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Romper el tablero

Pedro Sánchez y Salvador Illa, en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados

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En el basket, romper un tablero es sinónimo de una mala conducta que se castiga con la anulación de la canasta y falta técnica en contra. En política, puede ocurrir lo contrario. Si se rompe y entra la bola, la recompensa puede ser máxima. De hecho, estos días en el universo socialista recuerdan que en todos los manuales de campaña hay una máxima irrenunciable que dice que si las cosas van bien, lo mejor es “hacerse el muertito” y que si van mal, lo que hay que hacer es “romper el tablero” para tomar la delantera al adversario e intentar el éxito. 

Esto es exactamente lo que ha hecho Pedro Sánchez al ungir a Salvador Illa -sin primarias ni deliberación interna previa- candidato a la Generalitat de Catalunya. Romper el tablero en este caso como sinónimo de quebrar la inercia electoral en Catalunya y la política de bloques con el objetivo de que el “elegido”, no sólo mejore notablemente la marca registrada por los socialistas catalanes en anteriores convocatorias, sino que disipe las posibilidad de que el independentismo sume otra vez mayoría absoluta. Si de paso acaricia, como augura el CIS, la primera posición del tablero, más a más. En ese caso, el socialismo catalán podría liderar una solución política con la que que enterrar la dinámica de confrontación y unilateralidad de los últimos tiempos.

Al “campeón” de la democracia interna del PSOE y guardián de las consultas a la militancia se le podrá reprochar que decidiese, en búsqueda consigo mismo y en petit comité con Miquel Iceta, que la mejor opción para recuperar la transversalidad perdida por el socialismo catalán fuera el todavía ministro de Sanidad sin que mediase deliberación interna alguna. Incluso hay razones para que el arco parlamentario en su conjunto -incluidos sus socios de coalición- carguen contra la estampida de Illa a Catalunya en plena tercera ola de la pandemia, con la campaña de vacunación en cuestión y con el sistema sanitario al borde del abismo. De lo que no se le podrá acusar es de no hacer nada ante las evidentes señales del afianzamiento de posiciones más pragmáticas en la sociedad catalana que unos achacan al desencanto y el bloquismo del independentismo y otros, a la situación emocional derivada de la pandemia. 

El caso es que PSOE y PSC comparten euforia por la “jugada maestra” perpetrada desde La Moncloa y se vanaglorian de haber desorientado tanto a la derecha como al secesionismo. Y esto a pesar de que para siempre quedará ya en entredicho aquello de que los socialistas catalanes son un partido con autonomía y entidad propia respecto al PSOE. De ser organizaciones hermanas han pasado a ser gemelas. Sin transición, sin debate y sin reforma estatutaria previa. Atrás quedaron los años de colisión y amagos de ruptura por los tripartitos en la Generalitat, por el derecho a decidir, por la abstención ante la investidura de Rajoy o por las diferentes visiones sobre el conflicto catalán. 

Sánchez ha conseguido en menos de un lustro lo que ni en sueños hubiera imaginado González, Zapatero o Rubalcaba, y que no es la comunión ideológica siempre compartida, sino el control de las decisiones orgánicas en un partido que llevaba a gala tener identidad jurídica al margen del PSOE.  

Si acierta con la jugada será un éxito indiscutible para Sánchez, para el PSC, para el PSOE y para España, sin duda. Si fracasa, al menos lo habrá intentado. Lo contrario, hubiera sido tanto como aceptar que el independentismo será para siempre hegemónico en Catalunya, que las posibilidades de acuerdo durante otros cuatro años serían nulas y que, tarde o temprano, habría un nuevo choque de trenes. De momento, el “efecto Illa” ha marcado ya el arranque de una campaña que prometía más de lo mismo y que, si acaba como auguran los socialistas - con el PSC como primera o segunda fuerza política- podría servir para pasar página y dejar atrás una década baldía. La operación es de alto riesgo,  altera todo el tablero electoral catalán y entraña no pocas dificultades, entre ellas la posibilidad de que las relaciones entre el PSOE y ERC en Madrid se deterioren, tras las elecciones. Y aun así en La Moncloa insisten en que para avanzar era necesario voltear el tablero y en que lo que venga después, ya se verá. Al fin y a la postre, nada está escrito. Ni el resultado de Illa, ni la presidencia de la Generalitat, ni el final de la batalla entre las tres derechas, que también se juegan mucho en estos comicios. En el guion de los socialistas, tras el 14-F empieza una nueva partida.

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