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No estoy hablando de España

Políticos y grupos civiles rechazan en Miami la "epidemia" de ataques con armas en EE.UU.

Verónica Fumanal

El pasado fin de semana, dos hombres en EEUU con fácil acceso a armas de fuego dispararon contra la población, en lo que parte del país denomina como “terrorismo doméstico” basado en la supremacía o nacionalismo blanco en el país norteamericano. Sin embargo, desde La Casa Blanca evitan utilizar este concepto y cuando hablan de supremacía blanca, la incluyen dentro de una serie de fenómenos que desdibuja su relación directa con los atentados del fin de semana. La negativa del presidente estadounidense a hablar sobre estos episodios como terrorismo y a poner el foco sobre la importancia del control de armas es una estrategia deliberada para proteger los intereses de sus votantes, mayoritariamente blancos y pro segunda enmienda, sin límites ni registros. Los hechos no han pasado desapercibidos para los candidatos y candidatas demócratas en pleno proceso de primarias y todos han coincidido en la vincular los atentados con los discursos racistas de Trump.

Existen estudios académicos que son concluyentes sobre la capacidad de los discursos públicos para legitimar conductas violentas entre sus seguidores, del mismo modo, que no se ha demostrado que la ficción o videojuegos puedan suponer conductas legitimadoras de imitación, porque los seres humanos sabemos diferenciar entre la violencia real y la ficticia, siendo solo la primera motivo de imitación y legitimación de conductas. Sin embargo, el presidente de los EEUU continúa elaborando un relato que intencionadamente evita afrontar que los discursos violentos provocan violencia y que el acceso libre a las armas, provoca que la gente pueda llegar a utilizarlas para matar.

En ocasiones, desafortunadamente cada vez con más frecuencia, escuchamos argumentos, relatos o constructos en boca de nuestros políticos que no llegan a rozar la realidad, sino que la martillean hasta amoldarla para ajustarla a los parámetros que benefician a sus intereses políticos. Para aquellos que no profesan las mismas creencias, parecen marcianos que no dejan de alejar su pies de la superficie terrestre, sin embargo, y a pesar de las críticas que reciben por parte de sus contrarios, continúan ahondando en los argumentos ciencia ficción porque su objetivo no es en ningún caso realizar un análisis del suceso, ni realizar una función pedagógica, sino satisfacer la coherencia cognitiva de los electores que un día dejaron de ser ciudadanos críticos para convertirse en portadores de la nueva palabra.

Este proceso en el que los discursos se alejan de los hechos para tratar de manipular la realidad se han demostrado altamente eficaces en la radicalización de sus seguidores, al mismo tiempo, que alejan a sus detractores promoviendo una progresiva ruptura social entre pros y contras, basando el discurso político en creencias en sustitución de las ideas, conceptos orteguianos que diferencian entre un consumo crítico de la información (ideas) y la simple aceptación en función de la fuente que lo legitima (creencias). Resulta interesante la bibliografía que acredita que este tipo de discursos son realizados por líderes narcisistas que se caracterizan por su arrogancia, necesidad de reconocimiento, falta de empatía, irracionalidad..., todos ellos, aspectos de las personalidad que en el fondo, esconden un gran sentimiento de inferioridad. Algunas de estas teorías afirman que sus seguidores también responden a ciertos parámetros relacionados con el narcisismo, un apunte para la reflexión, que no cabe desarrollar aquí.

Los episodios de EEUU son la trágica expresión de discursos extremistas, basados en el odio y la superioridad de unos sobre otros, y son también un grito de atención sobre lo que la polarización política puede influir en la conducta social cuando se sigue hasta las últimas consecuencias. En primer lugar, ahondando en fracturas preexistentes, pero también creando nuevas que antes no existían; en segunda lugar, alejando las instituciones del interés público, instrumentalizándolas solo para una parte; y en tercer lugar, impidiendo abordar retos comunes que nos interpelan a todos y todas como sociedad, negando la posibilidad de llegar a acuerdos estables en el tiempo. La tendencia parece estar presente en algunos de los fenómenos políticos que están sacudiendo las democracias liberales, tanto es así que el Financial Times hace unos días denominaba este fenómeno como la tribalización de la política, en referencia a Trump o Johnson. Y no estoy hablando de España.

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