostiene ChatGPT) o de si Esquerra Republicana es o no es nacionalista (sí lo es para ChatGPT, pese a que el ideario del partido no se considera así).
Las impugnaciones al relato canónico elaborado por un robot infalible a través del cual van a informarse centenares de millones de personas en todo el mundo podrán enviarse a California en cualquier idioma -por supuesto, también en las lenguas oficiales en España-, con la garantía de que su influencia será igual para todos: ninguna.
Los electores votan a partir de lo que saben. De ahora en adelante, todo apunta a que cada vez se construirán más su opinión a través de lo que aprendan gracias a ChatGPT.
El Ministerio de la Verdad ya está aquí. Y lo que más me impresiona es que lo recibo fascinado y boquiabierto: ¿a quién debería votar, ChatGPT?
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