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Periodismo del bueno

Redacción de elDiario.es

Celia Martín

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En tiempos de pandemia y confinamiento, la información se está viendo más amenazada que nunca. El bien más preciado del periodismo parece relegado al final de una larga lista que recoge aquello que debe ser protegido. Mientras profesionales de todos los sectores luchan en primera línea de batalla, los periodistas también tienen un virus que erradicar: el de la desinformación. Pero no crean que hablo de fake news, bulos y redes sociales – de eso no sé si hemos demostrado saber demasiado o casi nada-, me refiero al total desinterés por estar informado, a la ignorancia colectiva y voluntaria. Es precisamente informar para eliminar la incertidumbre uno de los objetivos más importantes del periodismo pero, ¿cómo trabajar cuando la materia prima que manejas cada vez vale menos, social y económicamente hablando?, y sobre todo, ¿cómo enfrentar tiempos complicados sin que nadie amanezca sediento de información?

Podemos repasar libros de estilo y llevar a cabo encuestas, pero los datos que obtendríamos serían algo insípidos, si me lo permiten. Es la actualidad, cambiante y poliédrica, aquella que proporciona las claves para acabar con el atontamiento en el que estamos cayendo todos. Analizar el momento social y político se hace de vital importancia para conocer las necesidades de un ciudadano, en el fondo curioso, pero cada vez más cansado. Sin embargo, en medio de la tensión que provoca una pandemia mortífera y la creciente inquietud por un futuro incierto (o “nueva normalidad” como apunta Sánchez), la demanda de noticias ha crecido de forma mayúscula. ¿Quiere esto decir que se necesitan situaciones extraordinarias, e incluso desmedidas, para que la búsqueda de información y detección rigurosa de bulos se asienten de forma definitiva en nuestros círculos sociales? ¿No debería esto darse en condiciones normales y subrayarse en momentos difíciles e imprecisos? ¿Es necesaria la propagación mundial de un virus peleón para darnos cuenta de que la información nace imprescindible, debe ser rigurosa y aspira a ser revolucionaria? Demasiadas preguntas que solo tienen una respuesta: las goteras que sufre nuestra ignorancia deben taparse con ojos abiertos, efusiva actualidad y muchas ganas de saber, pero no de cualquier manera; sino saber bien.

Es una exigencia irrefutable que un medio de comunicación opere con credibilidad pero es también el ciudadano el que debe llegar con apetito a la mesa. En los últimos años, he podido apreciar un interés por la actualidad descafeinado, o si se prefiere, asintomático. Se tiene pero no se siente. Buscar información parece cansado; consultar diferentes puntos de vista, tedioso y contrastar la fuente a veces imposible. Pero lo más relevante es que todo esto ha desembocado en una ambición nula por saber, rastrear y debatir más. Nos ahogamos en una vagancia optativa -pero cada vez más placentera- que anula el juicio crítico y nos acomoda en un aburguesamiento en el que es muy fácil entrar pero del que cada vez se hace más complicado salir.

Y ojo, no creo que la vagancia informativa sea mala. Simplemente es improductiva y muy traviesa. Además, debe ser intolerable simplemente por dos razones: dignidad y comunicación. La primera ya que presumimos de ser el continente que aporta el inmejorable modelo democrático para el resto del planeta. No nos podemos permitir el lujo de una sociedad obesa de bulos y sin ansia de autenticidad. Y la segunda porque vivimos en un mundo de conexión y viralización extrema de contenidos, donde la ignorancia sin correa puede jugar muy malas pasadas. El primer paso para erradicar este virus es admitir en voz alta que convive con nosotros. Indudablemente confiaría mucho más en alguien que admite su ignorancia -en cualquier campo o sobre cualquier tema- que aquellos que sostienen una posición de certeza absoluta y aversión al cambio. Cuando esta fase está completada -que cuesta, y no poco-, lo único que queda es combatir la idiotez con información y periodismo. Periodismo del bueno. Ese que grita y no susurra. Ese que remueve y no suaviza. El que de verdad interesa.

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