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Fractura y desmovilización en la izquierda mientras las derechas sellan alianzas ahora contra Sánchez

Abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras la moción de censura contra Mariano Rajoy. Alberto Garzón, al fondo.

Gonzalo Cortizo

El Partido Popular, Ciudadanos y Vox se unieron en Andalucía para poner fin a 36 años de gobiernos socialistas y ahora comparecen juntos para acabar con el Gobierno de Sánchez. Toda la derecha, la institucional -que se presenta a las elecciones- e incluso los antisistema y los grupos ultra de Hogar Social y España 2000 estuvo ayer en Colón para exigir elecciones anticipadas y “echar a Sánchez”. 

Eso es lo que hay en el flanco derecho del tablero a cuatro meses de unas elecciones autonómicas y municipales que serán claves y cuando ni siquiera está descartado el adelanto de las generales.

En la izquierda, entretanto, la fractura es total. Las crisis internas arrecia en PSOEPodemos e incluso en Izquierda Unida. No es que no haya unidad de acción en el otro campo del tablero, es que las distintas organizaciones se sumen en divisiones internas y escisiones varias. A los problemas orgánicos de las tres formaciones se une las discrepancias sobre la manera en la que estos tres partidos se deben relacionar entre sí. Unidos Podemos, que ha vivido un cataclismo con el anuncio unilateral de Íñigo Errejón de presentarse a las autonómicas en Madrid por la plataforma Más Madrid junto a Manuela Carmena, tiene incendiados varios territorios mientras los secretarios generales claman por una solución en Madrid que no contamine la larga precampaña hasta mayo. Además, surgen las primeras voces que alertan de que el proyecto de Pablo Iglesias puede acabar “atrapado” en su relación de apoyo al Gobierno de Sánchez. 

En estos términos se pronuncia el histórico dirigente de IU, Manuel Monereo. El actual diputado de Unidos Podemos y uno de los referentes clásicos para Pablo Iglesias asegura en conversación con eldiario.es que su formación lleva meses “perdiendo la iniciativa política” y que cuando esto ocurre “todo va a peor”.  Según Monereo, “el elemento más grave que nos está afectando ahora es la debilidad del Gobierno de Sánchez. Pensábamos que se iba a plasmar con él una cierta alianza permanente y todo eso está fracasando”. 

Las tres crisis orgánicas que atraviesan en estos momentos PSOE, Podemos e IU no son nuevas. Todas tienen su origen en conflictos que se arrastran del pasado y que estaban latentes. La tensión entre Sánchez y sus barones, que se ha agudizado esta semana con el diálogo entre el Gobierno y los partidos independentistas, viene de muy atrás. Tampoco es novedoso el pulso que desde hace años mantienen en Podemos Íñigo Errejón y Pablo Iglesias. E histórica es también la pelea entre el aparato estatal de Izquierda Unida y una parte de su federación madrileña o la tensión constante entre Alberto Garzón y Gaspar Llamazares que ha acabado con este último fuera de IU. 

La crisis del PSOE está directamente relacionada con la manera en la que Sánchez consiguió mantenerse en el poder, después de una encarnizada lucha con el aparato de siempre que encarnaba el liderazgo de Susana Díaz. Esa tensión se ha gestionado de manera velada, desde que el secretario general ganó las primarias frente a la dirigente andaluza. Apenas hubo grandes reproches públicos tras la victoria orgánica de Sánchez en un partido que se encontraba roto por dentro y con la mayoría de los barones fuera de la línea oficial de la dirección. 

Las últimas escaramuzas de la guerra socialista han dejado algunas frases para la hemeroteca y multitud de silencios que ahora, a las puertas de las elecciones municipales y autonómicas, se están empezando a romper. En aquellos días de mayo de 2017 el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, aseguró que si Sánchez ganaba, él se iría. Sucedió lo primero pero no lo segundo.

Y Page ahora ha vuelto a ser el más duro en sus críticas a la decisión del Gobierno de aceptar un relator para negociar con los independentistas. El miércoles pasado, el barón castellano-manchego protagonizó una peregrinación por radios y televisiones para clamar a los cuatro vientos su sentimiento de “perplejidad” ante la decisión adoptadas por el Gobierno de seguir negociando con el mundo independentista sobre la figura de un relator. “Solo nos ha faltado atender a la televisión de Japón”, aseguraba en esas horas uno de los principales colaboradores del presidente autonómico.

El exsecretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, uno de los dirigentes que mejor conoce el partido por dentro y que ha ocupado cargos importantes en los últimos gobiernos socialistas, siempre crítico con Sánchez, cree que a corto plazo el PSOE y la izquierda sufrirán políticamente: “Mientras el tema territorial sea el tema central de la política española, la izquierda tiene un problema. Los partidos de izquierda tienen posturas diferentes sobre este asunto e incluso hay posturas diferentes dentro de cada formación. La derecha en esto lo tiene claro: tienen la palabra España y con pronunciarla ya les vale”.

Rubalcaba se muestra escéptico, sin embargo, sobre la supuesta unidad en el ámbito ideológico de la derecha y asegura que Partido Popular, Ciudadanos y Vox están protagonizando una lucha fratricida en la disputa por el mismo electorado. 

