Oí lamentos
Salíamos de una comida de domingo y dimos un paseo con los perros, que olisqueaban las esquinas mientras nosotros comentábamos las típicas cuestiones familiares. La calle estaba muy tranquila, con esa luz clara de atardecer de otoño en el norte de Madrid. Yo estaba distraída cuando lo oí. Sorpresivo e indefinible, al principio no supe de qué se trataba, pero enseguida advertí que era un lamento. Después llegaron más: lamentos grandes, sostenidos, que llenaban el aire. Sobrecogían. Ya me había dado cuenta de que no eran gritos o quejidos humanos, pero aún no había empezado a reaccionar. Entonces vi las carpas y las letras enormes del Gran Circo Mundial. Son los animales, dijo mi hermana. Aquello que habíamos oído eran los animales del circo. Rugidos, bramidos, no sé: sonaban a lamentos. Entonces la calle se volvió solitaria y la luz se hizo muy fría. Subimos al coche y, al arrancar, sentí la angustia impotente de abandonar a alguien atrás.
Tigres, elefantes, lobos, perros y caballos. Eso es lo que había en La Vaguada, encerrados en decenas de camiones alrededor de las carpas. Lo que oí. Lo que me parecieron lamentos. Cuando entré en la web del Gran Circo Mundial los vi: la jaula donde casi no caben las rayas de Bengala; el taburete en el que mantener apenas la humillación en equilibrio. Vi todo el color, la espectacularidad, el maquillaje, el maillot. Los cuerpos torneados, la nariz del payaso. Vi Julia Christie, tan glamurosa junto a un tigre. Vi a Miss Auri y vi a Susi, a Jane, a Kato, a Saylor y a Bully, sus cinco elefantes hindúes. Fabulosos, magníficos, cautivos, derrotados. Vi el logo del Ayuntamiento de Madrid. Vi el logo de El Corte Inglés. Vi fotos de esa familia circense, los González, en compañía de los Reyes de España, del Papa de Roma, de la Infanta doña Margarita y hasta de Carmen Alborch cuando era ministra de Cultura. El Gran Circo Mundial se autodefine así: “¡Donde el circo es arte y cultura!”. Vi el Premio Nacional de Circo y la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes y el Diploma de Honor de UNICEF, la organización que se ocupa de los niños del mundo.
Pero no vi uno solo de los lamentos que oí. No vi la crueldad a la que sistemáticamente son sometidos los animales de circo: el violento adiestramiento para que sean capaces de hacer cosas contrarias a su naturaleza, la angustia de la cautividad. No vi las innumerables horas de itinerancia, en las que los animales van encadenados o confinados en estrechas jaulas, ni vi el hacinamiento; no vi el frío del invierno ni el calor del verano; no vi la separación de sus congéneres; no vi su frustración, sus conductas neuróticas, el peligro que supone, también para los humanos, su natural ansia de escapar. No vi los látigos, las picanas eléctricas, los bozales, los ganchos: todos esos terribles instrumentos con los que los animales de circo son castigados para obligarlos a obedecer.
Llega la Navidad y la tradición trae consigo los circos. Ignorantes de lo que la vida en los circos esconde para ellos, a los niños les entusiasma ver a los animales. Pero educar consiste en que los niños sepan que los animales salvajes deben vivir en su hábitat, que tienen derecho a no ser maltratados y a su libertad, que los animales no son objetos sino seres que sienten miedo y dolor, que los circos contribuyen a que desaparezcan especies en peligro de extinción. En este sentido van las campañas contra los circos con animales que impulsan asociaciones como Anima Naturalis o la Coalición InfoCircos, formada por FAADA, ANDA y Born Free Foundation, cuyos objetivos son informar y concienciar a la sociedad del sufrimiento para los animales que conllevan los circos, observar el cumplimiento de las leyes existentes y solicitar a los ayuntamientos de cada ciudad que se declaren “libres de circos con animales”.
Los circos con animales vulneran de forma sistemática las disposiciones de la convención CITES, que impide ingresar animales en los países de forma ilegal, y vulneran los derechos de protección básica de los animales aprobados por la ONU y por la UNESCO. Países como Austria, Holanda, Suecia, India, Finlandia, Suiza, Dinamarca o Argentina, y muchos estados y ciudades de Europa y Estados Unidos, ya han prohibido los espectáculos de entretenimiento con animales. Anima Naturalis nos recuerda que, como vi también anunciado en una marquesina cercana a La Vaguada, “existen circos como el Cirque du Soleil, El Circo de Oz, El Circo New Pickle Family, Cirque D'Hiver, el Circo Ekún y el Circo Imperial Chino que no utilizan animales como parte de su espectáculo”. En algunos países, el circo no solo no utiliza animales y “al mismo tiempo, ayuda a niños y jóvenes en riesgo social, utilizando el arte circense como herramienta educativa y de intervención social”.
En el Estado Español 100 municipios han prohibido ya los circos con animales. Podemos pedir a los alcaldes de nuestras ciudades que se sumen a esa lista. Podemos denunciar los circos con animales mediante cartas a los directores de los medios de comunicación. Podemos contactar con las asociaciones mencionadas para que den charlas en los colegios y ayuden a educar a los niños en los valores de la empatía y el respeto. Podemos difundir la información que tenemos y nuestra solidaridad con las víctimas. Cuando acaba el espectáculo, cuando se apagan las luces, cuando volvemos a casa, ellos, los elefantes, los tigres, los lobos son obligados a volver a sus jaulas, vuelven a ser amarrados a sus cadenas. Tenemos la obligación moral de escuchar sus lamentos. Y de ayudarles.