La España de los corruptos y de los toreros
El torero Miguel Abellán publicó en sus redes una foto que ha vuelto a circular tras su nombramiento como director gerente del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid. En la foto aparece haciendo ese grosero, aunque popular, gesto que consiste en levantar el dedo corazón. Justo lo que no tiene un torero: corazón; excepto en el dedo grosero. El etólogo, zoólogo y antropólogo inglés Desmond Morris, célebre autor de El mono desnudo, explica ese gesto como “una de las ofensas más antiguas que se conocen: el dedo medio representa el pene y los dedos doblados a cada lado, los testículos; al levantarlo, se exhibe un gesto fálico, como si fuera el falo lo que estás mostrando a la gente, lo que implica un comportamiento muy primitivo”. Abellán dirigía su grosería a Aleix Espargaró, campeón de España de motociclismo, que es antitaurino, y, con él, a toda la sociedad que abomina de su primitivismo torero, dirigido contra los toros y contra una cultura de la no violencia que se opone a la cultura de la violencia promovida por la derecha y la ultraderecha españolas (una violencia aún más repugnante cuando es consentida, y hasta jaleada, por la izquierda falsaria).
Esas derechas y ultraderechas, que se confunden y amalgaman entre el PP, Ciudadanos y VOX, son las que han aupado a un individuo como Abellán a un puesto de presunta responsabilidad política que le reportará 75.000 euros anuales. Abellán, que no logró el escaño que le había ofrecido Casado (seguramente, se lo garantizó, pues iba en el número 12 de su lista al Congreso de los Diputados, sin sospechar el batacazo electoral que dejó al PP con siete diputados), ha sido rescatado por Díaz Ayuso (qué decir: Pecas, Avalmadrid, Púnica...) para cumplir en esa gerencia con uno de los objetivos del bloque trifachito: la defensa, promoción y subvención de la barbarie tauricida.
El Centro de Asuntos Taurinos no es nuevo en la Comunidad de Madrid: por él ha pasado el impulso de la imputada Esperanza Aguirre, de la defenestrada Cristina Cifuentes o del tránsfuga Ángel Garrido, todas ellas auténticas joyitas de la corona pepera. El Centro, dependiente de la Consejería de Presidencia y que cuenta con vocales como el ex alcalde Álvarez del Manzano, fue creado en 1995 por otro ex alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, para defender “la pureza de la fiesta”, explotar la plaza de torturas de Las Ventas y, entre otros asuntos, colaborar en definitiva con “el sector”. En un país donde es minoritario el interés social por la tauromaquia, que constituye el negocio de unos pocos, esa colaboración puede llamarse, lisa y llanamente, chiringuito. Como los de Abascal. Con el agravante de que este chiringuito no solo chorrea euros, también chorrea sangre.
Miguel Abellán era torero hasta que dejó de serlo. Dicen de él que es un broncas: fue denunciado por agredir, ayudado por su cuadrilla, a un joven que le recriminó dirigirse a sus amigas con palabras “lascivas” en un restaurante madrileño. Y que le viene de familia: en su presencia y la de tal cuadrilla, su padre agredió a puñetazos al periodista y crítico de El Mundo Javier Villán, quien declaró que el progenitor del matador profirió además insultos contra él, “sobre todo, maricón”. Es revelador ese “sobre todo”. Estaban en el bar de un hotel de Logroño y los Abellán dirimieron una vez más las diferencias a la torera, o sea, a lo bestia, como cafres, primitivos como el dedo erecto. Igual que hacen en la plaza, y antes en toriles, y antes en los corrales, en el tentadero, en la finca, en el campo -así les gusta llamar a la tierra espantada de bramidos, la tierra vulnerada con sus escupitajos y sus lances de humillación y engaño. Si así tratan al crítico aficionado a sus muertes, qué no harán con los animales que son sus víctimas. Si así los tratan en la arena, en presencia del mundo, qué no les harán en soledad.
Del Centro de Asuntos Taurinos dependen todos los espectáculos taurinos que se celebran en la Comunidad de Madrid. No solo las corridas de toros, también las novilladas, los encierros, la suelta de vaquillas y una de las prácticas humanas más tristes y moralmente demoledoras: las becerradas. Cachorros torturados por la chusma. Y dependen además las escuelas taurinas de la Comunidad, esas escuelas -que pervierten el nombre- donde aprendió a torturar y matar el propio Abellán, donde despojan de toda compasión y empatía a unos niños que se ejercitan en la tortura sobre crías como ellos. Perversión de menores.
Al frente de todo ese horror han puesto por primera vez a un torero. Miguel Abellán confesó en campaña electoral (cuando iba en las listas del fracasado Casado) que apenas fue al colegio y de economía no sabe nada. Poco importa que tenga que gestionar ahora un presupuesto de la Comunidad que solo en las obras de remodelación de la plaza de Las Ventas se llevará, hasta 2021, 15,1 millones de las arcas públicas, aparte de los más de 4 millones de presupuesto destinado en 2019 directamente al Centro de Asuntos Taurinos. Importa poco porque el nombramiento de Abellán es un órdago de carácter simbólico, un puñetazo (como los de su padre) que las derechas y las ultraderechas han querido dar a la conciencia antitaurina de nuestro tiempo. Ya le harán las cuentas a Abellán los que saben llevárselo crudo. Solo hay que remitirse al origen de este despropósito ético y político, que viene de cuando Esperanza Aguirre era presidenta de la Comunidad de Madrid e Ignacio González, vicepresidente y consejero de Cultura y Deporte. Era el año 2011 (cuando el 15M, ¿os acordáis?), y mano a mano declararon la tauromaquia Bien de Interés Cultural en Madrid, con la máxima protección jurídica que esa declaración conlleva. Abellán no está solo, Abellán es solo otra marioneta de un poder que se parece a la mafia. Ya le defenderán, si hace falta, los abogados de la Fundación Toro de Lidia. Y tendrá sus ahorrillos de los 75.000 euros del dinero de todas con que “el sector” le pagará el servicio.
Pero, siendo grave, lo de menos es el despilfarro económico que conlleva el Centro de Asuntos Taurinos. Lo peor es el despilfarro ético que supone y el despilfarro político que nos recuerda: no haber consolidado los gobiernos de cambio, como el de la ciudad de Madrid, o no haber aprovechado la vergonzosa caída de Cifuentes para impulsar también un cierto cambio en la Comunidad, son oportunidades perdidas en el debilitamiento de la España negra, la España que roba, la España que mata. La España que estira el dedo sin corazón. La España de los corruptos y de los toreros. Esos toreros por los que mata la vicepresidenta en funciones Carmen Calvo, aficionada a la barbarie taurina. Sin duda, en su abominable afición están también las claves del desastre nacional al que nos está abocando su bochornoso gobierno. Quiere toreros. Ya los tiene. Tendrá más.