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Derechos al abismo

Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP, con Esteban González Pons, portavoz del Partido Popular Europeo

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Difícilmente se podrá encontrar en el planeta Tierra a alguien más cínico que los dirigentes del PP. Después de haber usado como baza electoral ETA -la organización terrorista disuelta hace varios años- y de haber pedido la ilegalización de Bildu, sus dirigentes en Euskadi han votado una ley del partido abertzale en el primer pleno tras los comicios. La portavoz, Muriel Larrea, recalcó que “respaldar el autoconsumo energético es positivo para la ciudadanía”. Muy lógico, pero ni Ayuso, ni Feijóo y sus ecos políticos y mediáticos han dicho ni media palabra. Ni el portavoz, Sémper, que es de la tierra. Es un cinismo descarado y corrosivo.

El PP mantiene su ofensiva contra Doñana, tratando de vetar incluso a científicos como Miguel Delibes para tapar su cacicada. Alemania ha reaccionado más que España ante este desastre medioambiental que prepara el gobierno de Moreno Bonilla. Tras el boicot ciudadano a la fresa de Huelva, llamando a sus supermercados a no venderla para no contribuir a la sequía, el rechazo aumenta de nivel. Diputados alemanes viajan a España para interesarse por “la extracción ilegal de agua” en los cultivos de fresas de Doñana e intentar que se desista de destruir el humedal.

La carne de Castilla y León también se va a ver en problemas. Vox ha convencido a Mañueco (PP) para relajar los controles a la tuberculosis bovina, incumpliendo la normativa europea. El Ministerio de Agricultura ha inmovilizado vacas en seis provincias . La enfermedad humana no parece una gran preocupación del PP y Vox, no tanto como los bolsillos de quienes deben considerar sus principales votantes. Pura barbarie.

Con todo esto y mucho más, me produce vergüenza ajena ver cómo se pide desde afamados púlpitos radiofónicos que Sánchez felicite a los vencedores. ¿Vencedores de qué? De haber convertido la política en un estercolero, con la ayuda de quienes han hecho exactamente la misma labor con el periodismo.

Lo más preocupante -si cabe- es ver a millones de ciudadanos capaces de convencerse de las mayores aberraciones porque las diga -en radio o televisión, en particular- cualquier charlatán de feria o las estrellas políticas del proyecto de país que viene con esos horribles trazos. Se consolida que ni la vida humana cuente tanto, y así se demostró en los geriátricos del Madrid de Ayuso, como destinar fondos públicos a obras y construcciones, en lugar de a la atención sanitaria. Los votantes lo han apoyado con matrícula de honor y orla.

Lo peor es cómo ha cambiado la sociedad. La infantilización ha ido demasiado lejos. El desprecio de la democracia, de valores fundamentales, como la honradez, no mentir en dos de cada tres frases, no usar a los autodisminuidos en criterio para sus fines. Pero sigamos con las hazañas que se negocian en los nuevos gobiernos votados con entusiasmo por tanta gente.

Hace más de 45 años, Aragón era un hervidero de inquietudes progresistas. Se reivindicaba como nacionalidad histórica al nivel de Catalunya y Euskadi, al igual que en el pasado, y pedía ser incluida como tal en la Constitución. Momentos de pujante cultura, con un periódico pionero, Andalán, o un pujante grupo de cantautores. Aragón sacó a la calle a miles de personas para exigir derechos. Y se revolvió contra el proyecto de trasvase del Ebro a Catalunya. Se pedía un plan de regadíos siempre aplazado, pero era como si trasfundieran nuestra sangre a otro ser hasta dejarnos secos. Ahora resulta que Vox exige el trasvase del Ebro precisamente y eliminar la lengua aragonesa, además de potenciar la caza y la tauromaquia. Vox ha quedado como tercera fuerza en Aragón.

Es un símbolo rotundo de cómo ha cambiado Aragón como lo ha hecho gran parte de la sociedad. Si se levantaran de sus tumbas José Antonio Labordeta o Joaquín Carbonell o Javier Maestre de la Bullonera se quedarían estupefactos al ver esta metamorfosis. Presentida, porque los años de Lambán tampoco puede decirse que fueran un prodigio de innovación progresista. Nos hemos ido quedando pasmados al ver en qué se ha convertido aquella ciudanía hambrienta de democracia que bullía construyendo desde las ruinas de la dictadura.

Sí, la Transición se firmó bajo el peso de los vencedores y las reformas profundas no llegaron ni con el primer presidente del PSOE, Felipe González. Un maquillaje muy vistoso -nos tragamos que iba en serio- que dejó en pie gran parte de la estructura del franquismo y una monarquía como herencia que nos terminaría abochornando por la conducta de Juan Carlos de Borbón. Y además, preservados sus desmanes para que los mismos no volvieran a hundir el edificio desde los cimientos. Siempre ha sido una democracia tutelada.

