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O Putin o Europa

Vladímir Putin.

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Putin ha invadido Ucrania para doblegar a Europa, el proyecto europeo y todo lo que representa. Quien quiera comprar o dejarse enredar en las teorías sobre el espacio de “seguridad vital” amenazado por el cerco de la OTAN, o el carácter neonazi de los ucranianos, es muy libre de hacerlo, pero se equivoca. Lo que verdaderamente está en juego es la capacidad de supervivencia y respuesta del mayor proyecto de libertad, democracia y bienestar que ha conocido la Historia; con todos sus defectos y virtudes, con sus momentos malos y buenos, con sus aciertos y sus errores. O prevalece Putin y todo lo que representa, o prevalece Europa y cuanto representa. El margen de negociación es escaso. 

En ese empeño feroz contra las ideas que encarna la Unión Europea al presidente ruso le sobran aliados en casa. Desde toda la extrema derecha, con la cual tan bien se lleva en todos los sentidos y en el odio al proyecto democrático europeo especialmente, a toda la recua de genios y estrategas que ya han salido a calificar a Europa de “piltrafa”; porque ya se sabe que cuando alguien agrede la culpa nunca es únicamente del agresor, sino también del agredido, por no tener lo que hay que tener para defenderse. No se trata solo de una guerra en Ucrania, es una guerra europea y una guerra contra Europa. Nos guste o no. 

Qué precio estamos dispuestos a pagar para detener a Vladimir Putin y hacer prevalecer el proyecto de democracia, libertad y progreso que llamamos Unión Europea. Esa es la pregunta capital que nos traen la violencia, el drama y el horror de las imágenes y testimonios que llegan desde la invadida Ucrania. Mientras no la hagamos con la crudeza que requiere y la respondamos con la honestidad necesaria, no habrá manera de detener esta guerra. Que lo que más parezca preocuparnos en las capitales europeas sea cuánto van a subir la gasolina o la luz por esta guerra revela que aún no lo hemos entendido y dice mucho sobre nuestra limitada disposición a pagar. Alguien tendrá que decirlo en algún momento, aunque no queramos oírlo: solo con sanciones no se para a un ejército; se detiene cuando encuentra otro enfrente.

Mientras las tropas rusas cruzaban la frontera ucraniana, la UE acordaba poner sanciones económicas al chef de Putin. Ahora que las bombas caen sobre Kiev la comunidad internacional debate si desconectar un poco, algo o mucho a los bancos rusos del sistema financiero internacional. El desequilibrio resulta casi obsceno y una invitación a atacar con más fuerza. 

Se calcula que el equivalente a más del ochenta por ciento del PIB ruso está fuera del país, en manos de los oligarcas que sostienen en su beneficio la cleptocracia que preside Putin y expolia desde hace décadas al país. Ese es el territorio que ya debería haber ocupado por la fuerza la comunidad internacional hace días, con la UE a la cabeza. La mejor manera de pararle es que todo lo que es bueno para el presidente ruso deje de ser bueno para sus oligarcas y sus negocios. La fidelidad al dictador se agota cuando se acaba el dinero. Es una ley universal que no admite excepciones. 

Quien plantee esta guerra desigual como el resultado de la maldad de dos poderes igualmente perversos y criminales tal vez debería preguntarse qué le sucede en Madrid o en Londres o en Lugo cuando sale a protestar contra la guerra, o las mentiras de su propio gobierno, o de la OTAN, o de la UE, o de los yanquis y qué les ha sucedido a quienes han salido a protestar en Moscú y otras ciudades rusas contra la misma guerra y contra las mentiras de su propio gobierno.  

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