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¿Nada volverá a ser como antes? ¡Nada volverá a ser como antes!

Ellas dedican más tiempo a los niños también durante la alarma, un 50 % más

Isaac Rosa

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Nada volverá a ser como antes. El coronavirus supone un antes y un después. El mundo va a cambiar. Va a cambiar radicalmente. Fin de época. Punto de inflexión. Se avecina un nuevo tiempo con nuevas reglas. Nada será igual. Adiós al mundo tal como lo conocíamos. Bienvenidos al futuro.

Venga, sed sinceros: ¿qué os produce la lectura del párrafo anterior? ¿Ilusión o miedo? ¿Qué sentís cada vez que estos días encontráis esos mismos vaticinios en artículos, entrevistas, tertulias y análisis de expertos? ¿Os ilusionáis, repetís las frases en voz alta, las compartís en vuestros grupos de whatsapp y salís al balcón para mirar el horizonte? ¿O más bien os echáis a temblar, os escondéis bajo la cama y miráis compulsivamente fotos antiguas (fotos de hace dos semanas)? ¿Queréis que el mundo se dé la vuelta cual calcetín, o daríais un pulmón y parte del otro por regresar aunque fuese un ratito a la semana previa al estado de alarma?

Quizás las dos cosas. Yo, por ejemplo, voy por días, o por horas. Hay ratos en que me entusiasmo pensando en esta posibilidad imprevista de transformación social, y enumero las muchas cosas de ayer que querría dejar atrás para siempre. Pero hay otros momentos (el día del confinado es muy largo) en que me repito eso tan viejo de no hacer mudanzas en tiempo de tribulación, y firmaría con los ojos cerrados por conservar intacto ese ayer que hoy vemos alejarse, incluso con todo lo que no iba bien, para intentar cambiarlo pero por otras vías, sin confinamiento, miles de muertos y ruedas de prensa con generales.

El diablillo optimista me susurra en un oído: tranquilo, Isaac, nada volverá a ser igual porque nosotros no seremos los mismos, esta experiencia nos va a transformar, nos cambia prioridades y necesidades, nos rehumaniza, genera formas de comunidad y apoyo mutuo, y nos permite aquello que hace dos semanas era inimaginable: parar, detener la máquina, paso previo para reprogramarla. Pero en la otra oreja el diablillo pesimista me relee fragmentos subrayados de La doctrina del shock, me recuerda lo mal parados que salimos de anteriores crisis que también iban a cambiar el mundo (incluso iban a cambiar el capitalismo, ¿recordáis?), y me muestra por la ventana las posibles primeras señales del nuevo tiempo: autoritarismo, disciplinamiento social, militarización, excepcionalidad, alabanza del modelo chino…

No sé. Supongo que una vez pase la urgencia extrema (pero mientras ya se producen cambios que pueden ser irreversibles) tendremos que encontrar un equilibrio entre dos tareas simétricas y necesarias por igual: empujar hacia el futuro sin soltar la cuerda del pasado. Dedicar tanta energía a crear un mundo nuevo como a conservar todo lo que queremos salvar del “viejo mundo” y que hoy está amenazado.

Con tanto entusiasmo por saludar la nueva época se nos olvida que venimos de un tiempo de profunda incertidumbre, y esta no ha hecho más que agudizarse en esta crisis: si hasta hace unos días no éramos capaces de pensar nuestras vidas a un año vista, de pronto no sabemos qué será de nosotros la semana que viene. Y la emoción dominante hoy, pese a tanto arcoíris en los balcones, seguramente es el miedo. Antes de soñar el futuro necesitamos asegurar el presente, en términos de supervivencia en muchos casos. No sea que corramos tan deprisa hacia el nuevo mundo, que al mirar atrás descubramos que nadie nos sigue.

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