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España, la Golden Visa y los magnates rusos

Pasaportes.

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Hace cuatro días, al comenzar la invasión de Ucrania por Rusia, en la cuenta personal de Twitter del máximo responsable de la política exterior y de seguridad de la UE, Josep Borrell, apareció un mensaje que chocó a muchos por su insólito estilo. Escrito en inglés, decía: “No más: compras en #Milán, fiestas en #Saint-Tropez, diamantes en #Amberes. Este es un primer paso. #EstamosUnidos”. Estaba evidentemente dirigido a los magnates rusos que forman parte de la corte cleptocrática de Putin y que se pegan la vida padre en Europa con sus incalculables fortunas. Al tuit, posteriormente eliminado, le faltó en cualquier caso una frase: “Y no más Golden Visas en #España”.

España forma hoy parte de un restringido y nada selecto club de países que ofrecen a extranjeros la Golden Visa, como se denomina un permiso especial de residencia a cambio de inversiones en bienes inmuebles, participaciones en empresas o adquisiciones de deuda pública. En el caso español, la práctica totalidad de los extranjeros que se acogen a este cambalache jurídico lo hacen mediante la compra de inmuebles por un mínimo exigido de 500.000 euros. El tratamiento privilegiado les permite, entre otras cosas, renovar la residencia sin necesidad de salir del país e incluir en el ‘pack’ a sus familiares. Y es que, claro, una vez compran los inmuebles, hay que facilitarles su disfrute junto a su parentela, ni más faltaba. Muchos de los ricachones rusos que compran diamantes en Amberes y rumbean a lo loco en Saint-Tropez se pueden mover a sus anchas por Europa gracias a las Golden Visas que han conseguido en España, Portugal, Grecia o Italia.

La Golden Visa fue introducida en España en 2013 por el Gobierno de Rajoy, con el objetivo declarado de atraer inversiones en un momento de dificultades económicas por la crisis del 2008. Aunque la ley que la regula establece varias vías para acceder al preciado documento, el ladrillo ha sido desde el primer momento el principal atractivo del programa, con todas las consecuencias que ello ha tenido en el encarecimiento de los precios de la vivienda en Madrid y otras ciudades. Los mayores beneficiarios de las Golden Visas españolas son, de lejos, chinos y rusos. En la lista destacan también iraníes, colombianos, venezolanos, egipcios y saudíes. Con todas las cautelas que podamos tener para evitar generalizaciones indeseables, y sin pretender que las democracias avanzadas sean modelo de conducta intachable, sí podemos afirmar sin temor a equivocarnos que los grandes receptores de las Golden Visas en España son ciudadanos de países no democráticos, o con democracias débiles, en los que está muy extendida la corrupción amparada desde el poder político.

Por mucho que se intente disfrazar al mono, la Golden Visa representa una de las caras más repugnantes del capitalismo: la potestad de unos cuantos ricos para saltarse la fila solo porque sueltan una buena propina al controlador. No vamos a pecar de ingenuidad: es cierto que el propio capitalismo ya coloca en una posición ventajosa a los más ricos, y que eso de la igualdad de oportunidades no es más que una milonga, pero de lo que aquí estamos hablando es de una política específica promovida por el propio Estado para consagrar sin el menor pudor un estatus legal que, para la inmensa mayoría de los mortales, resulta muy difícil, cuando no imposible, obtener. Mientras cientos de africanos perecen en el Mediterráneo intentando alcanzar las costas europeas o son devueltos en caliente a sus países, mientras miles de profesionales que no ven futuro en sus países esperan en una tortuosa cola para acceder a un permiso de trabajo en España, mientras legiones de perseguidos aguardan desesperados que les abran la puerta de la UE, unos cuantos ricos, dueños de fortunas cuyo origen nadie se toma la molestia de investigar porque de lo que se trata es de que nos traigan al menos la calderilla, reciben un permiso de residencia que les permite moverse libremente junto a sus familias por el espacio Schengen.

El Gobierno de Sánchez, si de verdad se considera progresista, debería enterrar la Golden Visa. No esperamos, ni mucho menos, que una medida de este tipo corrija los desequilibrios inherentes a un modelo económico que sigue sin resolver adecuadamente el problema de la redistribución de la riqueza. Pero al menos tendría el valor simbólico de mostrar a la sociedad que el Estado no favorece a los ricos, por el solo hecho de serlo, en el trámite para la obtención de un permiso de residencia. Que otros países también ofrezcan la Golden Visa no hace más ético el engendro.

Ahora, con la invasión de Ucrania, esta visa es un espejo que nos devuelve una imagen desagradable de lo que somos, porque de repente –¡sorpresa!– caemos en la cuenta de que les hemos estado vendiendo residencias a ricachones rusos. Mientras redacto esta columna, me entero de que Portugal ha decidido “suspender” la concesión de “nuevas” Golden Visas a ciudadanos rusos como medida cautelar tras las sanciones aprobadas por la UE por la guerra en Ucrania. No se trata, como puede verse, de una supresión de la figura jurídica ni afecta a quienes ya disfrutan de ella, muchos de los cuales probablemente sean más afectos a Putin que los que intentan en este momento sacar su dinero de Rusia. La medida, no exenta de hipocresía y banalidad, pretende ‘apretar’ a los oligarcas rusos e indisponerlos contra el Kremlin. Veremos. 

Por supuesto que hay que eliminar –no solo “suspender”– la concesión de Golden Visas a los ricos rusos. Pero no solo a ellos. Este instrumento para obtener ingresos sin miramientos morales debe desaparecer por la indignidad que entraña su propia concepción. El presidente Sánchez puede emular al Ejecutivo portugués y frenar su entrega a ciudadanos rusos. Seguramente muchos se lo aplaudirán. Pero en algún momento deberá dar el siguiente paso.

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