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La gran estafa del capitalismo

Escena del film 'No mires arriba'
31 de mayo de 2022 21:55 h

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Las señales se están marcando con claridad. El envejecimiento mundial, avisan, amenaza con dar un vuelco a la economía. “La mayor longevidad y la caída de los nacimientos son una tendencia imparable que supondrá más gastos en sanidad, pensiones o dependencia”. Las personas vivas gastamos. Ciertamente contribuimos con nuestros impuestos a la colectividad, pero llega un momento en que, menos productivos, ya no les rentamos a los gobernantes ultraliberales. Lo sucedido en los geriátricos a cargo de la Comunidad en Madrid durante la pandemia es un ejemplo de manual. Por mandato del gobierno de Ayuso no se derivó a hospitales salvo a los ancianos que tenían seguro privado, al resto – más de 7.000 – ni siquiera se les prestó asistencia médica. Murieron 7.000 personas un gran ahorro “en sanidad, pensiones o dependencia”.  En los EEUU de Trump cargos públicos republicanos hasta pedían a los ancianos que se “sacrificaran” por los más jóvenes. 

Algunos pensamos que lo dedicado a las personas son inversiones, no gastos. Economía humanista. Pero eso se rige por otros parámetros, ahora con la aquiescencia de millones de víctimas voluntarias. Dinero hay hasta para dilapidarlo. En España hemos invertido más de 73 mil millones de euros en el rescate bancario (en balance actualizado) que, según Rajoy, no nos iba a costar nada. Dinero público, nuestro, pero el capitalismo funciona así. Calma, los simplistas del blanco o negro: por supuesto que el nacimiento del liberalismo fue un gran avance. La burguesía tumbó los regímenes feudales, pero ha ido evolucionando. En cada nuevo fiasco aprende a exprimir más y engañar mejor. Exacerbado en este momento, no se le presta la atención que requiere porque no me dirán que morir no es lo último. Textualmente. Y no es la opción más deseable para aquilatar el gasto. 

Antes de ese momento fatal, las personas de cualquier edad solemos necesitar que profesionales de la sanidad cuiden nuestra salud y atiendan nuestras enfermedades. Para evitar dolores y desenlaces indeseados. Pues tampoco le viene bien al capitalismo tanto gasto en los ciudadanos. Cada cual que se lo pague aparte tras jugosas privatizaciones. Cinco de los siete hospitales de gestión mixta en Madrid han alcanzado el 100% de pertenencia a Fondos Buitre, tras doblar su participación en los últimos cinco años. Como es de suponer, los Fondos Buitres no se dedican prioritariamente a un altruista cuidado de las personas, sino a la búsqueda de beneficio, cuanto más, mejor. Al mismo tiempo y con idéntico fin, se está debilitando la Atención Primaria, la sanidad pública en general, en la mayor parte de España, funciona a base de explotar a los profesionales. Lejos de contratar más, se despide. Madrid, con Castilla y León, no han conseguido cubrir las plazas de médicos ofertadas, no quieren trabajar en esas condiciones. Se informa de que en Madrid, además, ya dan cita de especialidades para 2024. Así que el Seguro de Salud Privado, según cuenta Infolibre, es ya el negocio del siglo. La Banca lo contempla como algo “muy goloso” y se han apuntado con fruición a tomar parte en esas inversiones. Lo es, las personas en general apreciamos bastante estar sanos y, sobre todo, vivir. Pero las Mutuas ni lo cubren todo, ni a todas las edades por precios asequibles.

Asistimos a un desplome alarmante del servicio público de salud y crea indefensión, pero preocuparse de eso es ya un lujo. Añadan la educación, pensiones, dependencia, ciencia e investigación, cultura y lo que quieran. Es mucho gasto y nuestros impuestos tienen mejores destinos, según a quien encargan la gestión los votantes.

En la práctica, el capitalismo salvaje, el capitalismo, dedica los recursos públicos a proyectos como hacer almacenes de ladrillos para dar negocio a las constructoras y similares y lo resta a los servicios públicos, en particular a la sanidad. La tragedia se agranda si se añade el delirio fascista. Pero, al parecer, mucha gente no relaciona estos conceptos con los dirigentes que los imponen. Y esto crea todavía más indefensión. Social. No se han enterado del protocolo de la Comunidad para los geriátricos, ni culpan a los responsables de las carencias en la atención sanitaria. Ayuso, por ejemplo, parece la heroína que ganó para el Real Madrid la Champions. Y eso basta.

Los votantes no tienen disculpa alguna, como escribía Carlos Hernández sobre el final de este camino al fascismo puro y duro. Pero hay que reconocer que buena parte de los medios les ayudan mucho, son imprescindibles en su contribución a la causa. De no enterarse de lo que les atañe de verdad, y a vivir en el odio a su contrario ideológico. Nunca creí que la insensatez llegara a tales grados como se contempla en las persecuciones desplegadas en las redes sociales.

