No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com
Cuando uno se siente diferente lo único que quiere es sentirse un igual dentro del grupo, más aún cuando esta diferencia no es positiva y todo indica que será un factor excluyente
El efecto que eso produce es de una tremenda rebeldía frente al mundo y las personas que actúan como si no fueras más que un objeto
Una de las cosas interesantes, por llamarlo de alguna manera, de ser un retrón es que te encuentras con situaciones que de no serlo podrías experimentar.
Una de ellas es que decidan por ti, sobre todo cuando eres niño. ¡Cuántas veces me he encontrado con la frase : “pobrecito no va a poder”! Y eso es algo que me inquieta profundamente. ¿Acaso das por hecho que no puedo? ¿Por qué?¿Mi condición me lo impide?. Supongo que el pensar lo que le conviene a los demás demás, sobre todo si eres retrón, es una práctica más extendida de lo que parece.
Cuando uno se siente diferente lo único que quiere es sentirse un igual dentro del grupo, más aún cuando esta diferencia no es positiva y todo indica que será un factor excluyente. El efecto que eso produce es de una tremenda rebeldía frente al mundo y las personas que actúan como si no fueras más que un objeto.
Durante mi vida he tenido muchas ocasiones de comprobar esto que os cuento, pero es especialmente en la infancia cuando tuve dos ocasiones parecidas que acabaron de diferente manera.
Una de ellas fue en el conservatorio. Yo llevaba un tiempo dando solfeo, sí, eso que consiste en contar tiempos, notas, silencios y me tocaba elegir instrumento. Mis padres me plantearon elegir violín así que me lo compraron y yo estaba muy contento.
La historia pintaba bien. Yo, amante de la música desde que tengo memoria, iba a poder tocar un instrumento musical con esa edad tan temprana. Era un proyecto ilusionante. Pero como todo en la vida, no podía ser perfecto y me encontré con la sorprendente negativa del profesor a darme clase. ¿El motivo? que no tenía dedos en la mano derecha y, según él, no podía coger el arco con la suficiente… sinceramente no sé qué pretendía si ni me dejó probar. Pasaron dos cosas, una que sentí una rabia tremenda porque ni siquiera me habían dejado intentarlo, y otra es que mi espíritu rebelde empezó a tomar forma.
¿Cómo es posible que no me dejara siquiera intentarlo?¿Cómo sabía aquél profesor tan estirado que yo no iba a ser capaz de tocar el violín? Si Django Reinhart hubiera decidido entrar en el conservatorio es probable que no hubiera podido con este profesor, se hubiera frustrado y nos hubiéramos perdido, quizá, uno de los mayores genios de la música. ¿Puede una dificultad ser suficiente para no intentarlo?
Recuerdo el caso de Stanley Jordan, un brutal guitarrista de jazz. Cuando era pequeño sus padres le inculcaron el amor por la música, tenían un piano en su casa y todos eran felices. Pasados unos años, llegó una época de penurias y tuvieron que vender el piano. ¿Qué pasó con el bueno de Stanley? El piano era su vida y, por circunstancias de la , tuvo que deshacerse de él. Pues apostó por una guitarra, mucho más económica que un piano, y aplicó lo que sabía del piano a la guitarra, creando una propia manera de tocar.
El otro caso que quería contaros era cuando llegó el curso en que se aprendía música en el colegio. Ya sabéis, la flauta. Se planteó, otra vez, el mismo dilema, pero en el colegio lo plantearon de una manera muy distinta. “A lo mejor no puedes tocar la flauta, qué tal si lo intentas con una armónica”. Obviamente no sabían que yo, cuando quiero, puedo ser tremendamente obstinado. “¿Armónica?” Nein. Flauta, como todos. Y así es cuando otra vez, mi espíritu rebelde volvió a las andadas, eso sí, nadie se negó. Bien, ahora sólo quedaba la prueba del algodón. ¿Realmente era físicamente posible que pudiera tocar? Veamos. Sí, parece que, a pesar de las dificultades, podía tapar todos los agujeros y moverme con cierta soltura. Me gustaba el reto y estaba siendo capaz de superarlo. Los profesores fliparon, como es normal, pero se pusieron contentos de verme superar las dificultades y seguro de mí.
Años después aprendí a tocar la guitarra, a pesar de quien me dijo que no podría, y sigue siendo una de las mejores cosas que he hecho en la vida.
Por eso cuando alguien me dice que no vas a poder, yo les digo: no pienses por mí, déjame intentarlo.
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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com