La impertinencia del cuerpo
La sensibilidad social respecto a la tragedia posee, aparentemente, un carácter aleatorio y casi caprichoso.
Consumimos con pasmosa normalidad todo tipo de asuntos relativos a la vida privada de los demás, ya sea en programas de corazón, revistas, informativos o charlas cotidianas. Y por delicados o escabrosos que sean los chismes, nos vemos socialmente legitimados a opinar sobre cada uno de ellos, porque “para eso vivimos en un estado con libertad de expresión”.
Sin embargo, si es la cultura (y especialmente el teatro) la que se propone reflexionar sobre la tragedia, entonces incurre para una asombrosa mayoría de personas en una impertinencia condenable.
Esta ha sido nuestra experiencia con Jauría, una ficción dramática construida por Jordi Casanovas (y dirigida por Miguel del Arco) a partir de transcripciones literales del juicio de 'la manada'.
La primera semana de ensayos, el cartel de la obra amaneció en la fachada del teatro Pavón Kamikaze con el rótulo “fuck monetizar dramas”. Como todos y cada uno de los acontecimientos que rodean a esta historia, supuso para nosotros (el equipo artístico) motivo de reflexión. Lejos de protegernos de manera reactiva de lo que habíamos sentido como una agresión directa a nuestro trabajo, nos propusimos entender las razones ocultas, y probablemente inconscientes, que nos llevan como sociedad a juzgar severamente algunos tratamientos del drama y otros no.
Al inicio valoramos dos posibles causas, relativas al caso concreto de 'la manada': la actualidad y el sexo.
Es evidente que el sexo se mueve en una estridente dualidad moral. Por un lado todo lo impregna sin cautela, desde los anuncios publicitarios hasta el vestuario de los animadores infantiles; por otro, sigue suponiendo uno de los principales tabúes contemporáneos.
Respecto a la actualidad como causa de las sospechas vertidas sobre Jauría, pronto resolvimos que el campo periodístico y de la información llevaba más de dos años desgranando el caso a discreción. Personas que obtenían un salario (como nosotros) por describir, analizar y profundizar sobre el mismo drama que nosotros lo estábamos haciendo. Sin embargo, no siempre recibían críticas.
Y si los motivos del reproche no eran esos, entonces ¿cuáles? ¿Dónde residía nuestra impertinencia?
La respuesta se hizo esperar pero os aseguro que es certera: en el cuerpo.
Un sistema neoliberal como el nuestro, fundamentado en el positivismo, en la exaltación de lo “científico-tecnológico”, en la razón productora, en la mente, olvida elegidamente al cuerpo y todo lo que en él acontece.
Nuestra insolencia como artistas era la de encarnar la tragedia: en-carnar, ponerla en la carne, en la nuestra, y así permitir al espectador que pueda también sentirla en la suya.
Porque la palabra es poderosa, pero el cuerpo lo es más.
Cualquier artículo sobre 'la manada' se hace soportable debido a que la lectura permite distancia. Es el lector el que elige su implicación, y aun en el caso de querer que esta fuera absoluta, el salto imaginativo que debe realizar para “ponerse en la piel” de la víctima es portentoso, sobretodo si se trata de un hombre, ya que generalmente no han experimentado sensaciones de acoso, miedo o inferioridad física similares.
En cambio, del teatro no escapas. Las neuronas espejo empiezan a funcionar y la empatía está asegurada. Pero no la empatía intelectual que conlleva la construcción de una opinión rápida con la que poder conversar en el ascensor, sino la empatía carnal, cuya máxima expresión es la denominada catarsis: un proceso que nos permite liberarnos, a través de la asociación, de aquellos dolores que nos constriñen e impiden nuestra libertad y expansión completas.
Esta es mi experiencia interpretando el papel de ELLA en Jauría.
Decenas de mensajes privados en mis redes sociales con testimonios que narran violaciones y que aseguran haber encontrado en nuestra obra una liberación, un camino hacia la sanación de la herida.
Decenas de personas, hombres y mujeres, que nos esperan cada día en la puerta de los teatros, con el rostro empapado en lágrimas, para abrazarnos y agradecernos la valentía de contar esta historia, que tanto se parece por desgracia a alguna de las suyas. Porque como dice Miguel (del Arco) “de lo que no se habla, no existe”.
Ojalá que esta tragedia nunca hubiera existido, y por tanto tampoco nuestra función, pero a día de hoy sólo puedo afirmar sin albergar duda alguna:
Toda 'manada' ha de ser combatida por una Jauría, y en este caso hemos puesto cuerpo y alma para ofrecerle a Ella, cada tarde sobre el escenario, la defensa que merece.