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Son ellos, no el sistema

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Esther Palomera

Hay un cabreo colosal. Este país es el único del planeta que pronto va a tener el dudoso honor de haber celebrado cuatro elecciones generales en cuatro años. Los ciudadanos votan y a ellos -los políticos- no les sirve lo votado. Han decidido que, como los malos estudiantes, los españoles repitan el examen. Y van, seguro, a repetirlo. Este país vota y vota mucho. La abstención más alta en democracia se registró en 2016, cuando Mariano Rajoy se dio mus ante el rey y Pedro Sánchez no convenció a Pablo Iglesias para que se sumara a un acuerdo con Albert Rivera. El “pacto del abrazo”, lo llamaron. Podemos no quiso entonces achuchones si de ellos participaban los liberales. Aún así, la primera vez que España repitió unas elecciones generales, la participación fue del 69,84% del censo. Aumentaron los votos nulos (0,93%, frente al 0,89% de 2015) y el porcentaje en blanco fue el mismo que en la anterior convocatoria.

Votar es divergir, cuestionar y contestar a todo. A lo que hacen y a lo que dejan de hacer quienes nos representan. La política se ha convertido en una democracia deliberativa en la que se habla mucho y se hace poco. Ahora una negociación se afronta cruzándose mensajes en los medios o emplazándose a través de las redes sociales y se anteponen los intereses personales o partidistas a los generales. Y muchos ciudadanos, seguro, se han declarado perplejos al ver la forma en que socialistas, morados y naranjas -en un calculado movimiento electoral de último minuto- han pretendido alcanzar un acuerdo para investir a un presidente de gobierno. Había votos, pero ni formas ni demasiadas ganas. No las tenía Pedro Sánchez y no las tenía Albert Rivera, a pesar del numerito de las tres condiciones “fake” que expuso en un descarado intento por salvar el pellejo de la debacle electoral que le vaticinan las encuestas. La nueva política ha resultado ser una suma de egos.

Y ahora hay una ola de indignación ciudadana, una segunda entrega del “no nos representan”, aunque algunos de los representantes de la ciudadanía sean esta vez los que hace cinco años coreaban el eslogan delante del Congreso de los Diputados. Entonces, como ahora, aumenta la brecha entre la política y la calle. Nada mejor en estos momentos que una relectura de Bernard Crick y de “En defensa de la política” para recordar que “la política como actividad merece ser honrada como la clave de la libertad, por encima del comportamiento de los políticos”.

Son ellos y no el sistema. No es la política, sino los políticos los que han fracasado. Son los líderes de los partidos quienes han dejado de conectar con la calle. La carga de la prueba igual está en el sistema de partidos, en la forma en que en sus líderes ejercen el poder y en el auge de unos hiperliderazgos cuyos límites aún están por fijar. En el PSOE, en Podemos y en Ciudadanos hay gente que defendía el acuerdo, que creía en la negociación y que alertaba de los riesgos de la repetición electoral. No solo por los resultados que pudieran obtener sus siglas sino también por la profunda desconfianza que la falta de entendimiento y el espectáculo representado en las últimas semanas puede generar en la ciudadanía. La ausencia de contrapesos internos al poder de los líderes políticos ha impedido, sin embargo, una deliberación al respecto, y se ha impuesto el criterio de los números uno.

Y es en ese funcionamiento de las organizaciones políticas donde debieran instalarse los argumentos críticos contra el permanente bloqueo institucional desde 2015 hasta el punto de que antes una campaña electoral era un tiempo breve entre legislatura y legislatura y ahora son las legislaturas, los breves momentos vividos entre campaña y campaña.

La política no es solo cosa de los políticos. Nos atañe a todos y tampoco debemos reducirla a los partidos. Votar es política como lo es también el extendido hartazgo con un funcionamiento institucional que permite que pasen siete meses entre elección y elección cuando es necesaria la repetición. Grecia pasó por lo mismo en 2012 y entre una convocatoria y otra solo hubo cuatro semanas de por medio.

La crítica sin paliativos también es política y los españoles siempre fuimos muy dados a la murmuración y la censura, lo que no nos convierte en antisistema, sino en ciudadanos críticos y comprometidos. Y esto nada tiene que ver con la antipolítica, un fenómeno que, en ocasiones, ve su oportunidad de acción en el agotamiento del orden establecido y se nutre de la negación de los necesarios partidos. Si los españoles rugen ante el bloqueo es por un síntoma de efervescencia política, no porque no acepten el marco que da sentido al pluralismo político. Lo demostraron en abril y lo volverán a hacer en noviembre, seguro. La hipotensión en el cuerpo electoral de estos días irá remitiendo. Lo que está por ver es que después los políticos sean capaces de dejar atrás su particular culto al ego.

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