Elogio de la combatividad
Soy muy fan de nuestra selección femenina de fútbol, como escribí aquí mismo en los primeros compases del caso Rubiales. Disfruto mucho con su calidad de juego, pero aún aprecio más su combatividad, tanto sobre el césped como en defensa de la igualdad. La combatividad de la que hablo no es agresividad, ni espíritu pendenciero, ni mucho menos violencia. Es la tenacidad en la lucha, ese espíritu de no dar nunca por perdido un partido que, incluso seguidores del Barça como yo, admiramos en el Real Madrid. A falta de quince minutos para el final, los merengues pueden ir perdiendo por dos goles de diferencia y, aun así, son capaces de remontar.
Pedro Sánchez es un político combativo. Le golpean una y otra vez, le dan por noqueado y vuelve al centro del ring como si tal cosa. En la formación de su nuevo equipo ministerial, resulta evidente que ha valorado particularmente esta virtud. Para contarlo, los periodistas han recurrido a la fórmula de Gobierno de “alto perfil político”. Bueno, es una manera de llamarlo. Yo diría, quizá con más llaneza, que ha escogido a ministras y ministros batalladores.
Ha hecho bien. No es tiempo para blandengues. El Gobierno de Sánchez se enfrenta a una oposición dispuesta a usarlo todo para derrocarle. Las manifestaciones callejeras, el Senado, los ayuntamientos y comunidades que gobiernan, los muchos fiscales y jueces situados a la derecha de Atila, los sindicatos ultras de la Policía y la Guardia Civil, los diarios amarillos en papel o digital, las radios y televisiones del Apocalipsis, los bulos en redes sociales, los militares franquistas, la ayuda de sus correligionarios en Bruselas, la patronal, las cloacas del Estado… ¿Puede sobrevivirse a este huracán saliendo a la calle con flowers in your hair? ¿Deben el Gobierno, los partidos que le apoyan y, en general, la ciudadanía progresista ofrecer sistemáticamente la otra mejilla tras cada bofetada? Permítanme que lo dude.
Las derechas juegan este partido con las reglas del Calcio Storico florentino, esto es, con casi total ausencia de reglas. Una concejala del PP pide un tiro en la nuca para Sánchez. Otro difunde un fotomontaje del asesinato de Kennedy, cambiando el rostro del americano por el de Sánchez y deseándole buena puntería al tirador. Un dirigente de ese mismo partido desea que Sánchez salga de España en el maletero de un coche. La reina madrileña del vermú le llama “hijo de puta” en el Congreso. Un caudillo de Vox osa dar instrucciones a los antidisturbios que protegen la sede socialista de Ferraz. Un alférez fuera de servicio acude allí con una pistola. Un puñado de generales difunden un manifiesto instando a derribar al Gobierno por la fuerza. ¿Para cuándo el asalto al Congreso de unos hooligans disfrazados de toros de Miura?
Me imagino señalando en mis redes sociales a algún político de derechas con lo del asesinato Kennedy, y ya oigo el timbrazo en la puerta del funcionario que me trae la correspondiente citación judicial. Pero no lo haré, nunca lo haré. Ni en mis momentos de mayor cabreo le deseo la muerte a alguien.
Ahora bien, una cosa es no tener instinto homicida y otra ser gilipollas. El delirio de las derechas exige combatividad a los progresistas. Jugando de acuerdo al reglamento, por supuesto. No tocando el balón con la mano. No derribando brutalmente al contrario. Pero disputándole todos y cada uno de los balones.
¿No merecen denuncias y querellas ante los jueces algunos de los comportamientos citados anteriormente? ¿No merecen respuestas rotundas las innumerables calumnias e insultos vertidos contra las izquierdas?
Me viene ahora a la cabeza un célebre debate científico. En 1860, siete meses después de que Darwin publicara 'El origen de las especies', el obispo de Oxford le preguntó a Thomas Huxley si él creía descender del mono por parte del abuelo paterno o del materno. Los conservadores presentes en el debate rieron alborozados. Entonces, Huxley, partidario de la teoría de la evolución, replicó: “A mí no me avergonzaría tener a un simio como ancestro, lo que me avergonzaría es estar emparentado con alguien como usted, que intenta silenciar con autoritarismo el avance del conocimiento”. ¡Zasca!
Reclamo para los progresistas la combatividad de Huxley. Y su contundencia. Olvidarse del lenguaje versallesco. Llamar al pan, pan y al vino, vino. Como hizo Zapatero en la campaña electoral de julio. Como hizo Óscar Puente en la fallida investidura de Feijóo. Como hizo Patxi López en la exitosa de Sánchez. Como ha hecho Mónica García en la Asamblea de Madrid. Sin mentiras ni insultos personales, pero sin el menor eufemismo. La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Dicha alto y claro. En román paladino.
Sí, ya sé que las derechas se ponen como una hidra cuando alguien les canta las verdades del barquero. Tienen la mandíbula frágil: se permiten toda suerte de golpes sucios, pero chillan histéricamente cuando les tocas un pelo. Pues que aprendan a encajar, como hacemos los demás.
La combatividad es una virtud en todos los aspectos de la vida. La profesional, la personal, la política, la deportiva… La mayoría de los pacientes oncológicos la apreciamos y la practicamos. No nos rendimos. Sabemos que querer vivir ayuda a vivir.
Algún día Sánchez saldrá de La Moncloa. Algún día moriremos todos. Pero, como escribió Lorenzo Silva en una de sus novelas, “solo los imbéciles creen que la victoria es lo único que retribuye la lucha”. No, incluso en la derrota, no haber arrojado la toalla, haber seguido haciendo, vivo y coleando, lo que tenías que hacer, es una gran recompensa.
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