Hay palabras que a fuerza de escucharlas, sufrirlas y pelearlas me generan un cierto cansancio. Una de esas es “accesibilidad”. Hace más de veinte años que forma parte de mi vocabulario. Generalmente en frases como “esto no es accesible” o “¡Sí, es accesible!”. Cuando hay que usarla en positivo, la alegría que corre por el cuerpo es tremenda. No se imaginan, pero poder manejar cualquier electrodoméstico o una aplicación de móvil me produce una sensación mezcla de felicidad y alivio. Una cosa menos con la que luchar cada día.
El pasado 2 de febrero se celebró en Sevilla el Primer Encuentro Nacional sobre Accesibilidad, como preámbulo del congreso internacional que tendrá lugar en 2020. Fue impulsado por la ONG Alcalá Accesible Obra Social auspiciada por el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla. Una colaboración imprescindible para seguir avanzando en esta cuestión tan primordial en la vida de millones de personas.
La accesibilidad renueva su impulso y comienza a transitar por una vía muy necesaria, la de impregnar a los actores implicados en el desarrollo, el diseño y la construcción. Ilusiona ver a más de un centenar de asistentes, entre expertos y personas con discapacidad, debatiendo y profundizando en inquietudes y necesidades aún no resueltas en materia de accesibilidad. Técnicos, arquitectos, aparejadores, abogados, periodistas, desarrolladores de diversos ámbitos, con la voluntad de aprender lo que significa “accesibilidad”. A pesar de que llevamos muchos años reivindicándola, aunque se han sentado algunas bases, aún no se puede hablar de accesibilidad universal como un hecho real. La accesibilidad se saca del cajón cuando conviene airearla, pero no, no existe aún tal cosa y estamos lejos de conseguirla de inmediato. Y la falta de accesibilidad se traduce en desigualdades.
La accesibilidad es un prisma con múltiples caras y aristas. No se trata solo de atender las necesidades de una parte de la población, la que es de forma evidente y tiene legalmente discapacidad. A esta la beneficia de forma directa y prioritaria, pero es importante que no olvidemos que lo que es accesible es mejor para todos, porque facilita la vida de unos pocos, sí, y del resto también.
La accesibilidad es más que una rampa para las personas con silla de ruedas. Por la calle transitan muchas otras personas con ruedas (carritos de bebé, de la compra, personas con andadores, etc.). Un semáforo acústico ayuda a una persona ciega a cruzar con seguridad, pero también al miope que hoy no se puso las lentillas porque tiene los ojos irritados. Y si camina absorto en su móvil –que no debería- puede que evite su propio atropello, al escuchar al pajarito. Es también ir al médico y que puedas comunicarte con él en tu lengua, la lengua de signos. Es acceder a un hospital y no perderte en estructuras laberínticas. Las personas mayores olvidan rápido las indicaciones para orientarse en estos espacios de similitudes nada intuitivas. La accesibilidad es vivir en tu ciudad y no sentir que todo a tu alrededor es hostil, porque no lo entiendes. La accesibilidad es reproducir un vídeo de YouTube y que tenga subtítulos.
La accesibilidad universal es un concepto apasionante que mejorará la vida de todos en la medida en que todos nos involucremos desde nuestro ámbito. Es cambiarse el chip. Aprender cómo son los otros y tenerlos en cuenta. La accesibilidad es una cuestión de igualdad.