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¡Los miserables!

Representación de Los Miserables

Jesús López-Medel

Ningún ejército puede detener una idea a la que le ha llegado su momento (Victor Hugo).

Los medios audiovisuales nos siguen mostrando una realidad atroz del ser humano, un retrato de una sociedad que se califica como civilizada pero en la que está aconteciendo una de las realidades más vergonzosas de la las últimas décadas, acaso tras la segunda guerra mundial. Muchos seguimos conmovidos y, al tiempo, enfurecidos pero quizás porque esto está sucediendo aquí mismo, en el ombligo que somos del mundo. No quiero dejar de recordar otras más desconocidas y ocultas migraciones en penosas condiciones y millones de refugiados por guerras, hambrunas, etc que desde hace mucho acontecen en África y se desplazan internamente. Pero es otro continente…

Lo que estamos contemplando ahora en Europa (aunque esto empezó hace cuatro años) es mucho más grave. No solo están huyendo millones de personas de sus países en guerra sino que a donde van, errantes, se les niega derechos muy básicos y su propia dignidad como seres humanos.

Son, auténticamente, unos miserables.

Además de la película y el musical, pocos libros (menos aún tan voluminosos) me han seducido como la obra de Víctor Hugo, fallecido hace 130 años. Emoción, ternura, rabia, indignación, etc. Son muchas las sensaciones y sentimientos que genera en cualquier lector o espectador. Desde el comienzo, donde una justicia dura (y por tanto injusta) es implacable frente al huidizo fugitivo Vanjean, ya nos coloca frente a la persecución, la impiedad de la fuerza represora que solo es evitada por la compasión y misericordia del abate robado.

Era darle, como ahora se dice en otros ámbitos, una nueva oportunidad para que el expresidiario encauzase su vida con honestidad y sin el aliento atrás de unos sabuesos puramente represores. Eso no es pretender justicia sino pura crueldad. El protagonista lo salva pero no desde el odio sino desde la dignidad y la equidad.

“Europa es nuestra, de los europeos”, gritaba hace días el presidente de ese país nacionalista en el que quedaron resabios de dictadura comunista y su opresión. Esa es la Europa, dicen algunos, con raíces cristianas. ¡Que mentira! Si fue así en su origen, las extirparon y trasplantaron a un nuevo abono que estaba putrefacto. En un tremendo contraste el rigor que aplica la UE para que Grecia cumpla sus obligaciones financieras para con ellos y en cambio la permisividad con la actitud de Hungría que está incumpliendo gravemente las esencias teóricas de esa Unión, los derechos humanos.

Volviendo al libro de Víctor Hugo, sobre todo, Vanjean, Fantinne y Cossete, quienes de los personajes de la novela más cercanía nos causan, sobre todo por su humanidad profunda y las miserias y penurias que superaron, hasta donde pudieron luchar, al límite, frente a su infortunio.

Pero también hay otros personajes colectivos que son auténticamente miserables: el pueblo maltratado. El contexto de la novela son las revoluciones de 1830 y 1848 que lucharon por desterrar unas ideas conservadoras, clasistas y que no dudaban en utilizar a la opresión para mantener su estatus. Los que llamamos con naturalidad “revolucionarios” refiriéndonos a otros tiempos, siguen existiendo hoy, aunque en cada momento, cuando luchan por un verdadero cambio (no por una regeneración de maquillaje, son juzgados con dureza calificándoles, lo mínimo, como “antisistemas” (cuando los que son merecedores de este calificativo verdaderamente son aquellos que lo pervierten).

El ritmo de la historia de la humanidad está lleno de etapas, algunas más inmóviles (otros, con eufemismo le llaman “estable”) pero lo que es indudable es que los osados, los “locos”, los indignados, los que no se resignan, los que se movilizan para mejorar las cosas, son sacrificados pero su obra y su actuar es la simiente que fructifica en un futuro. Como expresa el propio Víctor Hugo: “Atreveos, el progreso sólo se logra así”.

El pueblo y su situación miserable de vida es el otro protagonista de la novela. La historia de amor que conmueve en el libro, se ve completada (también en épica y emoción) con este papel importante que se asigna a un pueblo humillado que defiende su propia dignidad. En la representación escénica estoy seguro que ese sujeto colectivo, el pueblo humillado, genera simpatías, incluso en aquel espectador de la butaca contigua que, acaso vote partidos conservadores. En ello, hay una parte de escenografía (aun con la bandera más roja que Anguita), de orientación de emociones pero, también, de natural empatía humana en que todos, en un momento dado, aunque sea aislado, somos capaces de sentir apoyo al más débil.

En este sentido los miserables, son en esa novela y en todas las realidades, aquellos que desde su desgracia y penuria, alzan valores humanos y no se resignan (en España hay mucho “resignao”). Pero acaso se pudiera tomar en otra acepción. En efecto, el Diccionario de la Academia (para los republicanos, atléticos y barcelonistas es suficiente), expresa con el vocablo “miserable”, cuatro significados: desdichado; abatido; mezquino; perverso.

El título de la novela, siempre en positivo, se refiere a los sujetos de los dos primeros sentidos pues, a pesar de su desgracia, ofrecen una dimensión netamente positiva y humana. Pero también se puede aplicar a otros, los mezquinos y perversos. Estos en la novela tienen también un protagonista concreto, el policía Javert, implacable y rígido representante de la “”justicia“”. Y, por otro lado, aunque difuminadas, las fuerzas del poder que intentan impedir cambios colectivos hacia el progreso utilizando la represión frente a los desposeídos que quieren cambiar la realidad.

Hoy tenemos errando por nuestra Europa una gente que aunque “pobrecillos ellos”, nos molestan y, por tanto, les vamos poniendo muros con pinchos y navajas y echando de nuestros territorios (que son “nuestros” eh), dejándoles en la más indignidad. “Ofendidos y humillados” que titularía Dowstoyenski (obra de no tan fácil lectura). Como expresa otro escritor en lengua inglesa, aunque en este caso contemporáneo y libanés: “No podemos ser insensibles a la respiración del mundo” (Amin Maaaluf).

El nazismo, los guardianes de los presos de Abu Grabit, los muros de Gaza, son ignominias de la historia. Como ahora también lo que está sucediendo con los refugiados. Alentamos el avispero de Irak, Libia y Siria, les vendimos armas, hicimos negocios múltiples y ahora pensamos quitarnos estos moscones atacando militarmente Siria. ¡Que genios!

Lo que está sucediendo, lo que estamos viviendo, lo que están padeciendo, lo que estamos consintiendo, es una de las grandes ignominias de la historia contemporánea y el acta de defunción de una Europa que tendrá que renacer sobre otros principios éticos, los de los miserables nobles de corazón.

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