Elecciones extremeñas con Robe de fondo
El viaje más extraño de mi vida tuvo lugar después de que mi madre decidiera trasladar los restos de mi abuelo, su padre, del cementerio madrileño de San Isidro al de Malpartida de Plasencia (Cáceres), su lugar de nacimiento. Mi madre y yo recorrimos la distancia infinita que separa la capital de España de cualquier rincón de Extremadura, con los huesos de mi abuelo en el maletero y sin estar seguras de que aquello no contravenía ninguna ley vigente. Mi abuelo encontró su lugar de reposo eterno y a cambio nos volvimos a Madrid con algunos atarazados de patatera, mi embutido preferido, y porque no era tiempo de cerezas. En ese pueblo donde se criaron mis padres y enterré por segunda vez a mi abuelo escuché por vez primera a Extremoduro, una noche de verano, con aquella canción himno que venía a decir que Dios, después de pergeñar y hacer realidad un mundo maravilloso, al octavo día cagó Cáceres y Badajoz.
El 21 de diciembre son elecciones en Extremadura, esa tierra de conquistadores porque no nos queda más cojones, Robe dixit. En esta semana horribilis para el PSOE ha muerto el rey de Extremadura, ese hombre pájaro de verso popular, sumiendo al país entero en un duelo inverosímil y transversal que, por primera vez, tenía su epicentro en esa tierra de difícil acceso material y sentimental que es Extremadura. Tímida, huraña y sabia como el poeta placentino que el 10 de diciembre se hizo inmortal, Extremadura está en campaña y Abascal se pasea por un campo que no es suyo a caballo y con poncho y yo no puedo remediar el asco visceral que me produce ver las pezuñas de la ultraderecha dejando rastro en territorio de bellotas. He dejado dicho que prefiero que María Guardiola saque minoría absoluta, aunque ella se hiciera famosa por no encontrar el enchufe en el tren que nunca acaba de llegar a Extremadura.
El disco que más he escuchado en mi vida es Agila. Agila, en castúo, ese dialecto extremeño perdido, significa “espabila, tira, venga, aviva” y podía ser el lema que el socialismo extremeño necesita, además de un líder no imputado. El mundo se desmorona, y nos empeñamos en explicarlo en clave local y estrenarlo en el teatro romano de Mérida. Las soluciones a los problemas de Extremadura jamás vendrán de Vox, que no sabe qué significa “lo rural” pero tardan tanto en venir desde otros sitios que todo está abierto de día y cerrado de noche, como las heridas del Iniesta de nuestras vidas.
Toca rearmarse o refundarse o revivir, en Extremadura y más allá. Saber y explicar qué significamos o cómo vivir y progresar juntos, empezando por esa tierra de inmigrantes a la que el inmigrante de fuera ni siquiera llega. Ganará la derecha, más por errores ajenos que por méritos propios, o no ganará, desde aquí y ahora es imposible ver el futuro, pero toca hacer caso y pensar en Extremadura, la única tierra que decidió grabar en su nombre su destino, extremo y duro. Como decía Robe en La Pedrá, hay que llenar de pan la esperanza. Y si creen que estamos retrocediendo, espera, que estamos cogiendo carrera.
2