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El triunfo de la muerte de Brueghel el Viejo, donde la Parca no distingue al rey del campesino

Samuel Martínez

6 de febrero de 2021 06:00 h

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Es la última gran función. El triunfo de la muerte. Es el momento que precede al fin de todas las cosas. Después del caos de esqueletos y voces suplicantes e histéricas –que pueden oírse si uno observa con atención la pintura y acerca la oreja– llegará el silencio; quizás, la nada. Pero eso es, en todo caso, el futuro. Pieter Brueghel el Viejo (1526-1569) pintó los instantes inmediatamente anteriores, los más agónicos. Brueghel habla de la irreversibilidad de un juicio final en el que los pelotones de esqueletos comandados por la Muerte con guadaña, “el jinete más temido de los cuatro Apocalipsis” en palabras de la historiadora del arte Sara Rubayo, tienen la aparente misión de terminar con la vida en la Tierra. La Muerte monta un caballo rojizo raquítico, que se sitúa en el centro del lienzo y que guía a un ejército que no hace distinciones entre reyes y plebeyos. Nadie escapa a la Parca. Ni todo el oro del mundo, que incluso aparece en la esquina inferior izquierda de la pintura, tiene el poder de plantar cara al lado oscuro. Sin embargo, no todas las personas actuarían igual en unas circunstancias semejantes y eso también lo tiene en cuenta el gran Pieter Brueghel el Viejo.

“La mayoría se resigna, algunos optan por suicidarse, uno parece que se rebela y hasta vemos a una que pareja permanece impasible a lo que está ocurriendo”, puntualiza Rubayo. Son especialmente interesantes esos dos amantes que pinta el artista flamenco en la esquina inferior izquierda. Están tocando música, distraídos, como si no supieran la que se les viene encima casi literalmente si tenemos en cuenta que tienen justo sobre sus cabezas la puerta del infierno por la que muchos ya están entrando apelotonados. El nombre del cuadro no ofrece lugar a dudas. La muerte triunfa sobre la vida y las criaturas voladoras horribles, que se pueden apreciar en varios puntos del lienzo, dan buena cuenta de ello, como también lo hacen los colores rojizos, que aportan a la pintura un aspecto infernal. Todo tiene un sentido en el universo de Brueghel el Viejo, pero no toda la simbología está al alcance de la comprensión en nuestro tiempo, tal y como explica Sara Rubayo: “Hay múltiples anécdotas y objetos que, muy posiblemente, están cargados de un significado que desconocemos”.

No obstante, sí que se puede adivinar el de algunas de las figuras. Sin ir más lejos, en la esquina superior izquierda un esqueleto mueve las agujas de un reloj, en clara referencia a que es la propia Muerte la que determina las horas que le quedan al mundo. En consonancia, otro esqueleto toca el tambor justo encima de la puerta del infierno, como marcando el compás de este juicio final. Bajo el carro, en la esquina inferior izquierda, una figura con la pierna atrapada en la rueda recuerda a El Bosco, gran influencia de Brueghel. Por otra parte, los peces putrefactos también señalan en la dirección de la podredumbre y la destrucción y, en el horizonte, se intuyen poblaciones incendiadas que podrían haber sucumbido ya a la acción de la Muerte. “En toda la composición, prácticamente solo un caballero está dispuesto a luchar”, explica Rubayo. Lo encontramos al lado de los amantes, bien vestido y a punto de desenvainar su espada. El sufrimiento de su rostro evidencia que sabe bien cuál es su fatal destino. 

Una (des)composición muy poco renacentista

“Pese a ser una obra concebida en pleno Renacimiento”, desliza Rubayo, “cuando estaban de moda las composiciones piramidales que dan información acerca de qué es y qué no es importante en un cuadro, en El triunfo de la muerte no hay nada de eso”. Lo que hay es un barullo terrible que –y esto es importante– en sí mismo también da una explicación: ante la Muerte no existe un rango de importancia, no hay jerarquía. “Por eso no es necesaria una composición piramidal que indique a dónde tenemos que mirar”, resuelve la historiadora: “Da igual, todos los que hay en el cuadro van a morir. Desde el rey, hasta el campesino”. A fin de cuentas, y escapando un poco del significado literal del lienzo, Brueghel, tal y como asegura la propia Rubayo, tiene una intención moralizante cuando pinta el cuadro. No deja de ser un vanitas que refleja la vacuidad de la existencia, además, claro, de un memento mori y un tempus fugit: los humanos mueren y el tiempo vuela. Casi se puede oír, a través del lienzo y de los siglos, al bueno de Brueghel reflexionando… “Más vale que vivas antes de que llegue la última función”.

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