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Muhammad Najem, el adolescente que fotografía la guerra siria desde niño

Muhammad Najem se fotografía en una calle llena de escombros por los bombardeos en Ghouta oriental, Siria.

Leila Nachawati

Desde finales de abril aviones rusos bombardean Idlib, en el norte de Siria, casi a diario, y las víctimas se cuentan por cientos. Sólo entre el 22 y el 23 de julio fueron asesinadas más de 60 personas y hubo en torno a 100 heridos en una ofensiva que la ONU describió como “la más letal contra civiles desde el aumento de los combates”. Las bombas se ceban con mercados, colegios y hospitales, y buena parte de las víctimas son mujeres y niños, muchas de ellas doble y triplemente desplazadas, ya que a Idlib, último lugar fuera del control de Asad, ha ido llegando en estos años gente que huía de otras zonas como Hama, Homs o Ghouta.

Una de estas personas es Muhammad Najem, un joven de 16 años que lleva casi la mitad de su vida viviendo y contando la guerra, compartiendo el día a día bajo las bombas en sus canales de Youtube, Twitter e Instagram. Primero en Ghouta Oriental, el barrio a las afueras de Damasco que en agosto de 2013 sufrió el primer ataque con armas químicas, un lugar descrito por la ONU en febrero de 2018 como “el infierno en la tierra”.

Era todavía un niño cuando, atravesando la pantalla con sus grandes ojos azules, compartió sus primeras imágenes de los bombardeos que se cebaban con su barrio. Desde entonces lo haría prácticamente a diario, convirtiéndose prematuramente en fuente y reportero de una guerra que hace tiempo que dejó de ocupar portadas. Hoy lo hace desde Estambul, adonde llegó hace ocho meses y desde donde continúa alertando sobre la situación que se vive en Idlib y el resto de Siria.

“Espera, necesito escribir mis ideas para ordenarlas. Si no lo escribo, todo me resulta muy caótico”, contesta antes de responder a las primeras preguntas. Envía un gran archivo de imágenes, que combina fotos de edificios derruidos y escenas muy gráficas de los momentos después de un bombardeo, con instantáneas de niños jugando al futbolín o naranjos en flor que el fotógrafo muestra orgulloso a cámara.

Nos detenemos en una en la que se le ve a él estudiando a la luz de una vela, en pleno apagón en el barrio de Ghouta. Muy buen estudiante desde niño, Muhammad cuenta que desde que no tiene cerca a su hermana le cuesta más estudiar. “Se me resiste sobre todo el inglés, aunque sé que es muy importante estudiarlo para poder seguir contando al mundo lo que pasa en Siria”.

Doblemente desplazados

Muhammad vive ahora en Turquía, adonde logró llegar después de unos meses viviendo en Idlib. Lo acompañaban su madre y sus tres hermanos, de siete, cuatro y 25 años. Qusay Noor, el mayor, también es conocido por compartir a través de sus redes sociales el día a día bajo el asedio. “Fue él quien me enseñó a grabar, a hacer bien los selfies, a abrirme cuentas de internet...”, recalca Muhammad. Una cuarta hermana, embarazada de ocho meses, se quedó en Idlib por miedo a que el viaje supusiese demasiado riesgo. Ahora se arrepiente de no haber salido a toda costa y trata sin éxito de reunirse con el resto de la familia en Estambul.

“Cuando salimos de Idlib y vimos que íbamos a tomar un avión lloramos de emoción. Mi hermana pequeña no paraba de preguntarme si estaba seguro de que este no era el mismo avión que nos bombardeaba”, recuerda el adolescente.

Para buena parte de la población siria, sometida a años de ataques aéreos, avión es sinónimo de bombardeo. Muhammad los ha visto destruir todo lo que encontraban a su paso, arrasando terrenos y edificios y dejando secuelas imborrables en sus víctimas, especialmente en las más jóvenes.

“Con mis fotos y mis vídeos he intentado centrarme en el efecto en los niños”, cuenta. “En el ataque químico, muchos niños con los que convivía en Ghouta sufrieron quemaduras terribles, y años después seguían teniendo el rostro desfigurado. Eran quemaduras tan horribles que otros niños se asustaban y no querían jugar con ellos. Yo me quedaba jugando con ellos y al final terminaban olvidándose de todo y sonreían. Me gustaba mucho esa sensación”.

