Informar (bien) del virus
Hace unos días, en una rueda de prensa, el director general de la Organización Mundial de la Salud dijo que no hay un “contagio global descontrolado” del coronavirus ni se puede hablar una enfermedad “grave”. Pero también dijo que las autoridades sanitarias del mundo tienen que tomar precauciones por si hay “una pandemia”. “¿Tiene el virus el potencial de ser pandemia? Desde luego. ¿Estamos ahí? Según nuestro análisis, todavía no”, dijo.
¿Cuál es el titular? Según El País, que “el mundo” debe estar preparado para la pandemia. Según El Mundo, que puede haber pandemia. Según eldiario.es, que ahora no hay pandemia. Estos enfoques son válidos y debatibles y cada medio valora cuál es la noticia.
Pero ese sano debate no se parece a insinuar que el primer ministro eslovaco tiene el virus porque está enfermo, como hicieron otros medios, especular sobre los murciélagos chinos o ver conspiraciones imperialistas en la decisión de cancelar el congreso de móviles de Barcelona, como hicieron varios políticos españoles.
Uno de los debates públicos estos días es si “los medios” y “los periodistas” están haciendo un mal trabajo por informar demasiado o transmitir cada nuevo caso con alertas que destacan la urgencia. La reflexión genérica ayuda a que todos nos lo pensemos dos veces a la hora de formular un titular o lanzar otra alerta, pero la brocha gorda de la crítica ayuda poco a esclarecer los hechos.
Para empezar, no existen “los medios” y “los periodistas”, sino medios y periodistas concretos que hacen mejor o peor su trabajo en un asunto de preocupación pública. Aunque se puedan encontrar casos de información defectuosa o irresponsable, la inquietud no es algo fabricado por las televisiones o las webs desesperadas por un click más.
El coronavirus es menos letal que otros recientes como el SARS, pero más que la gripe estacional, da lugar a una afección menos contagiosa que la varicela o el sarampión que se cura para la abrumadora mayoría, pero se desconoce cómo evolucionará y todavía no hay vacuna ni cura. El mensaje continuo de la OMS es contra el alarmismo, pero también contra la complacencia.
En cualquier caso, la información es una buena protección del espacio público especialmente en tiempos tan revueltos y con redes tan contaminadas de opiniones a la ligera, bulos y pseudo-datos interesados. Ésa es una de las fortalezas de una democracia. Ante una epidemia, la calidad de la convivencia y el acceso a la información son tan importantes como la calidad de la sanidad y el acceso a los cuidados. La confianza en las instituciones es indispensable para seguir las reglas, mantener la calma y minimizar los daños. Y aquí la prensa sigue siendo una pieza clave pese a la avalancha de vídeos domésticos, los audios de la comunidad de vecinos o el pantallazo de algún tuitero.
Producir información cuidadosa garantiza que exista y que se difunda. Centrar la atención en algo imprevisto de tanto impacto económico y social no es alarmar. Es informar y tratar de dar respuestas a preguntas que ya existen. La información diligente compite con fragmentos de información equivocada, dudosa o exagerada, pero tirar la toalla nunca es la solución. La experiencia también dice que la buena información tiene impacto, sea una pieza de Esther Samper, una intervención llamando a la calma de Lorenzo Milá o la nueva newsletter monográfica del New York TimesNew York Times.
Después de todo, la crisis en China también estalló por la falta de información. La poca que el régimen chino le dio a la Organización Mundial de la Salud -algo mejor que con el SARS, pero insuficiente- y la que intentó que no se difundiera entre la población que impidió que se tomaran medidas preventivas contra el contagio. La falta de información puede ser letal. El símbolo de los horrores de un régimen dictatorial es Li Wenliang, el médico chino que alertó del peligro ante un nuevo virus, fue castigado por hablar y acabó muriendo por la infección.
Cuando nos cansemos de ver a otro reportero con mascarilla delante de un triste pueblo lombardo, viene bien recordar que los líderes autoritarios son los primeros que culpan a los periodistas. Donald Trump, preocupado por su reelección en noviembre, ya ha acusado a las televisiones de estar haciendo que el virus “parezca lo peor posible” para que bajen las bolsas. También intenta limitar la transparencia pública y que los políticos manden sobre los expertos.
No toda la información vale lo mismo, pero las crisis suelen ser una oportunidad para corregir malos hábitos. Ésta es una de ellas. Ante la incertidumbre, valora la buena información, fíjate en la fuente antes de compartir, lee con detenimiento. Y lávate bien las manos.
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