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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Yo voto de oído Parte II

Nuria del Saz votando

Nuria del Saz

Prometí que habría segunda parte y, por eso, hoy retomo el tema del voto accesible para las personas ciegas, una larga reivindicación que, poco a poco, va estableciéndose, aunque en las elecciones municipales celebradas ayer en España no ha sido así.

El voto accesible supone en la práctica que las personas que no vemos contemos con papeletas en sistema braille para realizar ese acto tan personal e intransferible que es elegir nuestro voto.

El pasado 22 de marzo se celebraron elecciones en Andalucía. En el post que escribí en aquella ocasión os conté que había solicitado el material de voto accesible, el cual, como estaba previsto, me esperaba en el colegio electoral que me corresponde, y hoy os cuento cómo fue la experiencia.

Al llegar pregunté por el kit del voto accesible. Un momento engorroso porque cuesta orientarse dentro de un lugar desconocido y bullicioso. Un miembro de la mesa me entregó la maletita de cartón con mi nombre impreso. Fui conducida hasta una sala en la que solo estaría yo y me dejaron a solas, como indica la normativa electoral para estos casos. Hubiera preferido, sin embargo, recibir el material en casa, como el resto de ciudadanos y no montar toda esa parafernalia en el colegio electoral.

En el interior del maletín de cartón marrón encontré la guía explicativa del proceso electoral impresa en braille y otro sobre grande que contenía tantos sobres como candidaturas concurrían a esos comicios autonómicos más el sobre verde que te quiero verde en el que tenía que introducir mi papeleta. Los sobres de las distintas candidaturas estaban rotulados perfectamente en braille identificando de esa forma las papeletas. Las extendí en la mesa. Me di el gusto de leerlas todas. Esas elecciones para mí no estaban siendo como las anteriores.

En primer lugar, fui consciente, especialmente consciente, de la pluralidad de partidos. Y en segundo lugar me di cuenta de otra cosa. Pese a estar acostumbrada a que la mayor parte de la información que recibo me llegue de forma sonora, experimentaba un cambio: me sentía sujeto activo. Yo leía el rótulo en braille, yo elegía.

Escogí la papeleta, la introduje en el sobre verde y… cuando me disponía a acercarme a la urna, me entraron las dudas… El kit venía revisado y había sido homologado por la Junta Electoral Central. De acuerdo. Pero los fallos existen. Después de todo, lo que estaba escrito en braille no era la papeleta sino un sobre que la contenía. Yo había leído el rótulo en el sobre, pero no en la papeleta. ¿Y si había un error? Cuatro ojos ven mejor que dos –pensé. Y, lo siento, de momento me sigo fiando más de mi madre. Así que llamé a mi madre, con la que me había acercado a votar y que me esperaba fuera del recinto donde yo leía los sobres. Le pedí que me leyera la papeleta que había elegido. Entonces sí, ya no albergaba ninguna duda.

Bastón en mano, fui hasta la mesa, entregué el DNI, los miembros de la mesa me buscaron en los listados, lo tacharon y procedí a introducir el voto en la ranura de la urna.

El voto accesible marca la diferencia. No solo garantiza el derecho al secreto del voto, sino que traza una delgada línea entre ser sujeto pasivo y sentirse sujeto activo en el ejercicio de uno de los derechos fundamentales en Democracia, el de elegir a nuestros representantes.

Desgraciadamente en estos comicios del 24 de mayo no hemos podido votar los ciegos mediante el voto accesible, dicen, debido a la gran cantidad de candidaturas que concurrían. Cada pueblo con sus particularidades y, supongo, que el factor pecuniario ha influido también en la decisión de no facilitarlo, pese a que se gastan cantidades indecentes en actividades absurdas cada vez que se quiere.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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