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Crónica

Cuando Abascal despierte, Sánchez y la pandemia seguirán ahí

Pedro Sánchez y Santiago Abascal en dos momentos del debate de la moción de censura de Vox.

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El Congreso es ese sitio donde los diputados hablan siempre. Con argumentos y sin ellos. Con fundamento y sin él. Con razones o no. Con desparpajo o con timidez. Con dominio de la oratoria o con una enorme capacidad para anestesiar.  Con ánimo de conciliar o de confrontar. Su trabajo consiste precisamente en eso: en hablar. Hablar mucho y hablar siempre. Y aunque tentaciones ha habido para  guardar esta vez silencio y no perder el tiempo en medio de una pandemia, sus señorías han vuelto a hacerlo en una sesión que suscita serias dudas sobre si fue verdaderamente tal y no un impúdico ejercicio propagandístico de VOX en plena batalla por la hegemonía de la derecha para arrinconar al PP de Casado. Excepción del peneuvista Aitor Esteban, que renuncia a su turno para “no contribuir” a semejante “patochada”.

Lo llaman moción de censura. Es un instrumento legítimo y previsto en la Constitución. En democracia ha habido ya cinco. Pero esta última es la primera con la que en 40 años y después de muerto, enterrado y exhumado,  el franquismo volvió al Parlamento. De la mano de VOX y con la monótona voz de Santiago Abascal. Le acompañaron el trumpismo, la xenofobia, el machismo, el totalitarismo y una preocupante degradación de la democracia y del parlamentarismo. De todo hubo para retratar al que, en palabras del líder de la ultra derecha, ha sido “el peor gobierno en 80 años de historia, y quizá más”. Incluido el de la dictadura de Franco. ¿Queda claro?

El Parlamento español ha hecho esta vez de altavoz de toxicidad y todo tipo de teorías conspirativas en forma de  enmienda a la totalidad del Gobierno de Sánchez, pero en ocasiones la jornada sonó más a censura contra el Gobierno chino, a acto de campaña en favor de Trump  o a moción contra la Europa comunitaria que Abascal ve camino de convertirse en una versión “moderada” de China. “No nos salvará Bruselas. Antes nos salvará otra vez Móstoles”, afirmó el portavoz de la derecha reaccionaria desde la tribuna en alusión a la revuelta del Dos de Mayo contra las tropas de Napoleón.  

Sin bronca y sin griterío, sí.  La Cámara en su práctica totalidad siguió con absoluto respeto y sin interrupciones  -lo que no suele dispensar VOX a los demás- las cuatro horas de veneno antidemocrático que esparcieron Abascal y su portavoz adjunto y candidato a la Generalitat de Catalunya, Ignacio Garriga, encargado de defender la propuesta de sustitución de Sánchez desde la tribuna. Por cierto, sus primeras palabras fueron para despreciar la inacción del PP y Cs, sus compañeros de bloque, los mismos a quienes sostiene con sus votos Vox en varios gobiernos autonómicos y municipales:  “Puede que perdamos -dijo- pero más perderán los diputados que mañana tengan que explicar su responsabilidad por la continuidad de este desastre”. Quedaba clara la pretensión última de VOX, que no era echar a Sánchez porque carece de votos, sino reprobar a la otra derecha, a la que compite con ellos, además de erigirse en oposición única al Gobierno “socialcomunista”.

Primer aviso. Habría más entre los 240 minutos de diatribas sobre un gobierno “ilegítimo” y durante los que apenas se habló de cómo España debe afrontar la gravísima crisis sanitaria- más allá de las menciones al origen conspirativo del virus- pero sí mucho de bolivarianos, filoterroristas, separatistas… Por hablar, hablaron hasta de la indumentaria de algunos ministros que, para VOX, no pasa ni el examen previo a la asistencia a un botellón. Ahí es nada. El hábito no hace al monje, pero los de VOX por uniformar no se quedan en las ideas, sino que pretenden llegar al estilismo de quienes ejercen la política.

