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El hartazgo del ciudadano racional

Archivo - Dos personas con mascarilla acceden a la playa

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"Lo que me pone malo de la gente de izquierdas, especialmente de los intelectuales, es su absoluta ignorancia de cómo suceden las cosas

George Orwell

Me gustaría que los mandamases echaran un ojo a la sociedad en la que viven, pero un ojo atento y no sesgado ni filtrado por encuestas o asesores. Una mirada que busque aprehender la realidad. Se darían cuenta entonces, si por un milagro desearan hacerlo, de que existe vida inteligente en este país, que quedan ciudadanos racionales, pensantes, reflexivos y con sentido crítico. Verían que todo eso que les cuentan de las reacciones de las masas, en las redes, en los audímetros, choca con la verdad insoslayable de que incluso hablan para personas más preparadas y mejores que ellos mismos. Quizá esta idea podría hacerles llegar un poco de mesura, de alipori, la conciencia de que al otro lado hay muchísima gente plenamente consciente de la bochornosa carta de precocinados que sirven cada día como si fueran chefs de la intelectualidad. 

Sería importante incluso para sus propios designios, porque no sé si han reparado en que las incoherencias, sus solipsismos, las arbitrariedades, los cambios de rumbo, las decisiones ajenas a lo científico y lo racional, están produciendo una sedición del ciudadano de consecuencias difíciles de prever. Deberían ser conscientes de la cantidad de ciudadanos que ya prescinden incluso de enterarse de las medidas contradictorias y erráticas que toman respecto a la pandemia, los unos, los otros y los que están por encima de todos estos. 

Tomemos la cuestión de las mascarillas, que no puede ser más absurda. Primero porque no hacían falta -y la hacían, vaya si la hacían- y ahora porque son obligatorias incluso en circunstancias racional y epidemiológicamente innecesarias. ¿De verdad quieren que no les tome a chirigota si publican en el BOE que tengo que llevar la mascarilla incluso si estoy sola en el puñetero pico de una montaña? Capaces de mandarme un dron, con capacidad de allanarme la soledad, para multarme. ¿De verdad? El propio enredo es inenarrable. Dicen que se ha quedado obsoleta una medida que fue introducida por los socialistas mediante enmienda cuando la ley ya estaba en el Senado hace tres semanas. Salgan y miren a cuántos se nos cae la baba fuera. 

Ahora las comunidades se soliviantan, porque temen las consecuencias, y los que vemos cómo se escribe con tinta de ley que hay que llevar mascarilla mientras pescas chipirones en solitario, pero que te la puedes quitar para comerlos en el interior de un restaurante, esos nos soliviantamos por el insulto a nuestra inteligencia común. Aún peor, se reúnen y nos dice la ministra del ramo, del ramo soso también, que lo van a “modular y contextualizar a la época”. Comprenderán que un ciudadano racional se pregunte ¿y cómo se modulan las leyes una vez aprobadas por la soberanía popular y publicadas en la piedra del BOE? ¿quién las “contextualiza”? No sé si nos están diciendo que están estudiando llegar al acuerdo de incumplirla, o sea, de pasársela por el forro y esto uniría a la incoherencia y la irracionalidad, la ignominia de gobernar al margen de las propias leyes que impulsan.

No han aprendido a hacer nada que no sea prohibir y dar normas, distintas, divergentes, incomprensibles, y siguen por esa senda. Unos dicen que perimetrar no sirve pero han basado su acción en perimetrar barrios y distritos de salud. El gran éxito madrileño, dicen. Otros afirman que impedir la movilidad ayuda pero no quieren discernir que los desplazamientos no son igual de peligrosos, que irte a tu segunda casa y luego estar al aire libre, es menos peligroso que quedarte en la ciudad dentro de los bares hasta el toque de queda. Todo eso la gente lo sabe y es obvio que muchos han decidido pasarse sus normas por el arco del triunfo. Cada vez más. No los aplaudo. Otros seguimos aquí soportando estulticias y marchas adelante y atrás, y decisiones sin sentido por pura conciencia cívica. No los aplaudo ni los secundo pero los veo y tengo que señalar que están así y que no son tanto producto de lo que llaman “cansancio pandémico” sino del cansancio de tanta prohibición acompañada de tan poca seducción y de tan poca inteligencia a la hora de manejar a la población. Tal vez, además de virólogos deberían de tener psicólogos en sus equipos. 

