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El hilo negro de Rocío Monasterio

Diputados de la Asamblea de Madrid aplauden al diputado de Podemos Serigne Mbaye durante la investidura de Isabel Díaz Ayuso.

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No tenía una granja en África al pie de las colinas del Ngong, pero su familia era dueña de ingenios azucareros en una época en la que en Cuba las grandes fortunas se forjaban con esclavos, explotación o favores de un dictador. Un pasado colonial que añoran los de su estirpe y que les proporcionaba réditos incontables hasta que llegó Fidel Castro en 1959 y mandó parar. El rencor de clase aún le dura a Rocío Monasterio. Aquel ático amplio y lujoso de La Habana en Calzada y 13 en el que se daban fiestas de pompa en una calle que desembocaba en el Malecón y donde soñaba con emular a su abuelo como latifundista ya no es de su familia. Nunca lo pudo disfrutar. Se lo expropiaron tras el triunfo de la Revolución de los barbudos tras tantos años de enriquecimiento creyendo que podrían también enriquecerse con los nuevos gobernantes como hicieron con los anteriores. Pobre Rocío, les quitaron sus privilegios y aún no lo ha digerido. Ese pensamiento colonial no se le ha quitado aún de la cabeza y teje su red negra de prejuicios contra las minorías anclada en aquel odio de clase que aspira a convertir nuevamente en hegemonía y poder.

La saga de los Monasterio y los Gutiérrez Falla eran unos terratenientes de Cienfuegos que poseían la central Manuelita lograda, forjada y afianzada durante las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. Les quitaron sus colonias y fuerza humana de enriquecimiento y eso no lo perdonan aquellos acostumbrados a tejer esa tupida red de intereses y explotación. Por eso se reconocen entre ellos y acaban sumando fuerzas allá donde anidan expulsados por los que se atrevieron para intentar devolverles el golpe. De los Monasterio a los Tertsch rumiando la ira por haber probado las mieles de la derrota por una vez en la historia, una sensación a la que las de su clase no están acostumbradas y no van a perdonar a los nadie. 

Los Tertsch saben también lo que es tener el pensamiento colonialista anclado en la conformación familiar y en el legado de un pensamiento reaccionario que considera a los inmigrantes poco más que legatarios de la fuerza de obra esclava. Los Valle de Lersundi, familia materna del eurodiputado de Vox, tenían vínculos de labor con los Monasterio y los Falla en la Cuba que explotaba a los traídos encadenados de África. La marquesa de Guaimaro, madre de Hermann Tertstch, era la depositaria de un título proveniente de los Del Valle Lersundi e Iznaga, una familia rica criolla de la región central de Cuba en los siglos XVIII y XIX, propietarios de una importante industria azucarera. En la Ruta del Esclavo en el Valle de los Ingenios aún puede visitarse el Ingenio Guaimaro, que fuera propiedad de los antepasados de Tertsch, y que en el año 1830 tenía a su disposición unos 300 esclavos para los que se construyó un poblado de Bohios. En la misma ruta para turistas puede visitarse la Torre Manaca-Iznaga, de 43 m de altura, que servía para llamar a los esclavos a la labor y como punto de vigía de su correcto proceder. 

El hilo negro que teje la trampa para los que consideran solo fuerza de trabajo y ciudadanos de segunda a los inmigrantes no solo se construye con relaciones de interés, sino también con palabras, discursos, relatos, odio y actuaciones. Una madeja que va deshilachándose a través del rencor y el odio al diferente y que acaba concretándose en acciones más allá de sus directas responsabilidades, pero a las que contribuyen estableciendo un clima de opinión propicio para la legitimación de actuaciones violentas. Una visita a un centro de menores no acompañados para señalarlos, un cartel criminalizándolos, una granada que vuela sobre la valla que rodea el centro... son diferentes responsabilidades pero el mismo problema. El exmilitar que asesina a Youssef al grito de ''aquí no queremos moros'' y el paseo voxiano por Ceuta están unidos por ese hilo negro que se tejió en Cuba con trabajo esclavo. Forman parte del mismo telar, un tejido cosido con el mismo patrón de pensamiento intolerante y supremacista que considera que Serigne Mbaye solo es un negro que tendría que servir sin levantar la voz. 

Rocío Monasterio odia a Serigne Mbaye precisamente por eso. Porque le recuerda el privilegio perdido y le hace rememorar el momento en el que sus familias claudicaron. La dama de azúcar no soporta que se perdiera el orden natural racista en el que los negros recogían caña para forjar fardos con los que construir sus áticos en el Malecón. Su presencia en la Asamblea es un elogio de la resistencia que hace rechinar los dientes de los herederos del dulce elixir caribeño. Porque su puño senegalés en alto es un símbolo de todo aquello que los terratenientes azucareros perdieron al llegar el anhelo de justicia e igualdad. Serigne Mbaye es la memoria presente del África expoliada, alma resiliente de los negros que llegaron a Cuba para ser esclavizados y que con su sangre construyeron las fortunas de los herederos que ahora rabian al ver su tez morena, curtida y valiente gritándoles con su presencia para decirles que también aquí se les acabará la diversión y les harán parar. 

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