Con todo, hay que tener mucho desparpajo -o muy malas intenciones- para decir solemnemente desde la tribuna que los españoles están en manos de un gobierno “criminal y dictatorial”, nacido del “fraude y la mentira” con un plan para “destruir las instituciones”. O que “ETA no ha sido derrotada”. O que “la delincuencia se ha apoderado de las calles y los barrios de España con robos, violaciones y agresiones de todo tipo”. O que España está encadenada “por el cuello por la maquinaria despótica de Bruselas” y “roída por los pies por las autonomías y los separatistas tan fracasados como traidores”. O que mientras España discute sobre “los derechos sexuales de las gallinas”, el mundo está sufriendo cambios que demuestran que “el multilateralismo ha fracasado”. O que Trump ha hecho “bien en apartarse  de la OMS” porque se ha convertido en un instrumento del “poder expansionista” de China, que contribuyó al “encubrimiento” de la pandemia. O que es necesario eliminar las Comunidades Autónomas. O que hay que expulsar del Parlamento a los diputados que no defienden la soberanía nacional. O que el Gobierno quiere acabar con el rey…

Un discurso, el de Abascal, que mezcló yihadismo con inmigración o inseguridad ciudadana, hasta el punto de afirmar que si algún día los separatistas catalanes triunfan en sus pretensiones, habrá una “república islámica de Catalunya” sin dedicar más de dos minutos a exponer su programa de gobierno que, al parecer, consiste básicamente en “devolver la voz a los españoles antes de terminar este año” y convocar  elecciones  “en libertad”. Debe ser que hasta ahora, lo hemos hecho en esclavitud.

Todo eso y mucho más se escuchó sobre una España que solo existe en el imaginario de furia, provocación y confrontación que representan los de Abascal y de la que el PP aún no ha decidido si quiere o no formar parte. Depende a quién se pregunte. Casado mantiene, por el momento,  la incógnita sobre el sentido de su voto, y a pesar de que el presidente del Gobierno lo animó por enésima vez a apartarse de la ultraderecha. “Usted no es el beneficiario, sino el blanco de este ataque. No basta con ponerse de perfil y abstenerse”, le dijo Sánchez no sin antes advertirle del peligro del “contagio”

Esto sería después de que el presidente replicara el discurso de Abascal,  le anunciara que no tenía intención alguna en entrar al trapo de ninguna provocación -como pasó- y le adelantara que mañana, cuando se vote en el hemiciclo, “será edificante ver cómo se cierra el paso a su proyecto de choque y discordia.  ”Usted odia España tal y como es. A un patriota no le sobran la mitad de los compatriotas, como a usted“, le espetó Sánchez al líder de Vox, tras recordarle que  ”además de padecer, sufrir y soportar el terrorismo, el PSOE derrotó definitivamente a ETA“ y que a estas alturas no lograría reescribir la historia.

Aún haría una reflexión más de fondo sobre la “brillante idea” de utilizar a VOX en un momento de la historia  para cambiar el rumbo de la derecha española y exhibir como gran triunfo político la célebre foto de Colón. El presidente se dirigía ya a Casado: “Algunos ya no están entre nosotros, y la cuenta aún no ha terminado. Otros creen que la ultraderecha tiene cierta utilidad. No piensan en construir una alternativa con usted. Solo quieren a la ultraderecha pensando que usted será después fácilmente domesticado. No son un peligro por la fuerza de sus votos. La amplia mayoría de españoles no desfilará tras sus banderas desquiciadas. Son un peligro porque contagian sus ideas a la derecha. Arrastran a la derecha con sus insultos y odio”.

Agotador y baldío intercambio de golpes que tuvo como espectador a un líder del PP desaparecido en combate viendo como Abascal le robaba por un día un espacio que cree hoy por hoy le pertenece como jefe de la oposición y alternativa de gobierno.  Conclusión: Abascal intentó convencer de que lo que pretende es librar a los españoles de un régimen totalitario al que él se ofrece como remedio, aunque carezca de votos. Con el PP o sin él, VOX no ganará la moción. Apenas sacó de la placidez del escaño a un Sánchez que se vanagloria de que hoy por hoy no hay mayoría alternativa con la que sustituirlo como presidente del Gobierno. Y esto en vísperas de la negociación de los presupuestos. Así que, sí,  cuando Abascal despierte de su jornada de gloria y exaltación, Sánchez, la pandemia y sus consecuencias seguirán ahí. Y él no habrá aportado más solución al respecto que ocupar el hemiciclo, no con ideas, sino con tiempo. Dos días. Demasiado si se tiene en cuenta las circunstancias y las inquietudes de los españoles. 

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