Las vacunas. Otra cuestión para el análisis racional. A estas alturas ya estamos vacunando gente joven y sana como lechugas mientras las personas con los sistemas inmunes destrozados por las quimioterapias siguen encerrados a cal y canto porque el virus las puede rematar. No en todas partes, claro, también están los agravios comparativos por comunidades. Yo es que me parto. Están vacunando a compañeros míos que aún pueden correr maratones, y me alegro por ellos, mientras un transplantado, un enfermo de cáncer o yo misma, que tomo un antimetabolito, un citotóxico, en el desayuno, estamos aquí mirándolos pasar. Gentes con deterioros cancerígenos que les dan unos pocos años de esperanza de vida y que deberían ser los primeros en poder vivir los meses o años que les queden en cierta libertad. Los científicos del CSIC que trabajan en laboratorios P-3, los que trabajan con virus para la vacuna española, Enjuanes y compañía ¡siguen sin estar vacunados! Hay mayores de 80 mirando cómo salen de vacunar a los fisioterapeutas mazados. De lo más racional. 

Las vacunas. El cirio de Astra Zeneca, la única de la que se han reportado trombos y muertes. Eso es así. De nuevo nos bailan los años primero hacia abajo -no a mayores de 55- y ahora hacia arriba -no a menores de 60, dicen los alemanes- y lo único que saben decirnos los expertos en los grandes números es que “los beneficios son mayores que los riesgos”, pura estadística de los grandes números. ¿Saben lo que pasa? Que al que le toca el número pequeño pierde el premio más preciado que tenía, que era su vida. Así que no parece tan baladí. Hagan el favor de ser racionales y buscar los elementos de riesgo comunes entre los casos ya producidos y después sean honestos: si las muertes se han producido entre mujeres de cierta edad o que tomaban tratamientos hormonales, por precaución saquen esos grupos. Nos daría mucha más tranquilidad a todos.

Los experimentos. La racionalidad de pretender que es buena idea comprobar si 5.000 personas se contagian en un concierto sin distancia social, con unos test de antígenos. Haber dejado que tal cosa se llevara a efecto. La avalancha de peticiones que se va a producir. Vayan luego a decir que nos sentemos seis por mesa. ¿No ven que es absurdo? Como si las condiciones impuestas en ese “experimento” se fueran a repetir en un contexto normal, como si la gente fuera a los conciertos sin beber más que agua y sin desmadrarse y descolocarse la mascarilla. Alguien cree que vive entre tontos. 

Cada vez hay más gente haciendo pillerías para saltarse prohibiciones que considera abusivas y absurdas. No puedo ir a mi casa pero llegan los turistas. Puedo irme de vacaciones con una escala en Frankfurt. En este país prohibir y poner multas parece la única autopista hacia la prevención. ¿Por qué no han permitido a la gente moverse y han impedido que vayan a los sitios a los que realmente no quieren que vayan? No somos tontos. Ese es el verdadero problema. No que vayan a sus casas o paseen . 

Están propiciando la sedición de las gentes y saben que a base de coerción pura y dura no podrán manejarlas. No lo están haciendo bien. No lo están explicando bien. No lo están arbitrando bien. 

Es una pena porque fuera hay gente racional, ciudadanos que podrían entenderles, pero han optado por aplaudir que se viole la Constitución para evitar una fiesta y es muy difícil que la vida inteligente vaya a tragar con todo.

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