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La piel de la memoria

no hay pan para tanto chorizo

Montero Glez

Durante aquella primavera, las plazas se poblaron de consignas sonoras, como aquella que afirmaba: “No hay pan para tanto chorizo”. Nos echamos a la calle sin perder de vista nuestra tradición más barroca que acuñó el Siglo de Oro, y denunciamos la miseria desde el corazón de Madrid, donde, en tiempos de Quevedo, se localizaba el mentidero de la Villa.

Por lógica, sólo la gente digna puede indignarse y nuestra indignación alborotó la vida, creando un movimiento tan estimulante para las clases más desfavorecidas como peligroso para el poder, pues se articulaba en asambleas populares donde se tomaban decisiones a nuestro favor. Lo hacíamos para defendernos, para ponernos en guardia frente al zampón mercado global y su política de conquista y aniquilamiento de los mercados locales.

Fue en una de estas asambleas donde comprendimos que producción y consumo son los cimientos de la sociedad capitalista y que, por lo mismo, el dinero es el signo de lo que puede ser adquirido, razón de más por la que en el baile de máscaras capitalista siempre será más respetable un rico que un pobre. Luego estaba lo otro, lo de los chorizos y las morcillas, pues, de tripa y sangre está hecha nuestra Historia más reciente. Por lo mismo, para que las heridas cierren, se hace necesario abrir cunetas, de la misma manera que no podemos pasar página, sin antes haberla dejado escrita.

Años después, la memoria se desmigaja en una sucesión de imágenes que nos asaltan como fantasmas que viniesen a cobrar una deuda pendiente. Son imágenes de cuando un nuevo relato se empezaba a poner en marcha; una relación de hechos pasados que dejaba en ridículo a nuestros representantes políticos, como si hubieran sido puestos delante de los espejos deformantes de la Historia de España. La ruptura con el Régimen del 78 iba a ser inevitable.

Ahora, cuando nuestros representantes políticos juran cargos, la edad de la piel nos lleva a recomponer los trozos de memoria para recordar viejos sueños. Es entonces cuando nos viene al recuerdo una primavera en la que le dimos la vuelta al miedo y salimos a la calle dispuestos a conquistar la lejanía.

Fue un tiempo que ya parece lejano aunque, a veces, se deje tocar; un tiempo que bien merece ser repetido. Entre otras cosas, porque nos sigue faltando el pan para tanto chorizo.

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