En las horas posteriores a la gran movilización que pretendían en Madrid Partido Popular, Ciudadanos y Vox contra el Gobierno, algunos sectores cercanos al Gobierno han respirado con alivio. Los datos ofrecidos por la Delegación de Gobierno, que cifran en 45.000 el número de manifestantes, han servido a Sánchez para ganar algo de oxígeno tras una semana muy dura en la que se rompió el diálogo con los partidos independentistas y que parecía  final parecía abocar a la convocatoria inmediata de elecciones.

La que viene no será más tranquila. El martes arranca el debate sobre los Presupuestos, sin que el Gobierno tenga garantizado los apoyos siquiera para conseguir que se tramiten. Sánchez necesita a los independentistas y el juicio sobre el procés, que arranca este martes en el Supremo, añadirá más ruido a un clima político irrespirable.  

En la vida interna, las declaraciones de los últimos días evidencian la distancia sideral que separa a Sánchez de sus barones, muy nerviosos ante las elecciones que vienen y la influencia que puede tener en las urnas la gestión del conflicto catalán. A las críticas de Page, se sumaron estos días las del presidente aragonés, Javier Lambán o la diputada en el Congreso Soraya Rodríguez. Incluso alguien tan ajeno a la polémica interna como el candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid, el independiente Ángel Gabilondo, no dudó en desmarcarse públicamente de la hoja de ruta trazada para Catalunya por Pedro Sánchez y su núcleo duro de Moncloa. “El lugar del diálogo es el Parlamento”, dijo Gabilondo. Sus palabras fueron interpretadas por muchos en el PSOE como la confirmación de que hasta en el círculo más íntimo del presidente las dudas sobre la estrategia habían encontrado un hueco. 

El exvicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, también se sumó a la crítica generalizada del socialismo 'clásico' contra la manera de llevar las negociaciones con el independentismo. Durante la presentación de su libro “La España en la que creo”, celebrada el pasado jueves en una de las salas de eventos del Congreso de los Diputados, Guerra aseguró: “Aprobar un presupuesto es vital para un gobierno, mantener la dignidad de la nación es una prioridad que empequeñece la adversidad de una votación contraria a las cuentas del Estado”.

El exnúmero dos de Felipe González ponía con sus palabras la atención sobre el asunto primordial que el Gobierno deberá despejar esta semana: la tramitación de los presupuestos en el Parlamento. El debate está previsto para el martes y la votación de las enmiendas a la totalidad se producirá el miércoles. Antes de llegar a ese día, ERC y PDeCAT deberán decidir si retiran los vetos presentados contra las cuentas. Sin un cambio de actitud por parte del mundo independentista, los números del Gobierno estarán condenados la fracaso y quién sabe si eso traerá consigo las elecciones en un superdomingo de mayo que tan poco gusta a los barones socialistas. 

El resto de la izquierda no está mucho mejor. Podemos acumula un par de años de caída libre en las encuestas, sus choques con la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, a la que Iglesias ponía como ejemplo de lo que suponen “los gobiernos del cambio” han dejado al partido sin concejales en la capital y está por ver la fórmula en la que concurren a las elecciones en la Comunidad. De momento, Iglesias y su equipo siguen buscando un nombre que pueda competir con Errejón. La victoria política que supuso el pacto de Presupuestos, donde el partido de Iglesias logró arrancar importantes avances sociales al PSOE, depende de que estos puedan aprobarse y a día de hoy no existen pistas de que eso pueda pasar. Medidas que tenían el sello de Podemos como el salario mínimo de 900 euros fueron aprobadas en solitario por el Gobierno de Sánchez, que a su vez, necesita que el partido de Iglesias remonte en los sondeos para que las izquierdas sumen. De momento, en la última demoscopia publicada no lo hacen.   

En Izquierda Unida, el coordinador federal, Alberto Garzón, también afronta los meses previos a las elecciones con tensiones por resolver. Sin cambios a la vista en la decisión de seguir caminando de la mano de Podemos, el partido debe decidir cómo concurre a las autonómicas y municipales en Madrid. De momento, IU Madrid, que no tenía la misma posición que Garzón sobre las relaciones con Más Madrid, ha trazado una línea roja con la Operación Chamartín y da a entender que si no se rectifica ese desarrollo urbanístico que pretenden llevar a cabo BBVA y la Constructora San José, no hay posibilidad de acuerdo con la plataforma de la alcaldesa.Algunas encuestas señalan que IU podría obtener representación en la Asamblea de Madrid si concurre en solitario pero, la apuesta de Garzón es porfiar en su alianza con Podemos

Otro asunto que Garzón pondrá a prueba en las urnas es el efecto de su ruptura definitiva con Gaspar Llamazares. El excoordinador general de IU dimitió a finales de enero de sus cargos de diputado en Asturias, dejando en el aire la cabeza de cartel para una formación que tiene en esa comunidad uno de sus tradicionales feudos de apoyo. 

Se mire a donde se mire, la izquierda está dividida y sus votantes desmovilizados. Se comprobó en Andalucía y aunque las peculiaridades de aquella comunidad no permiten hacer demasiadas extrapolaciones, los sondeos alertan de que el riesgo de concurrir a unos comicios con los votantes desmoralizados por las peleas internas sigue ahí.

Frente a esa situación la derecha simula entendimiento, aunque luche ferozmente por el mismo electorado. En la manifestación del domingo, Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal aparecieron por primera vez juntos en la misma foto. La alianza de las derechas se fotografía en gran angular y mientras, cada vez más, para seguir las peleas de la izquierda se necesita un microscopio.

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