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Primera lección: el coronavirus sigue aquí

Anciano haciendo footing, otro sentado

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La primera lección a aprender del coronavirus es que sigue aquí. Hay en este momento en el mundo más de 12 millones de casos de coronavirus confirmados y medio millón de muertos. Hace apenas un mes eran 6 millones y 350.000 víctimas mortales. La gráfica sigue marcando un crecimiento exponencial. En algunos lugares se ha disparado como nunca. Los EEUU de Trump, en cabeza. Se cumplen cuatro meses desde que la OMS declarara el 11 de marzo, a la COVID-19 como pandemia. Tiempo en el que hemos aprendido muchas cosas, pero no todas ni mucho menos positivas para el bien común.

Cuatro meses, más en otros lugares del planeta, que se han hecho eternos para volver a una normalidad tutelada que no confirma a corto plazo rotundas soluciones al problema de salud. La economía opta ya por primar la bolsa antes que la vida, asumiendo o enmascarando las consecuencias y ni siquiera es la única amenaza.

El coronavirus se fue frenando con el confinamiento y la suspensión de la actividad en gran parte del mundo. La vuelta a lo cotidiano, aunque sea de forma tan relativa, ha desatado rebrotes y nuevos confinamientos. En Melbourne, la capital del Estado australiano de Victoria, están estupefactos por este regreso a las medidas restrictivas, realmente duras en el foco principal. Y así se están viendo varios núcleos y países. En España, se detectan 73 rebrotes activos en 15 de las 17 comunidades autónomas. Los que más preocupan están Lleida, con un fallecido ya en el Segrià, y en Lugo, A Mariña. La cifra de nuevos contagios se eleva ya a 333 en las últimas 24 horas. Son cerca de 3.000 en una semana, lo que no sucedía desde mayo. Urge actuar con responsabilidad

 A estas alturas sabemos cómo prevenir y afrontar el problema sanitario pero otras lecciones de trascendencia las han aprendido y quieren aplicar otros por todos. En el mundo y en España. Un breve apunte de cómo la delirante actuación de Donald Trump sirve en bandeja a China la hegemonía en el llamado tablero mundial. Esa China consciente de su poder, acaba de machacar a la provincia anexionada de Hong Kong con una ley “de seguridad” brutal que ahonda el carácter autoritario y represor del régimen –comunista en estructura y ferozmente capitalista en los hechos- al que se le permite todo por su potencial económico. Y Europa está borrada del mapa del poder mundial.

La UE certifica en cada nuevo episodio que no es un club de países en mutuo apoyo sino una unión en donde algunos saquen el mejor provecho. Neoliberal a muerte, consagra el sálvese quien pueda en práctica bien distinta a la idea original. El episodio de la presidencia del Eurogrupo así lo demuestra. Nadia Calviño, la ministra española, está alineada con las tesis ortodoxas de la doctrina, aunque con el toque social que aporta la socialdemocracia. Y ha sido elegido el candidato irlandés, Paschal Donohoe, “del Partido Popular europeo, del norte y de un país fiscalmente amigo de las multinacionales, como lo son algunos de sus apoyos: Holanda, Malta, Luxemburgo y Chipre”, explicaba aquí Andrés Gil. Un paraíso fiscal, Luxemburgo en particular, da la presidencia a otro paraíso fiscal, Irlanda, a pesar del apoyo de Francia y Alemania a Calviño. Y queda repartir los 750.000 millones de reconstrucción que ha propuesto la Comisión Europea, sacados con fórceps, y que le va a costar soltar a la parte ganadora.

Hubiera sido un triunfo para Sánchez, así es derrota -la que registró el PP con De Guindos- y la prensa ultraconservadora española da botes de alegría. Aquí se libra una guerra tan radical o más que en otros países que quieren sacar provecho de la coyuntura.

En España, la cruzada de un nutrido grupo de periodistas de élite autoproclamados #yosoyVicenteVallés se inscribe en similar contienda. Lo que molesta de Podemos y Pablo Iglesias no es su actitud con los medios –con lo mucho que han callado del PP y ahora de Vox, al poder que en el fondo representan, para el que trabajan, les preocupan mucho más las medidas sociales del gobierno progresista. Ésa es la lección aprendida de la crisis, que redobla prejuicios previos.

Añadamos la pugna por mantener el nudo del atado bien atado o poner algo de justicia y de cordura en un país cuya cúspide ha venido haciendo aguas de tan escandalosa forma. Lo último de Juan Carlos, rey, jefe del Estado, lleva a preguntarnos ¿cómo se pueden sacar y disfrutar 100.000 euros al mes entre 2008 y 2012 de la cuenta suiza donde ingresó el “regalo” de Arabia Saudí? ¿Cómo nadie, enterado, dijo nada?

No parece que los ciudadanos hayan aprendido cuánto necesitaban sanidad pública e información independiente. Mientras los medios no dejan de criticar a Unidas Podemos, Díaz Ayuso –como paradigma de las políticas del PP y sus aliados- sigue su paseo triunfal limitando, todavía más de lo que ya está, la actividad de centros de salud en verano por falta de trabajadores. La prioridad ahora en ese terreno es construir otro hospital. Uno “para pandemias”.

Agota hasta volver a repetir las referencias a tanto atropello, a tanta arbitrariedad. Resulta que un foco de coronavirus de Madrid está muy cerca de mi casa. En un edificio donde hay un par de periódicos que ni siquiera informan del tema. Y piensas en las tiendas de alrededor, las paradas de los autobuses casi en la puerta. Y preocupa.

Y en las incómodas mascarillas que precisamos, con el calor además. Y en la perorata aprendida por los irresponsables: no pasa nada, el coronavirus es cosa de los rojos (como le dijeron a un médico), en los amuletos y remedios que se inventan para ahuyentar al bicho en el que ni creen. El coronavirus, en otra lección ardua de verdad, nos ha enseñado la cantidad de cretinos que viven entre los ciudadanos.

 A unos cuantos de nosotros también nos ha enseñado a valorar lo que nos vale la pena. Asistiendo a tal despliegue de mezquindad, egoísmo y hasta usura, te paras y reflexionas, como mi amigo el periodista todoterreno Juan Tortosa: Una vida da para hacer muy poquita cosa. Así que conviene seleccionar bien lo que se hace, en qué se trabaja, lo que se lee, con quién se está y a quién se ama, dice.

El verano pasado, tampoco exento de zozobras, me prendé de un texto en un blog que se demostró rotundo y tan premonitorio como lo es la vida si se la observa: “Si son dos días, que sean con quien nos hace sentir vivos; si la vida es un vuelo, que sea libre y con nuestras propias alas; y si estamos de paso, que sea un baile con una gran banda sonora”. Lo firmaba Marta Eme, aludiendo a la intensidad de ese sentimiento ante la muerte que asoma. Ha asomado en demasía en lo que llevamos de pandemia. Sin que la sociedad aprenda cuánto importa lo que importa.

Y ni con lo experimentado hay manera de cambiar que aunque haya gente desvalida, el sálvese quien pueda neoliberal sea lo que conviene. Ni las estrategias o trampas que se precisas para obtenerlo. Miles de muertos, millones de contagios, la bolsa o la vida. La corrupción que se atrinchera sin limpiar. Un plato de lentejas a cambio ¿Con caviar? Al menos saber elegir las batallas. Y los paisajes. Y las personas.

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