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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

La zona gris

Koldo García (centro) con José Luis Ábalos, en una imagen de archivo.

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Robar dinero público durante una pandemia es algo más que robar dinero público. Quizá no en el aspecto penal, sí en el aspecto moral.

Eso es evidente.

También es evidente que en torno al Estado y a sus administraciones existe una zona opaca donde los favores, las recomendaciones, el puterío, las mariscadas y la pasta del contribuyente se mezclan en una albóndiga muy apetitosa para el pícaro, ese personaje tan tradicional en España. En otros países, la zona gris está bastante organizada. En Italia, por ejemplo, las mafias se ocupan del asunto de acuerdo con reglas delictivas más o menos establecidas. Lo español contiene un alto porcentaje de improvisación y chapuza.

Cuando el pícaro alcanza un despacho importante, como en los casos de Luis Roldán o Eduardo Zaplana, la comisión del delito resulta muy fácil y pierde mérito. Lo realmente artístico (dejando de lado el aspecto moral, como hay que hacer siempre que se habla de arte) es ejercer la picaresca a pelo, desde la mesa de un restaurante o desde el móvil, uniendo en una cadena al amigo que tiene un primo que tiene un amigo con cargo público.

El máximo ejemplo de creatividad en la picaresca lo ofreció Francisco Nicolás Gómez Iglesias, más conocido como “el pequeño Nicolás”. Vale la pena ver el documental sobre sus hazañas. Lo del “pequeño Nicolás” fue como uno de esos ejercicios en los que se simula una crisis para observar dónde fallan los mecanismos de respuesta. Gracias a ese chico sabemos que, si el pícaro tiene la cara lo bastante dura y los escrúpulos lo bastante flexibles, los sistemas de prevención fallan siempre.

Francisco Nicolás Gómez era un adolescente sin oficio ni beneficio que viajaba en coche oficial, se relacionaba con las máximas autoridades y entraba donde le daba la gana. Manejaba mucho dinero porque, como él mismo dice, en la zona gris de la política, un pequeño universo de espías, ganapanes turbios y chorizos espabilados, abunda el dinero y no hace falta más que recogerlo y metérselo en el bolsillo. Por otra parte, no hay que ser un genio del crimen para conseguir por la cara un coche oficial, con su chófer y su sirena. En España, eso te lo puede proporcionar un simple concejal de distrito.

La zona gris siempre está ahí. Asumo, por tanto, que en ella se cometen delitos y se desvía dinero de forma casi cotidiana. A veces pillamos al pícaro. Supongo que en la mayoría de las ocasiones el pícaro se lo lleva crudo y ni nos enteramos.

En la zona gris no impera una bandera política determinada. La hipertrofia partidista (un mal que, por lo visto, nunca curaremos) y las goteras del Estado favorecen a unos y a otros por igual.

El caso es que ahora, con el asunto de Koldo García, las mascarillas, los compinches y todo ese entorno tan cutre de José Luis Ábalos, ex secretario de organización del PSOE y ex ministro de Fomento, lo que se ve es la bandera socialista.

Sospecho desde hace tiempo que el PSOE se llevó su última alegría en julio y que tiene por delante tiempos muy difíciles. El camino hacia la pérdida del poder está lleno de amarguras. Aún peor es el camino hacia la pérdida de identidad. En tales situaciones se te pegan todas las porquerías. Quiero subrayar que hablo del PSOE, no de Pedro Sánchez. No soy capaz de imaginar dónde acabarán llevándole sus piruetas. Lejos, probablemente.

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