Pactar es fácil
Aunque les parezca inverosímil, hay algo en común entre todos los escenarios e hipótesis de pactos postelectorales con los que tanto se nos marea estos días con pactómetros y realidades aumentadas. A derecha y a izquierda, rural o urbano, costa o interior; en todas las situaciones los pactos se plantean, preferentemente, contra alguien. En la política española los acuerdos a favor de algo o alguien se antojan más raros que aquel famoso perro verde.
En Madrid se hacen contra Manuela Carmena o contra Ángel Gabilondo. En Barcelona iban a ser contra Ada Colau pero ahora se arman contra Ernest Maragall. La derecha quiere pactar contra los populismos y los independentistas, aunque para ello tenga que abrazarse a la derecha xenófoba y preconstitucional. La izquierda ofrece pactar contra la derecha extrema, aunque sea a base de entregarle la presidencia o la alcaldía a esa derecha a quien lo único que le molesta de pactar con la derecha extrema, es que se sepa.
Aunque a la izquierda le cueste creerlo, en este juego perverso de pactar contra alguien, la derecha lleva todas las de ganar. Lo juega mejor y sabe cómo hacer que la izquierda compita fatal. Para empezar, han conseguido equiparar los pactos con la derecha extrema y los acuerdos con el nacionalismo democrático; como si fueran o constituyeran una misma amenaza para nuestra convivencia o nuestra democracia. Para acabar, se ha hecho con el monopolio del relato que legitima o deslegitima los acuerdos políticos. Aquí parece que solo valen los pactos que dice la derecha que valen.
El marcador no engaña. Allí donde le conviene a la derecha, ha pactado o va a pactar con la derecha extrema sin pedir perdón y sin disculparse ante nada ni nadie. Allí donde lo necesita, la izquierda no va pactar con el nacionalismo y tienen pinta de ir a pasarse toda la legislatura pidiendo perdón por haberlo pensado siquiera.
No se me ocurre mejor ni mayor ventaja para la derecha en cualquier juego: concederle el derecho a decir qué resultados cuentan y cuáles no, qué se puede pactar y con quién para que cuente. Lo más triste es pensar en lo fácil que sería pactar y acordar en la política española; bastaría con liberarse del relato impuesto por la derecha, dejar de pedirles permiso y empezar a acordar a favor de políticas y candidatos del futuro, no contra de políticas y candidatos del pasado.