Y sin embargo se rehicieron pilares fundamentales de un estado de derecho y de una sociedad civilizado y libre… y ahora viene el camino de regreso, volver a esa derecha extrema y corrupta y en esta ocasión por el mandato de millones de votantes. 

Es cierto que la voluntad popular en democracia se expresa en las urnas, pero aquí sale así: a juego con esta democracia nuestra tan viciada. Resulta enternecedor ver a fascistas netos llenándose la boca de la palabra “democracia” que de tal forma devalúan con su conducta. O machistas del más viejo cuño preocupados por sentencias a violadores si con eso pueden herir al gobierno progresista. Sabemos que es así, que nunca se ha tenido el coraje de acometer los defectos estructurales de este país y que hemos ido funcionando hasta mucho mejor de lo esperado, en España hay gente muy valiosa también. Formamos parte de la Unión Europea, cuyo acceso se nos negó durante años por vivir en dictadura, hemos llegado a ser la cuarta potencia económica de la UE y somos punteros en una serie de campos y hasta de valores. A pesar de la mugre con la que cargamos.

De cuanto he leído desbrozo esos parabienes de aceptación del mal irremediable, normalizándolo. ¿Cómo es posible que se vote recortar servicios públicos, elevar el costo familiar de colegios, votar a quienes se oponen en Europa a prohibir la explotación laboral y el trabajo infantil, hacerse y hacer a los demás tanto daño y estar exultantes? Era inevitable llevar a la sociedad al diván del psicoanalista.

Jorge Alemán lo es, y también escritor y filósofo. De origen argentino, reside en España desde 1976, cuando llegó exiliado con 25 años de edad. Alemán parte desde luego de enmarcar lo que ocurre “en los tiempos actuales de fragilidad y desamparo de los sujetos”. Y ahí “la ultraderecha promociona un «yo fuerte». Un imaginario que por arcaico que sea, por anacrónico que parezca, prometa una identidad sin fisuras”, dice.  

La lógica se vino abajo. “La izquierda ilustrada pensaba que habiendo hecho las cosas de la gestión de un modo correcto en una época especialmente convulsa los ciudadanos no iban a dar crédito a esos espejismos monstruosos (que mostraba la ultraderecha). Pero los discursos performativos se imponen separados de toda realidad”.

Es un clásico. El fascismo siempre evoca pasados suntuosos que nunca existieron como los imaginan, simplifica, y ofrece ese ser y ese lugar donde se nace y se vive como lo mejor del mundo. Despreciando toda diversidad que no pase por el hombre, blanco, heterosexual y ultraconservador. Lo hemos visto en todos los partidos y tendencias de esta ideología. La presidenta de Italia, Giorgia Meloni, llegó a pedir ser designada como “el presidente”. Ella y Salvini aguardan a Feijóo y Abascal para lanzar la Europa ultra con la que sueñan y en parte ya tienen, sembrando la preocupación en otros varios países.

Alemán cita a Ayuso como el primer referente de la ultraderecha en España. Con los ratios peores del país de gasto en sanidad y educación por persona Madrid enamoró a sus fans con el discurso de un Madrid que es España porque España es Madrid. Increíble, pero cierto.

Millones de votantes prefieren cerrar los ojos y no ver los renuncios y fraudes de sus ídolos y pasan por alto poner en peligro la salud de las personas en Castilla y León, o en Doñana, que sí es España entera e incluso Europa, si les dicen que son los altos y guapos y más morenos y más españoles de bien. Es simplista dicho así pero con un fondo de verdad aterrador.

El diagnostico de Jorge Alemán concluye esa adscripción al “yo fuerte”… aunque sea falso. “Los vulnerables de todo tipo cuando votan a la ultraderecha no lo hacen contra sus intereses. Son otros intereses, más opacos que los intereses vitales y económicos. Se trata de gozar de una identidad como en los estadios de fútbol, más allá de toda dimensión histórica o problemática, y poder disfrutar tranquilos con la difamación y los insultos proferidos por un Yo que se pavonea con su espejismo hasta que lo real lo despierte”.

Asentarse sobre bases podridas o erróneas, ¿a dónde conduce? El timón está quedando en manos de mentirosos compulsivos demostrados, en corruptores de la información, en gentes sin la menor empatía por las víctimas de su codicia, y en quienes creen ser lo que no son. No es difícil prever que así se va derecho al abismo. Ya ocurrió en otras ocasiones. Algunos de sus felices autores igual sueñan estar en un cielo de nubes cuando se despeñen, pero todavía queda mucha gente, mucha, que aspira a un vivir más pegado a la realidad, sobre todo eso: más sensato.

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