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Los lavaperros del monarca

López Obrador, presidente de México.

Montero Glez

Días atrás, el presidente del gobierno mexicano espoleó el lomo de nuestro pasado imperialista. Lo hizo en forma de carta a nuestro Jefe de Estado y la misiva se filtró a los medios en menos de lo que se tarda en decir “joder”. Con ello, unos cuantos se chingaron por acá.

En la carta de marras, el presidente López Obrador hacía referencia al acto fundacional de la nación mexicana, “tremendamente violento y doloroso, realizado mediante innumerables crímenes y atropellos”. Por todo ello, López Obrador invitaba a Felipe de Borbón a pedir disculpas.

Nuestro Jefe de Estado no contestó, en su lugar contestaron sus lavaperros, que es nombre común utilizado en Sudamérica para designar a los lacayos. Los tales lavaperros, lejos de ver las palabras del presidente mexicano como una propuesta para el debate, se las tomaron como una posibilidad para rendir pleitesía al heredero de la aberración cromosómica. Y empezaron a ladrar.

Resulta curioso que se quiera pasar una página de nuestra Historia −con mayúscula− sin haber sido escrita todavía desde la legitimidad de las víctimas. Porque nosotros, los españolitos de entonces, cuando llegamos al Nuevo Mundo, no descubrimos un territorio nuevo. Todo lo contrario. Aquellos territorios llevaban descubiertos una montonera de años por los ancestros de la gente que los habitaba cuando aparecimos borrachos de vino y sangre.

Pero claro, siempre sale algún que otro lavaperros a desatarse con ladridos, diciendo que los indígenas eran pueblos tan primitivos que practicaban el sacrificio de seres humanos y que, en ofrenda a los dioses, mataban a niñas vírgenes y a niños recién nacidos. Para ilustrar el argumento muestran pinturas precolombinas donde se hace evidente la brutalidad indígena en nombre de los dioses. Es innegable. Es algo tan veraz que no se puede discutir.

Con todo, resulta un argumento tramposo por parte de los lavaperros. Porque todos aquellos actos de sangre, lejos de ser censurados por los conquistadores, se convirtieron en posibilidad para la conquista. El ejército de conquistadores creció gracias al descontento de muchos indígenas, pues, ante la amenaza del sacrificio, cambiaron de bando, alistándose voluntariamente en la mesnada hispana.

Promesas de liberación que, luego, una vez conquistado el territorio, nuestros antepasados no cumplieron. Salvados del fuego, los indígenas fueron llevados a las brasas de nuestro imperio. Antes de pasar página, deberíamos escribirla con la verdad, pues, la verdad es lo más revolucionario que existe. La verdad histórica es la vacuna antirrábica para los lavaperros de nuestro Borbón. Para que dejen de seguir ladrando.

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