Su forma de contar lo ocurrido bajo el asedio combina imágenes de la crudeza del sufrimiento de la población con momentos cotidianos de relativa normalidad, acompañados de comentarios cargados de sensibilidad, ternura, humor negro, ironía y resiliencia. “Aquí los hijos de Ghouta. A pesar de los histéricos bombardeos, del infierno de la muerte, de la falta de vida, comida y medicinas… siempre sonriendo”, comenta junto a una foto en la que se le ve comiendo de un hornillo de gas rodeado de escombros y a la que añade la etiqueta '#Life_In_Graves' (vivir en tumbas).

Cuando la situación se volvió insostenible en Ghouta, Muhammad huyó con su familia a Idlib, lugar que ha ido acogiendo a familias desplazadas de todo el país. “Durante unos meses fuimos bastante felices allí. Me gustaba ir a visitar a familias que acababan de llegar como nosotros y que eran acogidos por quienes ya estaban allí, hacerles entrevistas… Esos meses en que no hubo bombardeos y los sirios podíamos vivir en una especie de libertad fueron buenos”.

La tregua a la que hace referencia Muhammad, acordada por Turquía, Rusia y el régimen sirio, no duró. Idlib, ubicada en la zona noroccidental de Siria, forma parte junto con algunas zonas de Alepo y Hama de la región controlada por una alianza en la que destaca el grupo Hayat Tahrir al-Sham, una escisión de Al-Qaeda que es responsable también de reprimir a la población local y de utilizar su poder para acallar las voces que cuestionen su autoridad.

Además del grupo, conforman el complejo entramado de la provincia activistas y opositores de todo el país. Un entramado que conlleva tensiones internas entre activistas civiles y grupos de carácter extremista, como muestran las manifestaciones en las que cientos de personas continúan reivindicando libertad y justicia, tanto frente a Asad y sus aliados como frente a quienes intentan ocupar su lugar anulando las aspiraciones de la población. A esta situación tan difícil se suman desde hace más de tres meses ataques aéreos centrados en acabar con el último resquicio de vida fuera del control de la dictadura.

Hablando con Muhammad es fácil percibir que, desde esos 16 años en los que ha visto y vivido escenas que la mayoría no ve en toda una vida, se siente en deuda con los niños que siguen dentro del país. “Ahora estoy a salvo, pero no me siento bien. Creo que debería estar dentro, compartiendo el destino del resto de niños y contando al mundo lo que está pasando y lo que vive la gente en mi país”.

Esa atención del mundo que busca Muhammad hace tiempo que remitió, y es cada vez menor la cobertura de la tragedia que continúa asolando a la población siria. Quienes seguimos de cerca la situación en el país nos enfrentamos a menudo a la pregunta: “¿Pero la guerra no ha terminado ya?”, y lo cierto es que el anuncio de “fin de la guerra” que lanzaron Asad y sus aliados en diciembre de 2018 no se corresponde con la devastación que continúan provocando en el norte del país, donde recientemente bombardearon un pozo que abastecía de agua potable a buena parte de la población local. Tampoco con el aumento de la tortura en las prisiones del régimen, donde se hacinan en condiciones infrahumanas los presos que sobreviven, después de años de ejecuciones sumarias que se han recrudecido en los últimos meses, una situación que han denunciado organizaciones como Amnistía Internacional.

Las personas detenidas dentro del país incluyen numerosos desplazados internos, como el joven Tareq Abdul Hakim Kiwan, que desertó del ejército oficial y tras una larga temporada en Daraa regresó a Damasco buscando estabilizar su situación y reconciliarse con las autoridades. Fue detenido en el acto y murió bajo tortura a finales de julio, según la notificación recibida por su familia, una suerte que han corrido otras personas que han tratado de “reconciliarse con el régimen”. Otros detenidos son personas expulsadas de países adonde habían logrado huir, como Líbano o Turquía, y que al ser repatriadas son recibidas con condenas a muerte.

Muhammad tiene noticias de personas en Turquía a las que se está obligando a regresar a una Siria que no es segura para ellas, y dice no entender bien qué ocurre. “A mí y a las personas que conozco nos han tratado bien aquí, pero ahora dicen que hay muchos sirios que están aquí ilegalmente y deben volver. La mayoría no podremos volver mientras en Siria no haya libertad”, recuerda.

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