La gente está enfadada. Porque han subido los precios desorbitadamente. Un 8,7% de nuevo. Las compañías energéticas siguen abusando a través de sus entramados de poder. Se logra un descuento en gasolineras, por ejemplo, y elevan el costo del combustible. Y se vino a añadir otra desgracia como hecho determinante: la guerra. La inflación era la primera consecuencia directa de la guerra sobre Ucrania. Pero aquel vibrante espíritu bélico bullía sin freno. No podíamos dejar solos a los pobres ucranianos, y los dejamos a fondo. Porque ése no era el camino. Porque ése es el camino más costoso en vidas y en el bienestar de las personas, de millones de personas en un círculo mucho más amplio que el escenario de los combates.

Ucrania ha dejado de exportar, como es lógico, y tardará en poder hacerlo: habrán de limpiar hasta las minas en los campos de cereal. Rusia es objeto de sanciones y también. Escasean muchos productos, al punto de ver lo impensable: que un país tan inmenso y poblado como India, segundo productor mundial de trigo, suspenda sus exportaciones. India era la alternativa para compensar el desabastecimiento global provocado por la invasión de Ucrania. La repercusión del conflicto es enorme.

Estados Unidos está exportando, en cambio, y ganando dinero con la eventualidad. Algunos. No la mayoría. Se producen cambios de opinión. Hace unos días, The New York Times publicó un editorial de su Consejo editorial, su máximo órgano, en el que decía que la guerra de Estados Unidos contra Rusia –así la definió en algún momento- se estaba complicando y estimaban que no se iba a garantizar el apoyo económico estadounidense por mucho tiempo.  

El reportero de TVE Víctor García Guerrero lo publicó en detalle pero, como siempre hay cosas intrascendentes de las que hablar antes de lo verdaderamente importante, pasó desapercibido y es necesario rescatarlo.

“¿Estados Unidos, por ejemplo, está tratando de ayudar a poner fin a este conflicto, a través de un acuerdo que permita una Ucrania soberana y algún tipo de relación entre Estados Unidos y Rusia? ¿O Estados Unidos está tratando de debilitar a Rusia de forma permanente?”. se preguntaba el editorial.

 Y llegaron a plantear una disyuntiva no por sincera menos terrible: El apoyo a los ucranianos muy bien, pero… “La inflación es un problema mucho mayor para los votantes estadounidenses que para Ucrania, y es probable que se intensifiquen las perturbaciones en los mercados mundiales de alimentos y energía”. Más que probable, seguro.

“Al final, son los ucranianos quienes deben tomar las decisiones difíciles: son los que luchan, mueren y pierden sus hogares por la agresión rusa, y son ellos quienes deben decidir cómo sería el fin de la guerra”, decía The New YorK Times, que inicialmente apoyó la intervención militar de EEUU.

Al final… y al principio: siempre fue así. Pero los muertos pesaban mucho en esos negocios que se crean al calor de las armas hasta para conseguir buenos precios. Lo contamos. Algunos, algunas. Como los objetivos de las partes combatientes. Europa tampoco está logrando la unanimidad en las sanciones a Rusia que andamos pagando todos. Pero todavía no llega la ola del otro lado del Atlántico. Alemania se apunta “al mayor rearme desde la II Guerra Mundial, incluso modificando la Constitución. Y Pedro Sánchez anuncia más armamento para Ucrania destinado ”a defender nuestra forma de vida“. Convendría preguntarse cuál es ”nuestra forma de vida“.

Hay amenaza hasta de hambrunas por la guerra, y la burbuja política y mediática de la derecha española se comporta como si nada existiera fuera de esa impaciencia por llegar al poder y cuanto implica para ellos. Con Feijóo, ese político que actúa “de manera muy inteligente”, oigo al tertulianismo, tan presidenciable por su seriedad. Es decir, por hablar más bajo diciendo lo mismo que Casado y echándose a la espalda las bofetadas de corrupción que están saliendo. Hasta la mafia rusa en labores propias de su ser mafioso para tapar las basuras del PP, conocido por escuchas legales de la policía.

Al final… sí, la guerra se puede acabar porque la gasolina cueste más cara o escasee el aceite de mesa. Esto es el capitalismo. Una estafa descomunal. La venden a diario sus gestores y beneficiarios. A unos ciudadanos que votan con las emociones sin pensar en el día siguiente. En el que ni siquiera les bajará el precio de la gasolina, el aceite, el cordero y el melón. Ahora que como sociedad sí que nos ha depreciado, nos está hundiendo.

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